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Análisis. Las dos caras de Marina Silva

Hernán Gómez Bruera| El Universal
Domingo 05 de octubre de 2014

Los momentos de crisis social o política suelen ofrecer oportunidades para el oportunismo y el transformismo.

Como resultado de las protestas juveniles de junio de 2013, cuando más de un millón de brasileños —especialmente jóvenes— irrumpieron en las calles, la popularidad de casi todos los políticos se fue en picada. Pero hubo una sobreviviente: Marina Silva.

La ex petista, ministra de Medio Ambiente de Lula y estrella internacional del ambientalismo, apareció como uno de los presuntos rostros de la “nueva política”, alejada de los partidos tradicionales.

La muerte de Eduardo Campos la transformó en candidata a la presidencia. En cuestión de semanas desplazó al segundo en la contienda, Aécio Neves, y se colocó en posibilidades de peligrar la reelección de Dilma Rousseff.

No tuvo que pasar mucho tiempo para que la candidatura de Marina mostrara dos caras: una amable, que se presenta como candidata ciudadana; promete “pase libre” a los estudiantes en el transporte público y ofrece elevar el gasto en salud y educación (aunque al mismo tiempo prometa un ajuste fiscal) y otra cara, acomodaticia, cuya pauta está marcada por cálculos electorales inmediatos y una alianza con sectores conservadores.

Bastó el tuit de un pastor evangélico para que en cuestión de horas Marina borrara de un plumazo fragmentos enteros de la plataforma de su partido para renunciar al matrimonio entre parejas del mismo sexo y a una ley que busca criminalizar la homofobia.

A cambio de eso escribió un conjunto de generalidades en las que no se compromete a nada. Todo con un objetivo claro: captar el voto de un sector —el evangélico—, fácilmente manipulable electoralmente.

Pero Marina ha renunciado a mucho más. La candidatura de la ex militante de izquierda es hoy un instrumento de grandes empresarios y banqueros descontentos con un modelo económico que —bajo los gobiernos de Lula y Rousseff— ha recuperado el papel del Estado como promotor del desarrollo económico.

El plan es nombrar a un ministro de Hacienda conservador —el mismo que lo fue durante el gobierno de Cardoso— para aplicar una receta típicamente ortodoxa que permita alcanzar una acelerada deflación.

Marina se ha comprometido también a otorgar independencia al Banco Central, y así concretar una política típicamente neoliberal en la que los gobiernos renuncian a un instrumento esencial de política monetaria para otorgárselo al sector financiero.

Sugiere un debilitamiento del Banco de Desarrollo Económico y Social (el famoso BNDES); la privatización de los dos principales bancos públicos que todavía quedan en Brasil —el Banco do Brasil y la Caixa Económica— y está a favor de revisar el esquema explotación del petróleo para concesionarlo de forma más ventajosa al sector privado.

En política exterior la agenda de Marina Silva también revisita los años noventa. Escéptica del Mercosur como unión aduanera, pretende volver a la lógica de los tratados de libre comercio, de la que Brasil se alejó hace tiempo; privilegia las relaciones con las potencias tradicionales —Europa y Estados Unidos— para realinearse a sus intereses geoestratégicos y está por un relativo alejamiento de los BRICS, justo en el momento en el que este bloque comienza a perfilarse como una alternativa a los antiguos centros de poder mundial.

Bajo esta lógica Brasil pondría fin a la política exterior independiente que ha logrado construir durante los últimos años.

Más allá de lo atractivo que para algunos sea el personaje, ¿será que un programa así puede ser el rostro de la nueva política”?

Analista político e internacionalista, CIDE



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