La avenida que vio desfilar a los artistas más famosos de la W
cultura@eluniversal.com.mx Parecía que todas las personas se conocían, desde el dueño de la zapatería C. González, cerca de Luis Moya, hasta los de la enorme bolería que estaba cerca de la esquina con Marroquí, donde atendían a las decenas de clientes que esperaban turno, fueran transeúntes o los cantantes y locutores que, entre programa y programa, salían a tomar el fresco o a descansar en el jardín; o los de la papelería enorme que estaba en la esquina de Marroquí, pero que sólo se llenaba en febrero por la compra de útiles escolares, cuando comenzaba el nuevo ciclo escolar; la otra papelería, en cambio, más chica, siempre tenía clientes, así fueran los que asistían a comprar hojas martilladas, cuerdas para yoyo, cuadernos en forma italiana, que por entonces, principios de los 70, se pusieron de moda. Frente al restaurante estaba el estudio de Herrera, el fotógrafo de las estrellas; por él pasaban los actores y cantantes más famosos, muchas veces en traje de carácter, porque iban a que les hiciera los portafolios que entregaban a los representantes que, a su vez, mostraban a los empresarios; debajo de los estudios estaba la casa de los candiles, que ahora, con la aparición de Armando Herrera. El fotógrafo de las estrellas (Héctor Herrera, Carlos Monsiváis y Fabricio Mejía Madrid, excelentemente editado por el Fondo de Cultura Económica) recuerdo que sus letreros los anunciaban Casa México. Artistas de la Iluminación, pero a sus dueños los conocían como Mr. Candiles; a su vez, los hijos de ellos, muy jóvenes, llamaban Mr. Chocolates al dueño de La Malagueña, donde compraban dulces, refrescos, billetes de lotería, y en temporada, álbumes y estampas, y a donde acudían casi a diario, pero sobre todo los sábados, la mitad de los artistas que trabajaban en la XEW; don Gregorio les cambiaba los cheques con los que les pagaban en los estudios, por una comisión de 1% a 3%, la misma que cobraba el señor Limón, sólo que él en los pasillos de la estación; al señor Limón no lo echaban los guardianes, como a los admiradores de Celio González, de Eulalio González “Piporro”, Manuel Bernal -quien siempre pedía un tehuacán con dos alkaselzer-, las Hermanas Águila, el Trío Avileño. Por las tardes, el transeúnte debía esquivar las filas que hacía la gente para entrar a los programas en vivo de la W: El yate del Panzón Panseco, El Risámetro de Nono Arzu, Cómicos y Canciones, de un Capulina que siempre se detenía a dar autógrafos, a platicar con sus admiradores, mientras Viruta lo apuraba, serio y malencarado, para entrar a trasmitir; esas filas obstruían los demás comercios, casi todos de entrada angosta, excepto la marmolería, tétrica porque hacían, sobre todo, lápidas; un policía displicente se fijaba que no rompieran el orden, que no se colaran, y a veces les pedía que no impidieran el paso a esos comercios. El estudio de Herrera tenía, en exhibición, las fotografías más recientes, y la gente se detenía a admirar los rostros -su especialidad- y, a veces, a la muy joven Norma Herrera; los demás comercios no tenían tanta clientela, excepto la tienda de música donde iban a comprar cuerdas para guitarra y a calar instrumentos; y la tienda deportiva, donde se adquirían balones (carísimos), trofeos, uniformes y, más baratos, banderines de equipos populares de esa época, muchos ahora ya no existen. En el edificio de la esquina vivían muchos artistas; era una especie de vecindad de lujo; de allí salía, para animar el ambiente, la Marquesa Carlota Solares, quien vigilaba qué vedette entraba a fotografiarse con Herrera y se apresuraba con don Gregorio: “ven, ven, mira el vestido que trae esa descocada”, riéndose. Ahora no pueden salir a la calle sin ser asediados; entonces andaban a pie, se bajaban de los ruleteros, quedaban a deber el lunch del día o empeñaban una guitarra para salir de un apuro, o salían del brazo y por la calle dos artistas, casados, pero con otros, y nadie se escandalizaba, hasta que en un lapso muy breve varios matrimonios se deshicieron para integrar otros enlaces. Y la televisión fue imponiéndose al radio, la W dejó de ser el centro artístico del DF, y la calle de Ayuntamiento se fue depauperando, cerraron casi todos los comercios y escasearon las filas para entrar a programas en vivo; pero los artistas, durante mucho más tiempo, siguieron siendo clientes de Herrera, para que los ayudara a ser famosos.





