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"Cerebro" tras las rejas

Laura Sánchez / Corresponsal | El Universal
Miércoles 05 de marzo de 2014

LABOR. Pedro Esteban Gerardo Acosta (de pie) se dedicó a estudiar en la prisión. Entre sus actividades está enseñar a otros internos a usar una computadora. (Foto: LAURA SÁNCHEZ / EL UNIVERSAL )

Un reo del penal de Baja California obtuvo el primer lugar nacional en el examen de Ceneval

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TECATE

A Pedro Esteban Gerardo Acosta lo detuvo la policía un viernes 13. Irónico, porque nunca fue supersticioso. Esa tarde de diciembre, agentes ministeriales lo interceptaron cuando salía de la preparatoria con rumbo a su casa, en Mexicali.

Agobiado por la magnitud del operativo, primero se concentró en las palpitaciones aceleradas de su corazón, después pensó y repensó qué maldad ameritaba activar el sonar de las sirenas, qué podía hacer un joven que recién cumplía los 18 años de edad.

De golpe, un policía enardecido interrumpió las hipótesis que revolotearon por varios minutos en su cabeza: “secuestro agravado”. A Pedro lo detuvieron el 10 diciembre de 2002 por su participación en el plagio de otra jovencita.

“Fue muy traumático. Sentí que mi vida se acababa. En mi vida había estado preso, ni siquiera por una multa de tránsito. Yo siempre había soñado con tener hijos, una familia, establecerme y estudiar una licenciatura”, recuerda.

Casi 12 años después platica con EL UNIVERSAL desde el centro penitenciario El Hongo. El que fuera un joven de mirada tímida de ojos azules, acusado de secuestro, se convirtió en el hombre más inteligente de México: obtuvo el primer lugar nacional en el examen Ceneval a nivel licenciatura.

Aprovechar el tiempo

“Estaba muy joven. Yo estudiaba la prepa en ese tiempo. Participamos en un secuestro. Las malas amistades; puros de la misma edad. Involuntariamente. Cuando menos pensé, ya estaba encerrado. Y ahora estoy aquí pagando”, dice.

La primera semana de diciembre de 2002, uno de los amigos que frecuentaba Pedro le pidió su carro prestado. Lo conocía desde chiquito; vivían en la misma colonia. De entrada pensó que no era para algo bueno, pero cometer un secuestro sí no lo imaginó.

Ya no recuerda el nombre de aquella mujer. Cuenta que en los cateos se enteró que era una jovencita de su edad. Hasta hoy desconoce cuánto pidieron de rescate.

“Primero escuché que 100 mil dólares, después que 20 mil dólares. Pero, imagínese, a esa edad, esa cantidad de dinero es una fortuna. Duró tres días secuestrada, hasta que la rescató la policía. Nunca la conocí”, narra.

Los otros jóvenes implicados en el secuestro lograron salir en libertad. Cuando cometieron el delito era menores de edad y apenas alcanzaron condenas de dos años en prisión. Pedro recién cumplía la mayoría de edad; lo sentenciaron a 20 años en reclusión.

“Se dicta el auto de formal prisión. Llego al Cereso de Mexicali. Entre los compañeros me decían que me iban a encarcelar de 40 a 50 años. Me aconsejaban: ‘ni modo, haz tu vida aquí’. Pero yo decía: ‘¿cómo lo voy a hacer?’”.

Cuando Pedro fue detenido cursaba el cuarto semestre de la preparatoria. Recuerda que fue una sorpresa saber que los presos estudiaban en el Cereso. Tras enterarse, inició sus clases para terminar el bachillerato y al mismo tiempo solicitó trabajo para enseñar a otros internos a utilizar una computadora.

Un escape de la celda

Durante los primeros años de reclusión, el trabajo y la escuela lo mantuvieron a Pedro Estaban fuera de su celda: de las ocho de la mañana a las cinco de la tarde se sentía libre: “Yo no dejé que me diera para abajo, aunque es fuerte. Soy de la idea de que cuando pasa algo malo y no tienes la forma de solucionarlo ya vendrá la solución. Mientras, no te debes quedar parado, y yo dije: ‘no será tiempo muerto’”.

Tres años más tarde fue trasladado al centro penitenciario El Hongo, una cárcel que se erige solitaria en la zona montañosa bajacaliforniana. Terminaba la preparatoria cuando una noticia le llegó: la Universidad Autónoma de Baja California ofrecería la licenciatura en Ciencias de la Educación.

En abril de 2007, el joven hizo el examen de admisión como cualquier otro alumno en libertad. Estudió para sus exámenes propedéutico y de conocimientos generales. Sólo 26 reos aprobaron; entre ellos, Pedro.

“Entrábamos de las 9:30 de la mañana a las 5:30 de la tarde. Nunca tuvimos clases presenciales: el maestro mandaba el material, la bibliografía e indicaba qué hacer con ellos. Cinco maestros del penal se coordinaban con ellos y las llevaban a la universidad en Mexicali”.dice.

El recluso habla de marcos teóricos, pedagogía y educación especial. Es un experto en te mas relacionados con los procesos de aprendizaje. Viste un pants gris y zapatos blancos. Sus ojos azules resaltan entre tantos muros de concreto.

Dice que su rama favorita es la investigación y ha hecho su aportación al área académica desde El Hongo, donde trabaja en varias investigaciones. La última, para desarrollar métodos que mejoren los procesos de aprendizaje de las personas en reclusión en México.

Han pasado casi 12 años desde la detención de Pedro Esteban. Dice que ya no el mismo jovencito que detuvieron fuera de la prepa: “No soy perfecto, pero estamos trabajando, sobre la marcha, para ser mejor persona”.

El número uno

Cada hora de las más de 105 mil que lleva en reclusión las ha pasado estudiando. “Para mí todo es aprovechar y aprender. Yo pensé que no seguiría estudiando. Desde chico tenía la ilusión de una carrera. Ahora mantengo mi mente ocupada para no divagar”, asegura.

Pedro a veces piensa que ya es hora de tener una familia, hijos. Sueña que cuando salga, al igual que sus dos hermanas, que también son maestras, pondrá una escuela particular para impartir tutorías.

Ahora sabe hablar inglés, estudió teatro, literatura y aprendió a tocar el saxofón. Es el encargado de un grupo musical en el penal. Aunque el verdadero reto vino cuando le dijeron que para titularse tenía que aprobar el examen del Ceneval en nivel licenciatura.

Hace unos días recibió la noticia: autoridades universitarias le informaron que había obtenido el primer lugar en México, con el puntaje más alto, en la licenciatura en Ciencias de la Educación. No lo podía creer; aún se ruboriza.

Miriam Lugo, cordinadora educativa del Cereso El Hongo, se siente orgullosa de Pedro. “Fue como callarles la boca a muchas personas que no creían que un reo podría estudiar una carrera. Nosotros vemos la realidad del ser humano aquí dentro, encerrado en cuatro paredes, todo el día en una estancia, encerrados pensando en los problemas y su familia”, refiere.

Ella también es licenciada en Ciencias de la Educación. Afirma que están trabajando en llevar al penal una maestría; de esa manera, los ocho años que le quedan en reclusión a Pedro Esteban podrían ser más llevaderos.



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