Mario Almada, el actor de rostro serio e inalterable de un sinfín de películas de corte fronterizo, viste de impecable negro y porta un sombrero vaquero. Contrario a la imagen dura que emana en la pantalla y que le ha servido de tarjeta de presentación en el catálogo del cine nacional mexicano, el octogenario actor acepta conversar en un tono suave y pausado con EL UNIVERSAL.

“Siempre, alrededor de uno, hay uno que otro narco. Uno lo sabe, nomás que no dice nada. Ahí andaban, les interesaba…”, afirma el actor al rememorar ciertas ocasiones tras bambalinas durante la filmación de sus películas.

“Algunos trabajaron de actores. Yo no sabía hasta que alguien decía: ‘Es un narco el que está allá’. Bueno, pues ni modo, es su vida y yo no soy autoridad para juzgarlo”.

Quien iniciara su carrera cinematográfica como extra en la película Madre querida (1935) a los 13 años, hoy, a los 85, comenta sobre las relaciones entre narcotraficantes y el séptimo arte: “Algunas novias (de los narcos) entraron de actrices”. Y la que no resultaba óptima en patrones histriónicos, apunta, “pues le cortaban el papel. Por eso la bendita edición cinematográfica”.

Famoso por sus roles de inalterable policía de sangre fría, como queda registrado en El fiscal de hierro, dispara: “Pues sí, hubo narcos que metieron dinero al cine, ¿no? Y salían muy buenas las películas porque era mucho dinero”.

Narcocine, cine de narcotraficantes, cine fronterizo. ¿Qué significaron estos papeles para quien le dio vida a Emilio Varela? “Nosotros hicimos bastante narcocine pero casi siempre fuimos contra ellos, contra los narcos. Fuimos autoridades, comandantes, policías antinarcotraficantes”.

—¿Por qué a la gente le atraen estas temáticas?

—Desde que apareció Caro Quintero toda la gente se interesó por los narcos. Era narco, pero a mí no me caía mal… Desgraciadamente estaba haciendo un daño a toda la gente porque los narcóticos no son nada bueno para la juventud. Desde entonces se vino la idea e hicimos Operación mariguana, que fue después de que apresaran a Caro Quintero y a don Neto. Y así seguimos: hicimos La banda del carro rojo, hicimos autoridades como Siete en la mira. Y así muchas películas contra los narcos."

Películas en que los personajes solían ser autoridades incorruptibles o narcotraficantes con un dejo bondadoso, perfiles que ahora, en la cruenta guerra que se vive en el país, están muy lejos de ser creíbles. Ante este panorama, ¿cómo serían las nuevas películas sobre narcos? “Más sanguinarias”, responde don Mario. “Tendría que haber un cambio, por supuesto (…) A mí nunca me hicieron daño (los narcos); le hicieron daño a otras personas. Ahora los matan, los hacen pedazos… Antes no era tanto así, ha cambiado mucho”.

No obstante estos nuevos giros que don Mario presume en las contemporáneas cintas de narcos, el popular actor afirma: “El que se mete en esto tiene que pagarla. Por eso, retírense”. Y ejemplifica: “Un narco termina muerto a balazos porque es la realidad. Deberían de salirse todos. Van a acabar mal porque yo lo viví, porque lo actué”.

Lejano a lo que muchos podrían pensar, Mario Almada no sólo ha participado en películas policiacas. Cintas como La viuda negra, La india, Aquellos años, Emiliano Zapata así lo confirman. Ganador de la Diosa de Plata en dos ocasiones y nominado al Ariel en igual número de veces, el también productor comparte así su experiencia de aquella cinta que precisamente lo nominó al máximo galardón del cine mexicano, La viuda negra, de Arturo Ripstein: “Hay cosas que en la vida real no las hago… lo que hice con Isela Vega. La gente me criticó: ‘Señor Almada, no haga eso. A usted lo tenemos en otro concepto, de héroe’. Yo lo hice como cualquier actor, pero no creas, no estaba conforme porque soy católico y mi papel era el de un curita medio depravadón”.

Más allá de ese cura o el fiscal de hierro, Mario Almada es iconografía popular que no cesa en su labrado: “Tenemos (con su hijo Marcos Almada Ruiz) el proyecto de una gran película”.