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Enrique Rocha: Del desenfreno a la paz

J.F Zúñiga| El Universal
Lunes 07 de agosto de 2006
Enrique Rocha reconoce que fue un destrampado en su juventud, pero que ahora le interesa más la amistad, lo espiritual y sobre todo la libertad

Frente a nosotros, Enrique Rocha, ¡cómo han pasado los años! Le conocimos en los tiempos de su impetuosa juventud, en la etapa desenfrenada de su vida, él mismo reconoce que fue así, aunque ahora, explica con su voz grave y peculiar, que "de un tiempo a esta parte soy un hombre con gran paz interior".

Ciertamente, hoy da mayor importancia a la amistad, a lo espiritual y moral, a lo ético, pero sobre todo a la libertad por la que tanto se inclinó desde su adolescencia y juventud. ¡Vaya que sí, pues cuánto no daría un hombre rico por ser libre, quizá entregaría todo lo que ha ganado", sentencia el actor, el amigo forjado en el tiempo. La charla se desarrolla en su confortable y luminosa residencia al sur de la ciudad, camino a Contreras.

Enrique confiesa que hoy en día es más importante para él la amistad "que la misma trayectoria artística", por lo que "las preguntas y las respuestas se hacen más cercanas, más espontáneas y sinceras", derrumbando así cualquier obstáculo, es como la promesa de abrirse de capa sobre cualquier tema.

La reflexión

El hombre, el ser humano, el que está detrás de la imagen pública del actor, insiste en que la paz interior de la que hoy goza, "es lógica porque la edad te va llevando a ella, a cierta serenidad". Reconoce que él experimentó muchísimo con la vida. "Te acordarás, ¡tuve una fama de reventado, de vampiro de la Zona Rosa y ciertamente viví con intensidad. En mi departamento de la calle de Oslo, al que alguna vez fuiste, era fiesta todos los días y se lo agradezco a la vida. Pero todo aquello se acabó. Fue una especie de depuración para asumir con el tiempo una actitud pacífica. Es bueno hacer un alto en el camino y un recuento de los daños por el desenfado que se vivió. Es la hora de la reflexión.

"Los seres humanos tenemos cambios no sólo en lo exterior, también interiormente". Enrique, con sus 64 años de vida, sigue hablando sin limitantes del joven Enrique Rocha, "el destrampado" de los 60, "sí, fui un hombre nocturno, con desvelos y fiestas diarias. Era necesario para mi formación. Hay que pisar fuerte, tocar fondo y salir".

En el ojo del huracán

Hoy sabe que fue un riesgo peligroso, "porque muchísimos se quedaron en el fondo. Nuestra generación comenzó a descubrir lo que era la droga. Fue la época de los hippies. Etapa muy difícil porque no se sabía hacia dónde se iba. Recuerdo a muchos amigos que se quedaron en el camino. La influencia por la droga nos llegó de la India, de Los Beatles, los Rolling Stones, de los poetas bitniks y por el existencialismo. Fue puerta a nueva visión, pero también al hundimiento. Me tocó ver caer a muchos y, por desgracia, llegar hasta el suicidio".

Quizá los valores espirituales y morales que le inculcaron sus padres a Enrique, como él lo señala, determinaron el alto que puso a su vida licenciosa, "soy nacido en Silao, Guanajuato y quizá la provincia obliga a la paz interior que contrasta al abandono espiritual en que vivimos muchos capitalinos. Abandono que arrebata tu integridad". Rocha se libró del maleficio de la droga, "siempre la rechacé. Le tuve miedo, tal vez porque siempre he sido cauteloso. Reconozco que me expuse mucho porque estaba en el ojo mismo del huracán".

Ciertamente, lo rememora ahora, su departamento de la Zona Rosa "era prácticamente la sede donde nos juntábamos diariamente muchos amigos, los intelectuales de México como Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, José Luis Cuevas; cineastas como José Perro Estrada y Juan Ibáñez, actores y cantantes como Óscar Chávez. Un gran grupo de artistas. Al final del día, a la una de la mañana, todos concurrían a mi casa para seguir cambiando el mundo. Era una fiesta de todas las noches".

