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La pintura en el cine

Rosalina Piñera| El Universal
Viernes 19 de mayo de 2006
La imagen cinematográfica es heredera del arte pictórico, de su dramatismo y de sus personajes, llámense Picasso, Rembrandt, 'La Maja' o 'La Mona Lisa'

Uma Thurman como la Venus de Boticelli en The adventures of Baron Munchausen (Las aventuras del Barón Munchausen, 1988). Pierce Brosnan vestido como el personaje del cuadro de René Magritte, Le fils de L´home con todo y bombín mientras hurta un Monet en The Thomas Crown affair (El caso Thomas Crown, 1999). O la obra de Rembrandt robada por la experta ladrona (Catherine Zeta-Jones) en Entrapment (La emboscada, 1999) son pequeñas pinceladas de la amplísima relación entre el cine y la pintura.

Como expresión artística, la representación pictórica nació antes que el cine, pero ambas comparten similitudes y diferencias: son una representación visual de un entorno, una reflexión sobre un tema, una emoción ejecutada, una imagen construida a partir de una percepción individual. El cine, como imagen en movimiento ha sido capaz de sintetizar artes como la música, escultura, teatro, literatura o danza; utiliza elementos y valores visuales o plásticos aunque sus imágenes no son percibidas de la misma manera que al encontrarnos frente a un lienzo. De igual forma, distintas artes se han valido del cine por su propiedad de representación y sintetización del espacio y tiempo para extender su discurso.

Algo innegable es que las dos experiencias estéticas se enriquecen mutuamente y en ese oleo de celulosa caben ejercicios como Moulin rouge (Amor en rojo, 2001) donde se manifiesta la influencia de Toulouse Lautrec. La edad de la inocencia (The age of innocence, 1993) y el toque impresionista de Renoir. The girl with a pearl earring (La joven con el arete de perla, 2003) cuya extraordinaria iluminación da la impresión de ver un lienzo en movimiento. Dentro del cine experimental cabe mencionar trabajos como el de Un perro llamado dolor (Luis Eduardo Aute, 2001) realizado en técnica de animación digital cuya trama reinterpreta las relaciones de pintores como Goya, Duchamp, Picasso, Sorolla, Romero de Torres, Frida Kahlo, Rivera, Dalí y Velázquez.

Lienzo aparte están los amos del pincel seducidos por el arte que corre a 24 cuadros por segundo. Salvador Dalí, por ejemplo, estaba obsesionado con hacer películas. En compañía de Luis Buñuel realizó la obra cúspide del surrealismo Un chien andalou (Un perro andaluz, 1929) y (La edad de oro, 1930) a partir de un proyecto basado en una lluvia de ideas disímbolas, imposibles, extrañas, cuyo requisito esencial era que debían escapar a la lógica. De la colaboración del extravagante español con los hermanos Marx quedó el guión de un cortometraje inédito que debía llamarse Giraffes on horseback salad pero la MGM, que tenía contrato de exclusividad con los comediantes rehusó producirlo. Con la mancuerna del cineasta inglés Alfred Hitchcock surgió la secuencia onírica de Spellbound (Encadenados, 1945) cuyo protagonista era Gregory Peck. Al año siguiente colaboraría con Walt Disney pintando unas acuarelas para un corto de dibujos animados titulado Destino pero resultó tan costoso, en tiempo y dinero, que el pintor surrealista renunció al proyecto. La cinta fue completada para la posteridad hasta alcanzar un metraje de seis minutos de los cuales, 15 segundos corresponden a los ejecutados por Dalí.

Otro ejemplo es el artista europeo, Peter Greenaway, quien decidió a los 12 años que quería ser pintor. Para hacer realidad su anhelo ingresó en el Walthamstow College of Art. Fruto de ello, su cine posee múltiples influencias de la pintura debido a que, en su opinión, el punto de vista de la cámara del director es el mismo que tiene el pintor ante su modelo. Como cineasta, Greenaway no cree en fronteras entre las artes y sus peculiares obras son una amalgama visual de alta inventiva. Entre las mejores: The draughtman´s ccntract (El contrato del dibujante, 1982), Drowning by numbers (Conspiración de mujeres, 1988) y Prospero´s book (Los libros de Próspero, 1991). En 1995, en una entrevista para la revista Sight and Sound del British Film Institute, comentó: "Quería hacer cine de ideas, no de tramas, y tratar de usar la misma estética que en la pintura; Quise explorar diferencias y conexiones entre cine y pintura, llevar esta exploración al montaje, a los intervalos de tiempo, a las repeticiones y variaciones sobre un tema."

Como en un fresco tenemos los acercamientos a la vida de los artistas. Las biografías estaban trazadas con una tendencia: revelar al genio incomprendido, su obsesión por llevar a cabo su obra y su temperamento contracorriente con la sociedad y la época. Había un marcado acento en destacar sus personalidades egoístas o torturadas por ese don que los separaba del resto de la gente. Algunos de los pintores que hemos visto en pantalla y el actor que les dio vida son: Vincent Van Gogh (Kirk Douglas), Salvardor Dalí (Michael Catlin), Johannes Veermer (Colin Firth), Harmenszoon van Rijn Rembrandt (Charles Laughton), Jackson Pollock (Ed Harris), Frida Kahlo (Ofelia Medina, Salma Hayek), Caravaggio (Nigel Terry), Goitia, un dios para sí mismo (José Carlos Ruiz) o Henri de Toulouse-Lautrec (Régis Royer).

El estreno de The da Vinci Code (El código da Vinci, 2006) dará nuevos brios al romance entre pintura y cine al remitirnos al misterio en torno a las obras del gran maestro aunque no es la primera cinta en la que se busca una clave secreta oculta en los lienzos. En Operación Rembrandt (Giancarlo Romitelli,1965) un científico, inventor de una máquina que destruye grandes zonas de tierra, esconde la fórmula en una reproducción de un cuadro del afamado Rembrandt.



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