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Análisis. Palestina y la ilusión de la paz

Eduardo Mora Tavares| El Universal
Sábado 02 de agosto de 2014
<b>Anlisis.</b> Palestina y la ilusin de la paz

GUERRA. Un soldado israelí alista un proyectil para dispararlo contra Gaza. (Foto: BAZ RATNER / REUTERS )


“La novia es hermosa, pero está casada con otro hombre”. Aunque la frase, atribuida a una delegación sionista que visitó Palestina a fines del siglo XIX para examinar la posibilidad de establecer allí un hogar nacional judío, parece ser falsa, expresa una gran verdad: que Palestina estaba habitada por una población mayoritariamente árabe, pero también por judíos. El movimiento sionista creó el mito de la existencia de un territorio sin pueblo para un pueblo sin territorio, un pueblo en la diáspora que había habitado las tierras bíblicas de Judea y Samaria, donde se asienta hoy la Cisjordania palestina, ocupada por Israel desde 1967.

El gran problema es que la creación del Estado de Israel en 1948 significó la expulsión de la población árabe palestina. Si bien la ONU había acordado en 1947 la partición de Palestina para crear dos Estados; uno palestino y otro israelí, el rechazo árabe a tal plan y la guerra entre árabes y judíos que estalló después, condujo a la diáspora palestina. Los palestinos se convirtieron así en un pueblo parecido al judío, víctima de diásporas históricas.

Contra lo que sugieren manifestaciones antisemitas en diversas partes del mundo, la política israelí en Palestina dista mucho de ser equiparable a la de la Alemania nazi y el exterminio de seis millones de judíos, pero las acciones militares israelíes contra civiles en Gaza resultan atroces. Israel parece decir a los palestinos que el costo de apoyar a Hamas es mortal. Que con Hamas nada ganarán, que si quieren alcanzar un entendimiento con Israel tendrá que ser prescindiendo del grupo “terrorista” que gobierna en Gaza tras ganar las elecciones de enero de 2006.

Los palestinos de Gaza seguirán sufriendo el bloqueo israelí a menos que Hamas cambie y acepte la existencia de Israel, abandone el terrorismo y muestre el interés de lograr un acuerdo de paz que conduzca, eventualmente, a la creación de un Estado palestino, sumado a los territorios de Cisjordania donde gobierna administrativamente la Autoridad Palestina; un Estado con características sui generis, probablemente sin ejército, con una política exterior que no ponga en riesgo la seguridad de Israel y que se ocupe, sobre todo, de asuntos domésticos. Mientras eso no ocurra y Hamas siga atacando con cohetes a Israel y construyendo túneles para secuestrar y asesinar a israelíes, el castigo devastador continuará.

Debe entenderse que Israel es la parte fuerte: ha vencido en todas las guerras árabes-israelíes, pero el costo de las victorias también ha sido alto para Israel. En cada guerra no sólo han muerto israelíes, sino que también se ha ido erosionando la simpatía mundial que el Estado judío tenía desde su fundación: una nueva nación con aspiraciones colectivistas (kibutz), una isla democrática en el océano de las monarquías feudales y regímenes pretorianos árabes, el oasis que hizo florecer el desierto.

Cada vez que cae una bomba israelí sobre un hospital o escuela de Gaza y mata a mujeres y niños, ésta pega también a la conciencia de Israel. El argumento de que Hamas usa a la población civil como “escudos humanos” no da la razón moral a Israel para bombardear indiscriminadamente y para evitar una vía distinta a la militar para resolver la cuestión palestina de una vez por todas.

Benjamin Netanyahu, el primer ministro de Israel, es un hombre inteligente, con una amplia trayectoria política dentro de los gobiernos de la derechista Likud desde fines de los años 80. Fue soldado de élite y es un experto en lucha antiterrorista, pero sobre todo es un ferviente defensor del Estado de Israel. Su política actual refleja todo eso, pero su inteligencia parece obnubilada para encontrar la paz más allá de las armas. El estado de guerra permanente no es bueno para Israel. Israel no desaparecerá como Estado y menos como nación, pero pareciera que su existencia depende de la confrontación eterna con los palestinos.

Desde que inició el proceso negociador de Madrid (1991) y de Oslo (1993), los palestinos han ganado poco (en buena parte por sus propios errores y divisiones); Cisjordania está llena de asentamientos israelíes, cuya construcción no cesa, y Gaza es un desastre en términos de infraestructura y desarrollo. Cada nueva ofensiva israelí incrementa la devastación. Los bombardeos dan una seguridad frágil a Israel; incuban mártires y terroristas y generan odio. Los israelíes no podrán vivir tranquilos sólo con un rifle al hombro y menos con tantos palestinos masacrados. Los cohetes tampoco dan mucho a los palestinos: antes bien, las represalias israelíes multiplican las tumbas palestinas. La estrategia de Hamas parece suicida y criminal.

Se puede imaginar, tal vez ilusamente, que si se estableciera la paz (con la solución de dos Estados, el de Palestina junto al de Israel), las costas de Gaza podrían ser un paraíso para palestinos, israelíes y visitantes de todo el mundo; se transformaría un territorio de muerte y destrucción en un polo de desarrollo en Levante. Quizás hace falta una nueva generación de líderes de ambas naciones que vean más allá del combate inmediato, de las ideologías radicales, los fanatismos mesiánicos y las fronteras sagradas.

 

eduardo.mora@eluniversal.com.mx



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