Desde 1969 el entonces príncipe Juan Carlos participó en la política española. En ese momento Francisco Franco lo nombró sucesor de la Jefatura del Estado y, desde 1971, sustituyó al dictador temporalmente cuando Franco se ausentaba o sufría alguna enfermedad. Después de su muerte, el 22 de noviembre de 1975, fue proclamado rey de España.

El rey tuvo un legado sustancial en la transición española. Facilitó el logro de acuerdos y consensos y tejió el escenario necesario para reconciliación sin violencia. Después de su nombramiento, lo primero que hizo fue quitar al presidente designado por Franco, Arias Navarro, y conllevó las acciones necesarias para que en 1976, Adolfo Suárez, el gran artífice de la transición, llegara a la presidencia.

Con un acompañamiento constante del rey al presidente, se logra llevar a cabo la reforma política de 1977 y gracias al resultado de un referéndum se obtiene, en forma consensuada, la Constitución de 1978.

Más tarde, en 1981 su presencia fue también clave para desactivar el golpe de Estado pensado por Tejero y Miláns de Bosch. Defendió siempre la legalidad y nunca aceptó para la política española la intolerancia, evitando así la permanencia de los golpistas en el entonces futuro de la construcción española. De esta manera se mostró como un gran personaje. Un líder con ideas claras sobre el rumbo de España. Se le veía con respeto dentro y fuera del país.

Dado el reconocimiento alcanzado, tuvo grandes acciones en política exterior y en el nuevo papel español en la política global. En 1986 logró la incorporación de España a la Comunidad Económica Europea. No se limitó a la presencia regional. Su papel en América Latina fue claro y su mensaje siempre el de unidad entre la región y España.

Casi después de 40 años, el mismo año de la muerte de Adolfo Suárez, el rey Juan Carlos deja el trono. ¿Es suficiente mantener la monarquía parlamentaria? ¿Es tiempo de pensar en otra nueva y democrática? Eso, a él no le toca ya.

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Secretaria de la sección mexicana del Club de Roma