Llegó la libertad

El protagonista de Morir en el golfo, Tiempo de morir y El proceso de Cristo vivió una infancia "muy natural" en su tierra natal, "nuestra casa estaba al lado de la parroquia, desde ahí se veía muy de cerca a la gente, a los fieles; junto a un jardín y al kiosco. Recordarlo me produce una nostalgia muy hermosa". Desde los 14 años de edad, Enrique se trasladó con su familia a la ciudad capital. En el DF continuó sus estudios en colegios de religiosos como ocurrió en Silao. De ello solamente saqué la bondad, creo yo, y el amor al prójimo. Los conceptos más bellos del cristianismo".

Recapitulando su vida, redescubre que su adolescencia capitalina le ayudó a liberarse de todo su pasado, "comencé a sentir una necesidad imperiosa de libertad. De tener una vida propia y decidí salirme de casa. A los 16 o 17 años inicié toda una revolución para ser libre". No rompió del todo con su familia burguesa, como dicen los socialistas. Más tarde olvidó sus estudios de arquitectura.

Prisa por vivir

"Vino un cambio radical en mi vida cuando, por invitación de un amigo, fui al teatro de la Facultad de Arquitectura a ver un ensayo teatral. Lo hice por curiosidad. Juan José Gurrola dirigía a un grupo de actores no profesionales y como faltó un actor llamado Juan Ibáñez, me invitó a subir al escenario. Me gustó mucho el ambiente escénico, las luces, la escenografía, el trabajo actoral. Me pareció un mundo hermoso y fascinante. Justamente me quedé para siempre".

Teatro experimental, Hamlet y la "irresponsabilidad"; la cultura y la intelectualidad, la locución en Radio Universidad como extensión escolar y modus vivendi. Entre los 21 y 22 años se precipitó todo hasta un noviazgo inesperado y un matrimonio efímero, "por aquel entonces conocí a una chica hermosa de familia posicionada económicamente; de la burguesía de Puerto Rico. Nos encontramos en la Zona Rosa. Me casé y me divorcié muy joven. Estaba inmerso en la vorágine de ser el mejor, afirmándome a través de la mujer y los amigos. Me acosaba la prisa por vivir".

Fama de mujeriego

Enrique seguía su agitada y complicada vida, "los artistas somos un tanto sadomasoquistas, explosivos y yo, no fui un hombre estable".

El actor también reconoce que desde entonces se ganó la fama de mujeriego, "y sí, sí me enamoraba, no crean que andaba de malvado. Tuve grandes amores y acepto ser mujeriego a mucha honra. No es fama, he tenido la fortuna de estar cerca de mujeres muy bellas. Para mí el sentimiento más profundo de la vida es el amor".

No le gusta el sentido peyorativo de la palabra mujeriego, "porque el donjuanismo no es simple frivolidad, es la necesidad vital de estar cerca de la vida, aun cuando se fracasa". Precisamente Enrique acepta que ha tenido muchas desilusiones "y sigo siendo un poco fracasado porque finalmente no he afianzado ninguna relación sentimental. Quien debutara profesionalmente en el teatro a los 21, nada menos que con Hamlet, considera que en todo encuentro sexual, "por efímero que sea" hay amor, "por eso en todas mis relaciones entrego parte de mi vida".

Está consciente de que la familia es algo muy importante en la vida, "pero no he sido muy inclinado a ello. Lo intenté con Patricia, mi segunda esposa, madre de Christian, mi único hijo, al que amo por sobre todas las cosas. Finalmente nos divorciamos". Enrique nunca ha dejado de ver a su vástago convertido ya en todo un profesional, de quien se siente orgulloso.

Actualmente, sostiene una relación muy peculiar con Analía, bella joven uruguaya, "pero no vivimos juntos, cada quien en su espacio. Nos da más libertad". Teme encontrarse viviendo en completa soledad cuando los años se le vengan encima, "pero la vejez y la muerte son dos condiciones de las que nadie puede librarse. Eso sí, me aterra llegar a una senectud triste y achacosa. Debe ser terrible".



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