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?Del olvido al no me acuerdo?, de J.C. Rulfo

El Universal
Jueves 10 de agosto de 2000

Juan Carlos Rulfo (México DF, 1964) es el hijo menor del escritor Juan Rulfo. Estudió Ciencias de la Comunicación en la UNAM, se interesó en el guión cinematográfico y en otras formas de la escritura en la Sogem. Trabajó como asistente de fotografía y fotógrafo de video y cine, montó las exposiciones de fotografía de Juan Rulfo y de Toni Kuhn, trabajó en el rescate de colorantes naturales en Oaxaca y luego, ya decidido a dedicarse al cine, como asistente de dirección de Juan Mora, Carlos Carrera, Alfonso Cuarón, Eva López Sánchez y Rubén Gámez, hizo el sonido directo para Daniel Gruener y Javier Bourges. Después de seguir los cursos del CCC (Centro de Capacitación Cinematográfica), en 1994 hizo su primer cortometraje: El abuelo Cheno y otras historias .

De alguna manera, su primer largometraje, Del olvido al no me acuerdo (1999), estrenado hace un mes, tiene algo que ver con su anterior cortometraje, documental de casi media hora, El abuelo Cheno y otras historias . Era una indagación sobre la muerte (emboscada y asesinato) en 1923 de su abuelo Juan Nepomuceno Pérez Rulfo, hacendado del sur de Jalisco, en aquellos días en los que aún estaban vivos los rescoldos de la lucha revolucionaria. Quiere decir que el filme era también preguntarse de dónde vengo y cuáles eran los orígenes de su célebre padre, preguntándose también por toda una generación, un modo de vida y una manera de actuar, que seguramente eran fundamentales para interrogarse sobre su propio padre.

Así pues, Del olvido al no me acuerdo es un breve largometraje, 75 minutos, al revés de su trabajo documental, que era un corto largo (27 minutos). Sin embargo, las dos películas son a la vez muy semejantes y completamente distintas. Hablan más o menos de lo mismo y le memoria está siempre allí como una manera de llegar al fondo de las cosas, no obstante sus deformaciones, sus huecos y sus olvidos. Si en la primera era claro el documental, en la segunda es más difuso. Habrá quien decida que puesto que no hay historia contada del modo tradicional es un documental. Están aquí, en efecto, las técnicas documentales, el llamado cine directo o el filme-encuesta, la inexistencia de actores que encarnen los personajes (con algún viso de realidad o completamente imaginarios) y la entrevista (por llamarla de alguna manera) con personas reales que narran (o por lo menos lo intentan hasta donde su memoria se los permite) hechos que responden a lo que el cineasta pretende saber.

Pero si del abuelo Cheno, todos más o menos recordaban los sucesos, ahora cuando se trata de hablar de Juan, la respuesta general es ?ya no me acuerdo? o ?no lo sé?. Es aquí donde la ficción: el recuerdo de los hechos objetivos sin ?deformaciones? -si acaso fuese posible el recuerdo objetivo- comienza a vivir, se desliza entre esos recuerdos imprecisos y los olvidos. El cineasta busca a su padre, pero éste se hace cada vez más vago, como el hecho de que todo el mundo dice su nombre, pero nadie lo recuerda con precisión, ni siquiera Juan José Arreola, el amigo y paisano y aun Clara, la madre y la viuda (que no puede recordar el nombre de una calle cercana en la que se dio una importante vivencia rulfiana). Ellos son, sin embargo, quienes están más cerca del personaje real y quienes más lo instalan en el plano ficcional, quienes más afabulan con él.

Del olvido al no me acuerdo es una película sabrosísima, por los personajes que no son tales en el sentido de estar construidos por un tercero, que son como la viejecita de rostro moreno y enjuto achaparrada por los años, la que afirma que fulano ?es joto porque no fuma ni toma? o el otro viejo que ilustra ?cuando uno se pierde en la noche, piensa: ya metí la pata al pozo? o el que se queja de que ya no puede ?mandar? o el que se refiere burlonamente a un tercero que cojea: ?Se quedó así por tanto coger parado?.

Lo más difícil y además prestigioso sería afirmar que hablan un lenguaje ?rulfiano?, cuando más bien su sonoridad es la que lo mantiene vivo y esto supo llevarlo el escritor, en cierta forma sublimarlo y convertirlo en su estilo. No se vaya a pensar que la película es solemne, sino que está llena de humor tanto en la mirada del cineasta como en los decires de estos ancianos setentones u octagenarios y aun nonagenarios, capaces todavía de bailar y reir aunque estén sordos o sean chimuelos, vean mal y estén ya en espera de la huesuda.

La película está llena de esa belleza desolada de la tierra seca, los llanos interminables rematados por montañas, las formaciones de nubes que provocarían la envidia de Gabriel Figueroa (espléndida la fotografía de Federico Barbosa, merecidamente premiado con el Ariel de fotografía, lo que confirma que estos académicos sí saben). Uno está dispuesto incluso a olvidar el abuso en la utilización del time lapse , efecto óptico que acelera o deforma el tiempo y que aquí es utilizado precisamente en el paso de las nubes, la floración, etcétera.

Por encima están los valores y la calidad visual del filme en su conjunto, sin importar lo que diga la señorita crítica de la revista ?de cine? CinePremiere.com.mx Imposible pedir que descifre este ir y venir del documental primario a la ficción refinadísima.

Creo que Juan Carlos Rulfo ha ajustado sus cuentas y que está listo para navegar en otras aguas que no sean las familiares. Ahora bien, en la actual situación del cine mexicano que se hace a cuenta gotas, mientras los exhibidores amparados por personajes como el inefable Burgoa (llamado a sí mismo Curista) vuelven a las andadas y logran el doblaje de bodrios inmundos como Día de pinta , cada día será más difícil. ¿Cuándo podremos ver la tercera película de Juan Carlos Rulfo?

Cines: Polanco, L. Reforma, L. Telmex, Cinemanía 3, Plaza.



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