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“ El mundo entero lamenta la pérdida de su genio de múltiples facetas, en tanto que la supervivencia de este país frente al peligro más grande, será un monumento perpetuo a su memoria por su conducción, su visión y su valor indomable”, dijo la reina Isabel II de Inglaterra, al enterarse de la muerte de Winston Churchill, ex primer ministro británico.

A los 90 años, el 24 de enero de 1965 murió víctima de una trombosis cerebral el más grande de los estadistas del siglo veinte y pieza fundamental durante la guerra contra Alemania. Considerado por el presidente John F. Kennedy como “el hombre más honrado y más honorable que transita por el escenario de la historia humana”.

Sir Winston fue un gran defensor de las Naciones Unidas y, especialmente, de la unidad europea. Así lo expresó en un artículo que publicó en EL UNIVERSAL el conde Attlee, ex primer ministro de Inglaterra y sucesor de Churchill en 1945.

Al conocerse la noticia de su muerte, varias naciones expresaron su pésame y rindieron homenaje al político inglés. Las banderas de toda Europa quedaron a media asta. En la Asamblea de la ONU se guardó un minuto de silencio y se levantó la sesión matutina. En la entonces Unión Soviética se le rindió un tributo oficial. En México, más de 200 personalidades de la política, la diplomacia y particulares, acudieron a las oficinas de la Embajada británica en México para firmar en las páginas del libro que se colocó en el salón de recepciones de esa misión diplomática.

Hace 50 años, este diario destacó entre sus páginas los majestuosos funerales de Estado para Sir Winston Leonard Spencer Churchill, organizados en la imponente Catedral de San Pablo, donde se encuentran los mayores héroes militares de Inglaterra: Nelson y Wellington.

En este recinto le rindieron homenaje de respeto más de tres mil invitados, que acompañaron a su viuda lady Clementine, a sus hijos y nietos. Entre estos destacó la presencia de la reina Isabel II, ya que los monarcas sólo concurren a funerales de otros reyes. También participaron jeques, presidentes de otras naciones, entre ellos el general Charles de Gaulle, de Francia.

Antes de llegar a la catedral, las honras fúnebres se realizaron durante tres días en la capilla ardiente en Westminster Hall, en donde muchas personalidades desfilaron ante el cadáver del político que recibió el Premio Nobel de Literatura en 1953, entre ellas la reina Isabel II, el marqués de Santa Cruz, embajador de España, ex primeros ministros británicos, duques, princesas y miles de personas de todas las clases sociales.

El 30 de enero, el ataúd del hombre que acumuló honores, como la Orden de la Jarretera, fue colocado sobre el armón de artillería real, el mismo que condujo los restos del rey Jorge VI y fue paseado lentamente por la Plaza del Parlamento. Siete mil soldados marcharon por las calles de Londres y se alinearon a ellas. Los cañones dispararon tres veces y la Real Fuerza Aérea patrulló lo cielos. Diez bandas militares tocaron durante el entierro del también pintor, periodista y militar, siempre recordado como el hombre que condujo a Inglaterra a la victoria en la Segunda Guerra Mundial.

La nación británica pensó dar sepultura a su héroe en la Abadía de Westminster, pero la última voluntad de Sir Winston fue que sus restos se depositaran junto a los de sus padres Lord Randolph y Lady Randolph, y los de su hermano John, en el pequeño cementerio de la iglesia de San Martín, en la localidad de Bladon, cerca del palacio Blenheim, donde nació el 30 de noviembre de 1874.

Su enfermedad

Durante diez días Sir Winston permaneció convaleciente en su residencia de Hyde Park Gate, acompañado de su esposa Lady Clementine, sus hijos y nietos. El 15 de enero Lord Moran, médico y viejo amigo de Churchill, informó a la opinión pública el estado de salud del político y dijo que el anciano líder “estaba cayendo en un sueño cada vez más profundo, sin indicios de dolor o incomodidad consciente”, del cual no despertó.