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"Nunca podré olvidar lo que viví"

Jana Beris Corresponsal| El Universal
Domingo 10 de mayo de 2015

"No se olvida cuando se mata a alguien... Y el olor de carne quemada en la batalla. Y el miedo... y tanto más". (Foto: JANA BERIS. EL UNIVERSAL )

Abraham Grinzaid, veterano del Ejército Rojo, evoca sufrimientos


Jerusalén.— Son muchos los traslados que Abraham Grinzaid, hoy de 89 años, aún recuerda. Y sabe que algunos de ellos le salvaron la vida... lo cual es especialmente claro al rememorar los hechos, a 70 años de culminar la Segunda Guerra Mundial. El relatarlo en Israel, adonde llegó como emigrante judeo-soviético en 1990, tiene para él una dimensión singular.

A los pocos años de radicarse en Israel, habiendo logrado aprender buen hebreo, Abraham ya estaba abocado a la actividad pública, además por cierto de trabajar. En pocos años fue electo presidente nacional de la Organización de Veteranos de la Segunda Guerra Mundial Combatientes contra los Nazis. Pero más que el título, a él le importa sentir que aportó a derrotar a los nazis. Y hasta guarda con especial cuidado el saco de su traje, con todas las condecoraciones que recibió como soldado en el Ejército Rojo.

Nació en Rumania, en una aldea en la que no quedó ningún judío vivo, todos ellos fueron asesinados por los nazis. Pero él ya no estaba allí cuando los nazis llegaron. Él, hijo único, y sus padres, habían alcanzado a huir hacia el norte, a Rusia. Y en 1941, cuando la guerra llegó al frente ruso, la familia ya estaba en Uzbekistán.

Cuando aún no había cumplido 17 años, fue reclutado por el Ejército Rojo.Y al año siguiente, fue enviado al frente. “Pensé que jamás volvería a casa”, cuenta hoy Abraham. Luchó en Polonia, Alemania, Checoslovaquia... y recuerda todo.

Se sumó a la Inteligencia de una unidad de paracaidistas. “Era buen soldado, aunque tenía miedo, pero no lo quería mostrar”, cuenta hoy. “Recuerdo que le escribí a mi madre que estaba luchando porque habíamos perdido todo, a papá, nuestra casa... todo”.

Aprecia lo que tiene, entre otras cosas, porque recuerda cómo vivió... y porque al haber perdido años atrás a su única hija, por cáncer, todo adquiere otra proporción. Pero eso no le hizo olvidar la guerra. Recuerda el hambre. La extrema pobreza. El nombre del compañero que le salvó la vida cuando rodó junto a ellos una granada. Su nombre lo lleva tatuado en un brazo.

Al preguntársele cuál es el significado de este aniversario, 70 años desde el fin de la guerra, responde con una bendición en hebreo en la que se agradece a Dios por haber dado vida y “que nos haya hecho llegar a este tiempo”.

Para Abraham, la experiencia de la guerra no pasó por los guetos ni los campos de concentración, sino por el frente de batalla. No se atreve a comparar con la vivencia del Holocausto, pero asegura que las suyas fueron vivencias duras “que nunca olvidaré”. Como matar a un soldado alemán... “No se olvida cuando se mata a alguien”, asegura hoy. “Y el olor de carne quemada en la batalla. Y el miedo... y tanto más”.

Recuerda la carta que mandó a su madre cuando terminó la guerra: “Estoy vivo, mamá”, el resumen más relevante por cierto de la situación.

No olvida la sensación de venganza que le acompañó mucho tiempo, hasta que comprendió que eso no tiene sentido alguno. Y el sentirse violento. El no soportar oír a alguien hablando en alemán... hasta que la vida retomó su curso normal.

Recalca que en la guerra, un millón y medio de soldados judíos combatieron a los nazis en el marco de distintos ejércitos de sus respectivos países, medio millón de ellos, soldados en el Ejército Rojo. Aproximadamente 200 mil cayeron en el frente.

“Es importante que los niños de Israel y del mundo aprendan no sólo sobre el Holocausto, sino también sobre el heroísmo que hubo, sobre la lucha sin tregua... y la valentía en medio del horror”.

Abraham no quedó sumido en el pasado, pero jamás dejó de tenerlo presente. “Estos 70 años, viví, estudié, comí, trabajé, me casé, todo... pensando siempre en lo que pasó en la guerra... Es imposible olvidarlo”, afirma.

Se retira del salón en el que nos recibió y vuelve con una percha cubierta de un plástico protector. Allí guarda, con gran cuidado, una chaqueta repleta de medallas y condecoraciones. Las muestra satisfecho... pero a nosotros nos parece que también con dolor.



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