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El sobreviviente a quien Jack Nicholson le compró una casa

César Huerta| El Universal
Jueves 06 de agosto de 2009

cesar.huerta@eluniversal.com.mx

Podría decirse que Robert Evans es un sobreviviente. Es de los tipos que en una fiesta de disfraces podría aparecer como luz intermitente de automóvil y sería su personalidad adecuada. En su carrera ha ido, en cuestión de meses, del éxito al fracaso y viceversa. Comenzó como actor, pero a nadie le gustaba. No había crítico que no lo calificara de mediocre al ver sus participaciones en The man of a thousand faces o The sun also rices, ambas de 1957.

Sin embargo, cuando estaba cercano a las cuatro décadas de vida, este neoyorquino encontró el nicho donde explotaban sus aptitudes para la comunicación, los negocios y un ojo analítico. Lo hizo gracias a Paramount, una productora cinematográfica que se convirtió en su hogar.

Evans, nacido en 1930, irrumpió en la producción independiente en los albores de los 60.

Por ahí se encontró un libro titulado Love story y pensó en llevarla al cine. Cuando fue presentada al público, fue catalogada como una de las historias de amor mejor hechas en toda la historia.

Robert (o Bob Evans, como guste llamarlo) estaba en los cuernos de la luna y sus bonos comenzaron a subir entre las filas hollywoodenses.

En esa película conoció a la actriz Ali MacGraw y se casó con ella. Era la pareja-sensación de la época, aunque años más tarde, la señora Evans decidió fugarse con su colega Steve McQueen, ese actor que con la mirada lo decía todo.

El productor enloqueció. Alguna vez dijo que se le había ido el amor de su vida. Recientemente, en una entrevista, indicó que él jamás había jugado con nadie famoso. “Más bien ellas (las famosas) pasaron el rato conmigo”.

En los 70 se dio su gran década. Inició en 1974 con Chinatown, donde el protagonista era un joven Jack Nicholson y el director Roman Polansky, por quien nadie daba un centavo.

Robert peleó mucho para que Roman se sentara atrás de la cámara y gritara el clásico “¡Acción!”. La película le fue noble y obtuvo 11 candidaturas al Oscar, aunque sólo ganó por el Mejor Guión.

Luego vendría Marathon man, con Dustin Hoffman y después apoyaría a un desconocido Francis Ford Coppola para llevar al cine una historia de gansters de origen italiano que llegaba y hacían de las suyas en Estados Unidos.

La gente lo tacharía de loco. Más cuando decidió que un joven Al Pacino, a quien nadie le veía futuro, fuera el coprotagonista. Sobra decir lo que representa para el cine mundial la saga de El Padrino.

Y si en la película Don Vito Corleone se negaba a vender droga porque eso afectaría a los jóvenes, Evans se vio envuelto en un escándalo mundial en relación a los estupefacientes. Dicen que se le tendió una trampa por compra de cocaína y fue sospechoso de un asesinato, anécdota última que usaría en su beneficio tiempo después, para crear Cotton club, de nuevo con Coppola.

Un día, para huir de todas las desgracias que se le iban encimando —incluyendo una versión de acción viva de Popeye, ampliamente criticada—, vendió su casa e ingresó voluntariamente en un centro siquiátrico para no acabar suicidándose.

“A mí siempre me ha gustado tomar riesgos, aquél productor que diga que no los ha tomado, está mintiendo”, dijo en alguna ocasión.

Gracias a un monumental gesto de amistad de Jack Nicholson, Evans recuperó su casa y volvió a la Paramount, pero esto último gracias a un joven que, ya de directivo, recordó cómo cuando aún no era nadie, Bob se había portado bien con él.

Hay quien dice que el documental de N. Burnstein y B. Morgen, titulado The kid stays in the picture, resume el cenit y el declive de la carrera de este productor estadounidense de 78 años de edad.

Evans ha sido luz y oscuridad. Un día decía que el matrimonio debía tener como voto de pareja la lujuria y al día siguiente que las reglas estaban hechas para ser rotas por cualquiera.

Una semana aseguraba que no era justo lo caro que cobraban los actores en Hollywood y a la siguiente que odiaba decirlo, pero que era verdad.

El día que alguien le preguntó que era ser productor, Evans habló de corrido: “El productor es el elemento más importante de una película. Es el productor el que emplea al director y a los actores; está implicado con la producción, los costos, la postproducción y el marketing. Se dedica a una película durante cuatro o cinco años y consigue muy poco crédito por ello”, sentenció.



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