La caída del Muro de Berlín y su impacto en Centroamérica
Cientos de miles de personas se reunieron desde ayer en el corazón de la capital alemana para celebrar los 25 años de la Caída del Muro. (Foto: EL UNIVERSAL )
C uando los pedazos del Muro de Berlín empezaron a caer el 9 de noviembre de 1989 y simbolizaron el principio del fin de la Guerra Fría, la añeja pugna comunismo versus capitalismo seguía bañando de sangre a Centroamérica. Al amanecer del 12 de noviembre, la guerrilla comunista salvadoreña lanzó la más feroz ofensiva bélica urbana y rural contra las fuerzas armadas y la oligarquía tradicional de El Salvador que ejecutó en 12 años de guerra.
En otra madrugada —la del 16 de noviembre de 1989— de sangriento desenlace, cinco sacerdotes jesuitas españoles —Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín Barón, Segundo Montes, Amando López y Juan Ramón Moreno— y uno salvadoreño —Joaquín López y López— fueron asesinados por un batallón de la Fuerza Armada de El Salvador, en una mortal represalia contra lo que las viejas estructuras de poder de ese país consideraban como cerebros o jefes intelectuales de la subversión.
Un mes después, los entonces presidentes centroamericanos, reunidos en una cumbre en Costa Rica, aprobaron la desmovilización final de la “contra”, la fuerza bélica creada, organizada, financiada y dirigida por la Casa Blanca para combatir al entonces gobernante Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y a la revolución popular proclamada en 1979 en Nicaragua, convertida en “cabeza de playa” de Cuba y (con menor interés) la Unión Soviética para apoyar la expansión de la insurgencia izquierdista a El Salvador y Guatemala.
Aunque los gobiernos de Costa Rica, Nicaragua, El Salvador, Honduras y Guatemala suscribieron en 1987 un pacto de paz diseñado por el entonces mandatario costarricense Óscar Arias, las hostilidades bélicas prosiguieron más allá de los sucesos en Europa del Este: la guerra salvadoreña acabó en enero de 1992 y la nicaragüense en 1990, mientras que la guatemalteca, que estalló en 1960, finalizó en 1996, y los ejércitos del área se despojaron de cualquier injerencia política y se replegaron a sus cuarteles.
El proceso pacificador. “1989 fue el año clave en el proceso de paz centroamericano”, recordó el diplomático costarricense Melvin Sáenz, actual embajador de Costa Rica en Perú y quien de 1986 a 1990 integró el equipo de Arias como uno de los “carpinteros” que negociaron la pacificación regional.
Sáenz relató, en una entrevista con EL UNIVERSAL, que a partir de una cumbre de mandatarios efectuada en enero de 1989 en el balneario salvadoreño de Tesoro Beach, “se comenzó a avanzar paralelamente en la desmovilización de la ‘contra’, el lanzamiento del proceso político electoral nicaragüense, el principio de arreglo entre Honduras y Nicaragua y el relanzamiento del diálogo político en El Salvador”. “1989 fue el año clave para la paz centroamericana”, insistió. Como uno de los escenarios de confrontación indirecta entre Washington y Moscú, en la batalla este-oeste o capitalismo frente a comunismo, Centroamérica ardía en tensiones bélicas —tres guerras, en El Salvador, Guatemala y Nicaragua— que desbordaban sus efectos y sus complicidades y pugnas hacia sus vecinos —Honduras y Costa Rica— y con otro actor clave: Cuba, su estrecha alianza con Nicaragua y su irradiación como foco de ayuda a las guerrillas salvadoreñas y guatemaltecas.
Washington, proveedor directo o indirecto de armas de las fuerzas armadas de Guatemala, El Salvador y Honduras y de la “contra”, y Moscú, surtidor directo e indirecto de armamento del ejército de Nicaragua y, vía Cuba, del suministro bélico de las guerrillas izquierdistas, persistían como cruciales factores extrarregionales que atizaron la crisis centroamericana.
La Unión Soviética, que se desintegró en 1991 por efecto progresivo de los sucesos en el Muro de Berlín, y Estados Unidos “se dieron cuenta del cambio de época y apoyaron el proceso (de paz), sobre todo los estadounidenses, porque los soviéticos ya se habían desinflado” como decisivo factor de influencia en la región, aseveró Sáenz.
Saldo sangriento. En la puja comunismo contra anticomunismo que en la década de 1980 incendió al istmo pero que surgió con intensidad luego del triunfo en 1959 de la revolución cubana y su impacto regional, el saldo de 1960 a 1996 fue de más de 325 mil centroamericanos muertos o desaparecidos en los casi 15 años de guerras en Nicaragua (1975-1990), 12 en El Salvador (1980-1992) y 36 en Guatemala (1960-1996).
Luego de 1989, la vía de las armas fue un fracaso para las guerrillas izquierdistas y derechistas centroamericanas para conquistar el poder y debieron someterse a las urnas electorales.
Pero lo que para Estados Unidos era un peligro al caer el Muro de Berlín, hoy es una realidad: dos fuerzas políticas, la que conducía a la guerrilla salvadoreña y la que dirigía al régimen revolucionario nicaragüense, son hoy los partidos que gobiernan en El Salvador y Nicaragua, respectivamente.
En 1989, Estados Unidos sumó años de entregar recursos financieros y armas al ejército y a las viejas estructuras políticas y económicas salvadoreñas y de otorgar sustento político y diplomático para impedir que el entonces guerrillero e izquierdista Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) alcanzara el poder. El FMLN, que de ser una guerrilla pasó a movimiento político legal, se sometió a la vía electoral y es el partido de gobierno desde 2009 en El Salvador.
Con el final de la Guerra Fría, los países centroamericanos destrozaron armamentos de tropas irregulares, apaciguaron —sin eliminar— los enfrentamientos políticos entre naciones e intentaron avanzar hacia una nueva concordia regional, para tratar de consolidar la institucionalidad, pero una nueva violencia surgió para enseñorearse en la zona: la del crimen organizado y la delincuencia común, que mantiene a Centroamérica como una de las regiones más violentas del mundo con un sangriento balance general de más de 165 mil centroamericanos asesinados de 2003 a 2014.