Dolores del Río: su vida, un cuento de hadas
Su historia es como un cuento de hadas en el cual fungió como la reina perfecta que nunca descendió a los bajos fondos, mas que en la ficción de las películas. De niña tenía el complejo de fea, pero devino en un cisne hermoso, que extendió sus alas para mostrarse en esplendor. Para ella, dice Carlos Monsiváis, "la necesidad de la belleza fue un deseo consciente y una victoria inacabable." Así vivió y murió Dolores del Río, de quien se cumple hoy el centenario de su nacimiento. Su máxima preocupación fue "dejar una imagen limpia de lo que fue mi vida pública y privada." Por ello rechazó "todo aquello que empañe mi imagen, que la deforme o la haga verse como lo que no es", y se cuidó de los escándalos, aunque no estuvo exenta. Nació en Durango, con el nombre de Dolores Asúnsolo López-Negrete y fue hija única de una familia adinerada que ni la revolución devastó. Salió de su ciudad natal con maletas que en el fondo ocultaban su ropa fina. En el tren vio "a los Emilios Fernández, a los Pedros Armendáriz, de bigotes y calzón de manta, con quienes más tarde habría yo de filmar María Candelaria , Flor silvestre y tantas películas de la Revolución", dijo a Elena Poniatowska en una entrevista que recoge Todo México 2 . La Chatita , como la llamaba su mamá, era sobrina de Francisco I. Madero, y siempre contaba su encuentro en el DF, cuando la sentó en sus rodillas y le dio un globo. Su vocación de actriz data de su niñez, cuando se miraba en el espejo, "sonreía y hacía muecas, estudiándome". No obstante, era una niña tímida, acomplejada por el color moreno de su piel. Ya en la capital, estudió en el Colegio Francés y tomó clases de baile con Felipa López. En el baile se expresaba con "absoluta libertad", ahí no era tímida y detestaba "los bailes impuestos". Por uno de ellos, en una función de caridad, conoció a quien sería su primer marido, Jaime Martínez del Río y Viñen. Dos meses después se casaron en una fastuosa ceremonia en la que era "imposible citar a todos los asistentes." Su luna de miel por Europa duró dos años. Ahí se codeó, merced a las relaciones de su esposo, con la realeza española. A su regreso a México fue a vivir al rancho algodonero de Las Cruces, Durango, propiedad de su esposo, pensando que iban a ganar millones, pero lo perdió todo. Dolores tuvo un embarazo que se truncó y el médico le alertó del peligro que corría si lo volvía a intentar. La quiebra no mermó su popularidad y se convirtió en una estrella de la sociedad. En casa de su amigo Adolfo Best conoció a su pigmalión, Edwin Carewe. El director de cine quedó prendado de "la Rodolfo Valentino femenino". David Ramón señala que fue un flechazo amoroso; De los Reyes que fue por su intención de hacer un cine que no hiriera la sensibilidad del gobierno mexicano, que había censurado sus películas. Lo cierto es que la llevó a EU. Con la aceptación de sus padres y el repudio de sus suegros y la alta sociedad mexicana, partió rumbo a un Hollywood en el que "todavía no se suicidaba nadie". Él iba con la ilusión de ser guionista, ella con el terror de lo nuevo. Fue, dijo a Poniatowska, "la primera mujer mexicana que rompió sus cadenas, y que de señora de sociedad pasó a actriz de cine". Su meta era llenar el vacío en el cine de una auténtica mexicana, "tal vez fracase declaró a EL UNIVERSAL. Nadie perderá cosa alguna con ello. Pero si triunfo, será para mí, el colmo de mis ambiciones artísticas y quizá para México una pequeña gloria." Lo logró, pero no de inmediato. A sus 21 años tenía la fuerza para lograrlo, para soportar las interminables horas de ensayos, de fotos. Tomó clases de inglés, gimnasia, natación, canto y actuación. Filmó entonces su primera película, Joanna , en la que no apareció como esperaba. Ni siquiera su nombre, ya transformado a Dolores Del Río, estaba bien escrito. Su desilusión fue compensada al ser nominada "chica Wampas", una baby star junto con otras 13 beldades entre las que se encontraba Mary Astor. Su primer éxito lo obtuvo con El precio de la gloria . Fue la Carmen "más sensual y bella" que haya visto el cine mudo, reseñaban los diarios. Su carrera ascendía mientras su matrimonio naufragaba. Convertida en el sostén de su casa, asediada por su productor, se integró a la "realeza de Hollywood". Convivió con Chaplin, Mary Pickford, Fairbanks, acudía a todas las fiestas con el esplendor de su belleza y elegancia. En 1927 se divorció y, sola, rompió con Carewe, quien la demandó; su abogado también y ella perdió. En ese contexto, llegó el cine sonoro, contra el que se opuso, pero al final cedió y sobrevivió. En una fiesta del magnate Randolph Hearst, conoció a su segundo esposo, Cedric Gibbons, director artístico de la Metro Goldwyn Mayer. Con él cambió su look y se volvió más sofisticada. Estuvo un año inactiva, por enfermedad y por el fracaso de sus cintas, por lo que era considerada "veneno de taquilla". Así conoció a Orson Welles, quien la enamoró. Por él se divorció, aduciendo "la actitud fría e indiferente de su esposo que le producía crisis nerviosas". Gibbons lo aceptó y ella se envolvió en el torbellino Welles. Filmó a su lado, crecieron juntos, pero él la abandonó por Rita Hayworth. Sola, con su padre recién muerto, con una carrera cuesta abajo, decidió volver a su patria en 1942. Sin perder su vida glamorosa, estuvo ligada amorosamente a Archibaldo Burns, mientras hizo los preparativos para su primer filme mexicano, Flor silvestre , con quienes integrarían su equipo por una década: Emilio Fernández y Gabriel Figueroa. Con el Indio sostuvo después un discreto romance del que poco se hablaba. Tuvo otras relaciones, una con Tito Junco y otro con el torero español Rafael Ortega. Filmó en España, en Argentina, con John Ford. En México siguió muy activa tras las cámaras, pero se encontraba sola hasta que conoció a Lewis Riley en Acapulco. Se casó con él y permanecieron juntos hasta su muerte en 1983. Cuando el cine mexicano decayó, se dedicó al teatro, hizo una radionovela y televisión en EU, fue jurado en festivales de cine. Siempre mostró profesionalismo, incluso actuó el día que sepultó a su madre. No la detuvo la enfermedad ni la edad. Su vida, de cuento de hadas, la resumió en un homenaje en TV: "Por encima de las penas y de las alegrías que la vida haya podido depararme, pienso que lo esencial para mí fue haber sabido encontrar un sentido a mi propia existencia y haberme entregado a él con plenitud, sin reservas".