Brasil, el sentido del cambio ante las urnas
ACTO. Seguidores del candidato presidencial por el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), Aécio Neves, pasan frente a propaganda de la presidenta de Brasil y candidata del Partido de los Trabajadores (PT), Dilma Rousseff, en Sao Paulo. (Foto: RAHEL PATRASO / XINHUA )
Sao Paulo.— Dos de las palabras que más se escucharon en la campaña que terminó ayer en Brasil fueron “transformación” y “cambio”. El país necesita darle un poderoso sentido a ambas, y quizá lo haga, una vez concluida la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, este domingo, en la que se vislumbra como la jornada más electrizante desde 1989. No sería la primera vez que este gigante regional apuntara hacia un cambio de rumbo.
De acuerdo con dos sondeos de Ibope y Datafolha, publicados ayer, Dilma Rousseff sería quien encabezara ese giro. La presidenta-candidata aventaja a su rival socialdemócrata, Aécio Neves, por 53% contra 47%, según Datafolha. Ibope la coloca en primer lugar por 54% contra 46%.
A lo largo de los últimos 80 años, Brasil vivió varias transformaciones que lo fueron llevando a lo que es hoy: un país continente con la estructura industrial más grande de la región. El primer gran cambio ocurrió entre 1930 y 1937, durante el primer gobierno de Getulio Vargas, que fue el resultado de un golpe de Estado.
La creación del “Estado Novo” se basó en un proceso de sustitución de importaciones mediante la creación de una industria de automóviles y de materiales bélicos, lo que permitió a Brasil posicionarse en el mundo. Aquella estructura resultó vital cuando Brasil le declaró la guerra al Eje (Alemania, Japón e Italia) en 1942. No sólo colocó sus materias primas en Estados Unidos y Europa sino también su producción metalúrgica durante los tiempos de la Segunda Guerra Mundial.
Desde aquel primer gran momento de integración social, con decenas de millones de brasileños trasladándose desde el nordeste a los grandes centros urbanos del centro y sur del país, hasta la actualidad, el país nunca paró de transformarse. En 1956, después del convulsionado segundo periodo de Vargas, quien se suicidó en 1954, llegó a la presidencia Juscelino Kubitschek y con él, el ideario del desarrollismo que cundía en algunos países de América Latina.
El plan Metas (50 años en cinco) fue el eje de aquel gobierno que generó centrales eléctricas, tendió a impulsar los mercados externos del país, reduciendo lo que se conocía como “el costo Brasil” en materia de exportaciones y, por sobre todo, mudó la capital de Río de Janeiro a Brasilia. “Aquellos fueron los años dorados del país. Juscelino no hubiese podido poner en marcha aquella maquinaria de construir sin la existencia de un hombre como Getulio y sin aquella coyuntura internacional. Ya había pasado la etapa de la sustitución de importaciones y los países de la región buscaban acercarse a Estados Unidos con una visión de desarrollo”, explica el historiador Ignacio Cunha.
Fue en aquellos años que el mundo comenzó ver el enorme potencial de un país que diseñó una política exterior que, a pesar de los cambios, se mantiene hasta la actualidad. Pero el Brasil de Juscelino sufría de un eterno problema: la desigualdad social.
No fue casualidad que aquí se produjera el primer golpe de Estado en la región (1964), tras el que se sucedieron otros que terminaron en 1976 en Argentina. La dictadura brasileña gobernó con mano dura, aunque resguardó las transformaciones económicas del país. Pero el endeudamiento externo que caracterizó por entonces a la región llevó a Brasil de crisis en crisis, hasta que en 1993, bajo la presidencia de Itamar Franco, se puso en marcha el Plan Real: la otra etapa de transformación del país llevó a la presidencia al ejecutor del plan, el ministro de Hacienda, Fernando Henrique Cardoso.
El Plan Real
La estabilización monetaria con crecimiento económico sostenido por primera vez desde 1968 fueron una constante, como también las privatizaciones y la pérdida de influencia del Estado. “El Plan Real permitió una inserción mayor de Brasil en el mundo, pero no solucionó los temas que el país arrastraba hacía décadas, como la salud, la educación”, dijo el sociólogo Renán Ortiz, de la Universidad de Campinhas.
Aquel plan, que para los académicos sólo era viable para estabilizar la macroeconomía, fue adoptado como modelo económico y Cardoso lo usó al extremo para su reelección en 1994. En 1995, el plan estalló por los aires, una devaluación de casi 30% golpeó los bolsillos de los brasileños y los empresarios volvieron sus ojos al mercado interno y las exportaciones a Europa.
Otra transformación ocurrió a partir de 2003. Las reformas sociales de la era de Luiz Inácio Lula da Silva ayudaron a incluir en el mercado a casi 60 millones de personas, dando lugar a una nueva clase media que los fines de semana o en vacaciones suele abarrotar Buenos Aires o el balneario uruguayo de Punta del Este.
“Esta clase media tiene ahora la llave de lo que pase el domingo”, asegura Ortiz, para quien “los reclamos de una mejor institucionalidad, una política menos corrupta y las demoradas reformas en salud y educación, ya no aparecen como una utopía”.
Para el sociólogo Emir Sader, Brasil viene de una etapa de inclusión social que “fue posible por las medidas económicas que adoptaron los últimos dos gobiernos (del PT)”.
Admite que el país reclama nuevas transformaciones pero dice que éstas pueden darse “ en un modelo donde se siga contemplando la inclusión o bajo el eje rector de un gobierno postneoliberal”, como califica a una posible administración de Neves. Un Neves que propone cambios económicos sustanciales y una nueva política exterior que llevarían a Brasil a labrar un eslabón más de la larga cadena de transformaciones a las que tiene acostumbrado al mundo.