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Análisis. Un horizonte estrecho

J. Jaime Hernández| El Universal
Miércoles 29 de enero de 2014

WASHINGTON.— Disipado el eco de los aplausos, muchos se preguntan si el presidente estadounidense Barack Obama conseguirá superar los obstáculos que los republicanos le han puesto durante más de cinco años para acortar la enorme brecha entre ricos y pobres, o hacer realidad una reforma migratoria.

Con su mensaje del Estado de la Unión, Obama se jugó la que quizá haya sido su última oportunidad para garantizar que no sucumbirá en los casi tres años que le quedan en la Casa Blanca víctima de la asfixia legislativa y de los continuos intentos por convertirle en una suerte de primer ministro a merced de un Congreso dominado a capricho de los republicanos y los intereses creados.

De ahí la amenaza presidencial de hacer avanzar su agenda del cambio vía órdenes ejecutivas: tras un primer mandato de esperar en vano para negociar temas clave como la reforma migratoria, el alza del salario mínimo o un mayor control sobre las armas de asalto, el presidente consideró que llegó el momento de fajarse los pantalones y resucitar el poder presidencial que él mismo contribuyó a desdibujar.

Desde que George Washington estableció la tradición de rendir un informe anual sobre el Estado de la Unión, el discurso presidencial ha tenido como objetivo central fijar la agenda o informar a la nación sobre los logros obtenidos por los gobiernos sucesivos. Pero los discursos de Obama, desde el primero en 2009, han estado más llenos de promesas que de logros concretos. De las 41 peticiones presentadas al Congreso en 2013, sólo consiguió hacer realidad dos iniciativas: la renovación del acta contra la violencia hacia las mujeres y el acuerdo para no declarar la suspensión de pagos.

Obama sabe que, a 50 años de la lucha contra la pobreza que emprendió el presidente Lyndon B. Johnson, la desigualdad sigue siendo una de las asignaturas pendientes en EU. Según un estudio de la Universidad de Harvard, la pobreza afecta en términos generales a más de 50 millones de personas. El censo de 2010 indica que desde el estallido de la última crisis la tasa de pobreza se mantiene en 27.2% entre la comunidad afroamericana y en 25.6% entre los hispanos.

Por ello, Obama decidió mostrar por primera vez los dientes a los republicanos con la amenaza de las órdenes ejecutivas para elevar el salario mínimo. De inmediato, el líder de la mayoría republicana, John Boehner, advirtió al presidente: “Hay una Constitución ante la que todos hemos jurado”.

Los demócratas, en cambio, se mostraron complacidos con la nueva estrategia. Después de todo, detrás de este lance presidencial está la preocupación de Obama por la suerte que correrán los demócratas en las legislativas de medio término. Según las últimas encuestas, en noviembre los republicanos podrían arrebatar a los demócratas la mayoría en el Senado y consolidar su poder en la Cámara Baja capturando un total aproximado de 30 escaños.

De cumplirse este vaticinio, Obama se convertiría en uno de los presidentes más débiles en el tramo final de una era que llegó con la promesa de un cambio y que hoy enfrenta un horizonte cada vez más estrecho para cumplir su agenda y asegurar su legado.



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