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El mensaje yihadista a los países árabes

Jana Beris / Corresponsal en Medio Oriente| El Universal
Jueves 05 de febrero de 2015
El mensaje yihadista a los pases rabes

APOYO. Palestinos muestran su solidaridad con el piloto jordano asesinado por el Estado Islámico, en una protesta en la embajada de Jordania en Ramalá. (Foto: MAJDI MOHAMMED / AP )


E l teniente Muaz Kasasbeh, el piloto jordano que estaba prisionero desde diciembre en manos del Estado Islámico (EI) y que murió de una forma especialmente cruel al ser quemado vivo en una jaula, es el primer árabe asesinado con la túnica naranja ya distintiva de las víctimas más notorias de los islamistas.

Hasta ahora todas las víctimas presentadas ante las cámaras —salvo los dos rehenes japoneses ejecutados en la última semana de enero— eran occidentales (periodistas y cooperantes). Todos fueron degollados.

Observadores que siguen al EI comentaban que el video de 22 minutos que muestra su muerte es el más bárbaro de todos los difundidos hasta ahora por estos extremistas. Aunque resulte difícil analizar qué es menos cruel, morir degollado o quemado, en la diferencia entre los dos sistemas quizás haya un mensaje simbólico al mundo árabe, que en definitiva, es hasta ahora la mayor víctima del fanatismo islamista del califato proclamado en junio último por Abu Bakr al-Baghdadi.

De fondo, hay un fuerte deseo de atemorizar y amedrentar. Y claro está que los primeros con los que se topan los islamistas en sus intentos de conquistas, son su propia gente: árabes, en su enorme mayoría musulmanes, muchos de ellos sunitas igual que ellos, además de los chiítas con los que hay una dura lucha dentro del propio islam. Todos ellos son las primeras y principales víctimas del EI. Pero más allá de ello, un serio problema que dicha organización, autoproclamada califato, supone para el mundo musulmán, es que no acepta lealtades paralelas y deja en claro que los musulmanes todos deben apoyarle como única autoridad.

Dado que para el EI, las fronteras son las determinadas por el islam, no por consideraciones políticas, los Estados del mundo árabe tal cual existen hoy carecen de valor y deben desaparecer para fundirse con el creado por el islam en sí.

Estos dos elementos fueron claves en la decisión, meses atrás, de la Liga Árabe, de adoptar formalmente la decisión de enfrentarse al EI y cooperar con todos los esfuerzos bélicos para combatirlo.

Fue justo en el marco del apoyo a la coalición occidental-árabe contra el EI que el piloto jordano cayó preso cuando sobrevolaba Raqqa, considerada la capital de los islamistas en Siria. “Los cancilleres árabes han aceptado tomar las medidas necesarias para confrontar a grupos terroristas”, dijo en su momento el secretario general de la Liga Árabe, Nabil el-Arabi. “Lo que se necesita es una decisión clara de participar en una confrontación global, militar y políticamente”, agregó.

Este es el trasfondo de los resultados arrojados por un sondeo del Centro Árabe de Investigación y Estudios Políticos en el Instituto Doha, que señala que 85% de los árabes tienen una visión negativa del EI. Una de sus manifestaciones fue la carta publicada por figuras destacadas dentro del mundo musulmán, rechazando las prácticas del EI, declarando ilegal su autoproclamación como califato al que todos supuestamente deben jurar fidelidad y condenando la práctica de degollar a las víctimas.

De todos modos, dado que de fondo siempre hay en el mundo árabe un profundo sentimiento anti-occidental y especialmente antiestadounidense, paralelamente a las críticas al EI, también hay incomodidad a nivel popular, con la coalición occidental que le ataca y que cuenta con participación de países árabes.

La mayoría de los regímenes árabes, ven en el EI claramente, un declarado enemigo. Su gente ha logrado aterrorizar también a los pueblos. Si fueran los ciudadanos del mundo árabe los que decidieran si seguir combatiendo al EI junto a Occidente o no, quizás la pregunta clave sería a quién odian más, a esos radicales o a Estados Unidos.

Pero no son los pueblos los que toman la decisión, sino los gobiernos, que se sienten físicamente amenazados por la expresión más extrema de su propia religión.



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