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Crónica. ¡Rusia!, ¡Rusia!

Luis Cárdenas| El Universal
Sábado 15 de marzo de 2014
<b>Crnica.</b> Rusia!, Rusia!

TRIUNFALISTAS. Activistas prorrusos caminan hacia el Parlamento en Simferopol, Crimea. (Foto: XINHUA )


KIEV.— Tomamos un café en un pequeño restaurante en Borispol. Alexander, un joven soldado ucraniano con quien he hecho migas me insiste en olvidarme de visitar Crimea: está tomado por el ejército ruso y eso no es bueno, es peligroso y podemos terminar mal, muy mal, reitera.

Mi necedad puede más que sus intenciones de protegerme. Dos horas más tarde estoy en la estación de trenes de Kiev. Alexander me ayuda a comprar un boleto para Simferopol, me escolta hasta mi vagón y me encomienda con la encargada, subo con él hasta la pequeña cabina que alberga dos literas que no prometen comodidad en el viaje de 14 horas que me espera en unos minutos más.

Las vías que corren de Kiev a Crimea son en su mayoría una herencia de la antigua Unión Soviética, el tren no permite conexión entre vagones y apenas hay un pequeño pasillo por el que se pueden estirar las piernas; hay café, té y agua.

Durante el trayecto tengo mucho tiempo de pensar en el sueño de Alexander: es soldado porque tiene un salario seguro pero odia la estricta disciplina militar; en realidad su vocación está en la mecánica. Jamás ha salido del país y jamás ha vivido en otro pueblo que no sea el de Borispol.

El sueño de Alexander, a sus 23 años, es vivir en Estados Unidos. Quiere recorrer las carreteras de “América”. Come al menos tres veces por semana en McDonald’s, adora las Big Mac y ama las papas fritas.

Para Alexander los rusos son, así, a secas, malos y su país debe ser parte del mundo occidental.

Literalmente, el tren huele a mierda, el problema del baño es grave y sus humores se esparcen por el vagón, afuera hace un frío atroz pero adentro el calor sofoca todo. Mi compañero de viaje es un ruso que no habla y ronca en calzones. Tengo insomnio, es imposible dormir ante el miedo de ser detenido.

Son las siete la mañana, casi las ocho, cuando cruzamos la frontera de la República Autónoma de Crimea; por la ventanilla veo un tanque ruso con soldados armados que están resguardando la zona. El tren se detiene en la siguiente estación, veo que algunos militares hablan con personal de tren. Diez minutos después seguimos nuestro camino.

Llegada a Simferopol

Horas más tarde estoy en Simferopol. Hombres armados con banderas rusas resguardan el lugar; cuando me bajo del tren veo a una persona que ha sido detenida por los guardias, le piden su boleto y le hacen preguntas; paso de largo, tengo suerte, ahora estoy fuera de la estación y nadie me cuestionó.

Con un mapa en mi teléfono celular, le explicó a un taxista que quiero ir al aeropuerto, debo constatar si verdaderamente esta tomado por el ejército ruso. Pactamos un precio que me parece muy alto y que pago sin chistar. Veinte minutos después estoy en un aeropuerto que me recibe con la bandera de Rusia.

Los vuelos a Moscú salen por la terminal de viajes domésticos que está llena de militares que se van o que llegan. Los vuelos a Kiev, Ucrania, salen por la terminal de vuelos internacionales. El aeropuerto, al menos de facto, es territorio ruso.

Salgo del aeropuerto rumbo al centro, busco un hotel sin éxito. Algunos están llenos de periodistas y los que tienen un cuarto disponible me han pedido mi pasaporte y no creen que sea un turista mexicano, dicen que soy periodista norteamericano. No vale la pena caer en argumentos, la orden es clara: sólo se hospedan rusos.Agradezco a Alexander por haberme obligado a comprar un boleto de regreso en tren para ese mismo día: al menos tengo aún una salida.

Caminando rumbo al centro, escucho cánticos soviéticos. Es la voz grave, poderosa, de un hombre que dedica sus notas a la madre Rusia.

Estoy en la plaza principal, cientos de banderas rusas se ondean a la sombra de una estatua gigantesca de Vladimir Lenin en el centro.

Viajé a Crimea y viajé en el tiempo, estoy en la antigua Unión Soviética, no me queda ninguna duda; los pequeños parques tienen tanques rusos de la Segunda Guerra Mundial, hay estrellas rojas por doquier. Una señora entrada en años dibujó una bandera de Rusia en su rostro; está llorando mientras canta una canción que se oye en toda la plaza por los altavoces. Grita en ruso: ¡Regresamos a nuestra madre!

Todo el sitio se cimbra cuando la gente, quizá cinco u ocho mil personas, gritan al mismo tiempo: Ru-ssi-a, Ru-ssi-a, Ru-ssi-a. Un adolescente reparte panfletos que dicen: Crimea es Rusia, no Ucrania.

Hay discursos políticos vitoreados con aplausos estridentes, hay felicidad, como si todo fuera un festejo, en Crimea dan por un hecho la independencia y luego la anexión que se votará en un referéndum. Una bandera de Cuba bajo la insignia Rusa se ondea en la plaza, me acerco, son militares rusos que hace décadas entrenaron a los soldados cubanos, un hombre habla como en español, pregunto si puedo hacerle una entrevista, no me entiende, pregunto en inglés y me responde que sí bajo la condición de que sea sólo en español, el inglés lo conoce pero no lo quiere pronunciar.Apenas me da una respuesta: Crimea regresar (sic) a casa.

Un periodista internacional me ha convencido de comprar un vuelo para regresar a Kiev en dos horas más, no hay forma ni garantías de seguir trabajando desde Crimea, hace días golpearon a un compañero suyo, cuenta, y Rusia no va arriesgarse a vetar la salida de un avión repleto de medios internacionales. Es hora de partir. Cinco horas después aterrizo en Kiev. A dos kilómetros hay un Mc Donald’s.



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