La revolución de los paraguas
RECHAZO. Manifestantes levantan una pancarta con el rostro de Leung Chun-ying, líder de Hong Kong, caracterizado como Hitler. (Foto: VINCENT YU / AP )
veronica.rosas@eluniversal.com.mx
Los hongkoneses han alzado la voz. Armados con paraguas para protegerse de los gases lacrimógenos, salieron a tomar las calles del centro financiero de esta Región Administrativa Especial para demandar más apertura democrática, en uno de los mayores desafíos que ha enfrentado China en las últimas décadas.
Desde que en 1997 fuera devuelto a Beijing, tras pasar más de 150 años en calidad de colonia británica, Hong Kong funciona como una región con autonomía (excepto en materia de defensa y política exterior) bajo el principio de “un país dos sistemas”. Goza de una mayor apertura y de libertad para tomar decisiones económicas; de hecho, es el sexto centro bursátil más importante del mundo y el segundo en Asia, precedido por Tokio.
El 1 de julio de cada año, miles de personas salen a las calles en el marco del aniversario de su “devolución” a China, a fin de demandar mayor apertura política. Sin embargo, hasta ahora las demandas no habían tomado tanta fuerza, lo que diversos medios atribuyen a una clase media que no termina por unirse a las exigencias democráticas porque se ha acomodado al statu quo y teme turbulencias financieras, y a un sector rico que prefiere hacer en paz sus negocios con los chinos.
Impulsada por “Occupy Central” —un movimiento de desobediencia civil creado en enero de 2013 por el profesor universitario Benny Tai, con el propósito de presionar por el sufragio universal ocupando el centro financiero hongkonés—, la marcha anual tomó fuerza el año pasado ante la promesa china de que los hongkoneses podrían elegir libremente a su próximo líder, que hasta ahora es designado por un Comité Electoral integrado por unas mil 200 personas.
La perspectiva insufló esperanzas. En junio pasado, Hong Kong celebró un referendo no oficial sobre una reforma electoral para preguntarle a la gente cómo deseaba elegir a su líder. Más de 790 mil personas participaron en la consulta convocada por Occupy Central, que pidió a la gente manifestarse y ocupar el distrito financiero si China no daba curso a la propuesta electoral que presentaría el gobierno de Hong Kong con base en el referendo.
Telón de fondo
Con esto como telón de fondo, el 1 de julio de este año tuvo lugar una de las manifestaciones más grandes de Hong Kong. Cada vez más alzaban la voz para demandar mayor apertura y democracia. Un mes más tarde la esperanza sufrió un revés: el legislativo chino determinó que controlará la nominación de candidatos. Sí, los hongkoneses podrán elegir a su líder, pero de entre una terna de tres que serán previamente designados.
La reacción de la sociedad ha sido de indignación. Una nueva generación de jóvenes ha tomado la iniciativa y se han dado cita en las calles en lo que los medios llaman ya “la revolución de los paraguas” o “la primavera asiática”. Con una huelga estudiantil de por medio, los jóvenes se manifestaron la última semana de septiembre y para el sábado 27 el movimiento había cobrado tanta fuerza que la policía realizó detenciones y reprimió a los manifestantes con gas lacrimógeno y a bastonazos, en un hecho inédito desde 1997.
Los oficiales del orden disparaban el gas desde sus barricadas, mientras los manifestantes se cubrían como podían: las imágenes mostraban una cascada multicolor de paraguas, a manera de escudos.
Pese a todo, el domingo y lunes miles más se unieron a la manifestación prodemocrática, pidiendo también la renuncia del líder de Hong Kong, Leung Chun-ying.
Permanecían sentados en el centro financiero de Hong Kong, y más allá, desafiantes.
La reacción de China no se ha hecho esperar. Temerosa de que el clamor hongkonés se contagie empezó a bloquear las redes sociales. Instagram fue cerrado, en una estrategia que pareciera pretender que si los demás no ven ni escuchan cómo Hong Kong alza la voz, no se les pasará por la mente hacer lo mismo.
Por si las dudas, el lunes al cancillería advirtió a los países extranjeros que se mantengan al margen de lo que considera acciones “ilegales”, lo que no evitó que Estados Unidos expresara su apoyo a que Hong Kong tenga elecciones libres.
El reto que enfrenta Beijing no es menor, toda vez que debe conciliar la imagen de apertura y reforma que ha cimentado en los últimos tiempos, mientras conserva el statu quo y evita a toda costa dos cosas: mostrarse débil (alentando a los activistas y disidentes en la China continental) y que las manifestaciones tomen otro cariz. Por eso se ordenó que la policía antimotines se retirara, argumentando que los manifestantes estaban actuando en forma ordenada y pacífica. Nadie quiere despertar al fantasma de Tiananmen.
La tensión crece. En Taiwán y China han aparecido ya muestras de solidaridad con los hongkoneses y mientras Beijing prepara para hoy la celebración del 65 aniversario de la llegada del Partido Comunista al poder, los hongkoneses extendieron la zona ocupada, levantaron más barricadas y se abastecieron con víveres para lo que hasta ahora parece que será un largo pulso con el gobierno central chino.
Quieren elecciones libres y, paraguas en mano, por si regresan los gases lacrimógenos, están dispuestos a conseguirlas.