Análisis. La tragedia afgana
El policía que debía protegerlas disparó contra dos periodistas que cubrían las terceras elecciones presidenciales en Afganistán desde que fue derrocado el Talibán. Al grito de “Alá es grande”, el agente abrió fuego contra la fotoperiodista alemana Anja Niedringhaus, quien murió instantaneamente, y la periodista canadiense Kathy Gannon, quien resultó gravemente herida.
El terrible incidente mostró la fragilidad del Estado afgano, incapaz de proporcionar seguridad a sus habitantes y a los extranjeros que laboran allí como cooperantes internacionales o comunicadores enviados para reportar lo que sucede en un país casi olvidado.
Afganistán es el ejemplo del Estado fallido. Ha vivido en el caos durante las últimas tres décadas, sólo sometido al orden en algunas zonas controladas por las tropas de ocupación extranjeras.
De 1979 a 1988 estuvo ocupado militarmente por la ex Unión Soviética, que encontró allí su Vietnam. Estados Unidos patrocinó, con recursos y armas, la resistencia afgana para expulsar a los invasores rusos. Luego, tras la disolución de la URSS, Afganistán fue abandonado a su suerte cayendo a mediados de los años 90 en manos del Talibán que estableció un régimen fundamentalista, retrógada y brutal con las mujeres.
Los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 devolvieron a Afganistán la atención mundial. EU encabezó una invasión militar —hoy ya su intervención armada más prolongada—, para castigar al régimen que protegía a Osama bin Laden, señalado como autor intelectual del 11-S.
La ocupación estadounidense fue acompañada por una intervención militar de la OTAN, legitimada por la ONU, que debe mantenerse hasta fin de año y que ha permitido algunos avances en educación, salud y mejor trato a las mujeres.
Pero la prosperidad es un sueño distante y la seguridad, condición básica para progresar en cualquier cosa, es muy limitada. El retiro estadounidense y de la OTAN sólo augura un nefasto regreso del Talibán. Formalmente, hoy se elige un nuevo presidente, pero el proceso electoral es precario en un país totalmente desarticulado, con zonas controladas por señores guerreros feudales y grandes cultivadores de amapola para la producción de opio y heroína.
Según la ONU, Afganistán ha batido todos los récords en la producción de opio en plena ocupación extranjera. Uno puede imaginar qué sucederá cuando esas tropas se retiren. El caos en el país asiático puede ser total.
Los afganos que se han vinculado a Occidente y ven en el modelo democrático una opción frente al Talibán están terriblemente asustados. No sólo perderán sus empleos con los ocupantes, sino la relativa seguridad y libertades que llevaron consigo. Es una tragedia. Osama ya está muerto, pero Afganistán difícilmente saldrá solo adelante.