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Iñárritu: "Yo era el prieto y feo"

César Huerta Ortiz| El Universal
Domingo 22 de febrero de 2015
I��rritu:

En el set de Birdman, junto con Emmanuel Chivo Lubezki. (Foto: ESPECIAL Y TWITTER )

El Negro, como es conocido en el medio, puede llamar en plena madrugada para comunicar una idea y mandar flores a quien lo ha apoyado; usó los mismos zapatos en sus tres primeros filmes

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Alejandro González Iñárritu nació pesando seis kilos y por ello sus hermanos le recordaban que había sido grande, gordo y morado.

“Mi padre era cinéfilo, me llevó a películas por lo cual me indujo al arte, y mi madre igual; soy el más chico de cinco hermanos y no había, no existió tampoco, un ambiente enfocado a la literatura. Era mucho más ordinario.

“Mi necesidad era separarme al ser aplastado por mis cuatro hermanos: el mayor tenía la atención, era rubio, ojos azules y yo era el prieto y feo”, recuerda el realizador.

Lo dice riendo un poco y ante la sorpresa de quien lo escucha: un grupo de estudiantes en la ciudad de Xalapa, Veracruz.

Su infancia la pasó en la Narvarte, colonia del DF, y su papá era alguien que ocasionalmente tenía problemas económicos.

Cuando adolescente, sus amigos viajaban a Houston y Disneylandia, pero él no.

Se subió a un avión hasta los 17 años, poco después de que, por decisión propia, se sumó a un barco carguero para trabajar de limpiapisos y recorrer el mundo.

“Mis amigos eran los dentistas y los cuenta chicles (en el DF); los amigos de mi papá eran los que llegaban para cobrarle y les invitaba un café, para que no lo hicieran, literalmente”, cuenta.

Fue, dice, la oveja negra de su familia.

“Lo fue en cuanto a leer, comencé muy joven para revelarme a la norma de mi casa; me acuerdo del impacto de Aura siendo yo un adolescente; fue como el primer beso que no sabe cómo manejarse, pero te gusta.

“Me acuerdo de El aleph y cuando llegué a mi clásica crisis de adolescente estaba Herman Hesse hasta que en una escuela me quitaron El lobo estepario ¡porque estaba deprimido!”, detalla entre risas el cineasta.

“Creo que el existencialismo me afectó mucho y aún ahora me da miedo leerlo de nuevo”.

Tarareando, dirige. Este chilango empezó su carrera profesional en 1986 como DJ en la emisora WFM (96.9 FM), al lado de Martín Hernández, quien recuerda unos años con mucha música y pizza.

Estudió cinematografía en Maine bajo la supervisión de Ludwik Margules y en Los Ángeles bajo la de Judith Weston.

En los 90 ya estaba a cargo de la producción de Televisa y en su foja contaba con ser organizador de conciertos masivos, como el de Rod Stewart en Querétaro.

Nada que ver con aquel jovenzuelo que un día fue despedido de un rancho tejano, donde había sido contratado para quitar la hierba, pero que al ser descubierto dormido, fue echado.

O con aquella persona que durante un año y con mil dólares, vivió en Europa y Marruecos.

“Viví como perro, pero con mucho orgullo, me dio mucha vida eso”, expresa.

Con Guillermo Arriaga formó una dupla durante tres películas, siendo Amores perros, su ópera prima, ganadora en Cannes y nominada al Oscar en la categoría de Película en Lengua Extranjera en 2003.

Luego se distanciaron por un asunto de paternidad de la obra. Uno decía ser trabajo de equipo, otro solicitaba reconocimiento personal.

Aún ahora, tras más de seis años, no se hablan y evitan hablar sobre su ex compañero.

En Amores perros, González Iñárritu siempre tuvo la humildad de tararear canciones para poner a punto a los actores, narró en su momento la actriz Vanessa Bauche.

Lo sigue haciendo, señala el propio cineasta, ahora en Calgary, Canadá, donde se encuentra en plena filamación de The Revenant, cinta de época con Leonardo DiCaprio, estrella de Titanic.

“Cuando de pronto escucho a directores que dicen haber sido marcados por uno o dos cineastas, yo no tuve ese momento.

“Recuerdo Midnight cowboy que me llevó a ver mi padre, pero no fue de decir quiero ser director en ese momento; hoy sé que hubo un impacto muy serio en mi vida”, acepta el realizador.

Vaya que lo tuvo. Todo mundo dice que es alguien estricto en el set y fuera de él.

En su ópera prima, a pesar de que la producción fue asaltada en una colonia donde se rodaron escenas, él se empecinó en seguirla utilizando porque ayudaba a contar su historia.

Ahora es capaz de hablar de madrugada a su representante de prensa para comunicarle una idea que se le acaba de ocurrir.

Pero también es alguien que incluso manda flores a quienes lo han apoyado, en señal de respeto y aprecio.



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