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De locutor rockero a cineasta

Guillermo Osorno| El Universal
Domingo 01 de abril de 2007
En 1984, el joven heredero de una de las más grandes fortunas radiofónicas, Luis Gerardo Salas, inició por primera vez en la FM una estación alternativa, Rock 101, donde se empezó a escuchar rock español y argentino

En 1984, el joven heredero de una de las más grandes fortunas radiofónicas, Luis Gerardo Salas, inició por primera vez en la FM una estación alternativa, Rock 101, donde se empezó a escuchar rock español y argentino, además de los éxitos estadounidenses e ingleses. En 1985, otro joven heredero de una fortuna aún más grande, Miguel Alemán Magnani, se puso al frente de WFM, la estación de radio del grupo Televisa, del cual su padre era un importante accionista. Aunque menos alternativo que Salas, su proyecto era también el de una radio para los jóvenes.

Alejandro González Iñárritu se presentó a una de las audiciones para escoger a los conductores. Sus credenciales: le gustaba la música, tenía una voz profunda, era simpático y conocía a la novia de Alemán Magnani, que era compañera suya de la carrera de comunicación en la Universidad Iberoamericana. El día del casting llegó a la estación con jeans que le quedaban cortos, unas babuchas blancas (especie de trofeo de un viaje a Marruecos) y su aire de rebelde del salón de clases. Aunque tartamudeó, presentó las canciones de manera original y entretenida que gustó a Miguel Alemán cuando escuchó la cinta.

González Iñárritu era mal estudiante, y vivía una especie de existencialismo intenso alimentado por las lecturas de autores como Herman Hesse. También escuhaba apasionadamente a los gigantes del rock progresivo: Peter Gabriel, The Who, Yes y Pink Floyd. Grupos que concebían sus discos alrededor de grandes temas, que luego influyeron en la manera en que él hizo sus películas.

Su hoja de vida juvenil incluye huir de la casa con una novia, una aventura inspirada en Friends, la película inglesa de principios de los 70 con música de Elton John que trata sobre la sexualidad adolescente y el embarazo.

González Iñárritu aplicó esa misma intensidad de su juventud a su trabajo en la radio. Convenció a Alemán Magnani de contratar a Martín Hernández, uno de sus amigos de la universidad, cerrando un poderoso triunvirato. Hernández en la mañana, inclinado al jazz y al rhythm & blues; González Iñárritu al mediodía, interesado en el rock; y Charo Fernández en la noche, la locutora del pop.

Desde la cabina de WFM, González Iñárritu le dio un nuevo aire a la radio de su país en la década de los 80. Y no sólo eso: ayudó a convertir a México en una plaza privilegiada para los conciertos masivos de rock.

Trajo primero a Nacha Pop y luego a Radio Futura. En 1988 se asoció con los dos herederos del monopolio televisivo, Emilio Azcárraga Jean y Alemán Magnani, para traer a Rod Stewart. El padre de Emilio les negó el Estadio Azteca, también propiedad de Televisa, para el concierto. Según el viejo, el país no estaba preparado para esto. Consiguieron entonces el estadio Corregidora de Querétaro, a 200 kilómetros del Distrito Federal. Promocionaron el evento en la radio, como lo habían hecho otras veces. Sólo que en esta ocasión la gente comenzó a llegar al estadio desde la víspera del concierto. Cuando González Iñárritu inició la transmisión en vivo, la situación era tensa: había afuera más gente de la que cabía en el estadio. En cierto punto, el jefe de seguridad de Televisa encerró a González Iñárritu, Azcárraga y Alemán y les dijo con lágrimas en los ojos que la situación estaba fuera de control y que no sabían qué hacer.

Rod Stewart esperaba en un hotel de Querétaro y no había manera de llevarlo al escenario, porque la muchedumbre había bloqueado los accesos. La gente estaba ansiosa y desesperada. Entonces comenzaron a registrarse los primeros enfrentamientos entre los jóvenes y la fuerza pública.

Milagrosamente, alguien logró mover los autos que bloqueaban una entrada. Los organizadores metieron a Stewart en una ambulancia que se introdujo al estadio haciéndose paso por el acceso abierto. Una vez en el escenario, Stewart tranquilizó al público. Pidió a los que estaban encaramados en unos andamios que sostenían los reflectores que se bajaran. Luego mandó apagar las luces: la multitud exhaló un "ahhhhhh" que quedó reverberando. El estadio estaba iluminado por llamas de encendedores.

Comenzó la música. Fue un concierto memorable. Todavía nadie se explica cómo en un país donde no se había hecho un concierto de rock masivo desde 1971 y los discos importados se conseguían apenas en un puñado de tiendas, la gente se sabía las letras y las coreó todo el concierto, de la primera a la última.

González Iñárritu hubiera querido seguir promoviendo conciertos, pero ninguno de sus socios lo secundó. El susto fue demasiado. Dirigió la estación unos meses más, hasta que se dio cuenta que ya había dicho lo que quería. Tenía la certeza de que si no iba a promover conciertos, quería ser director de cine

*** Versión resumida del texto que se publica en la próxima edición de la revista ´Gatopardo México´



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