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Ébola: las manos son el mayor enemigo

Idafe Martin Corresponsal| El Universal
Viernes 14 de noviembre de 2014
bola: las manos son el mayor enemigo

Voluntarios en la lucha contra el ébola se entrenan en un centro de Médicos Sin Fronteras en Bruselas en los protocolos de seguridad para atender a las víctimas, antes de trasladarse a los países afectados.. (Foto: IDAFE MARTIN )

EL UNIVERSAL visitó un centro de Médicos sin Fronteras en Bruselas donde voluntarios se entrenan para evitar riesgos al atender a víctimas contagiadas con la enfermedad

B ruselas.— Ruth Conde, enfermera española, se viste poco a poco: túnica verde, botas blancas, traje de cuerpo entero amarillo y hermético, dos pares de guantes, máscara y al final gafas de protección. Lo hace con cuidado, siguiendo las instrucciones de la formadora. Tarda 10 minutos. Al final apenas se le ven los ojos tras el plástico reforzado.

El viento agita el espacio prefabricado que Médicos Sin Fronteras (MSF) utiliza en una zona industrial de Bruselas como centro de formación por el que pasan los médicos y enfermeras que envía a los países más afectados por el ébola desde decenas de países.

La joven enfermera pasa dos jornadas intensivas de entrenamiento teórico y práctico antes de irse; “al menos seis semanas, que es el límite”, a Liberia. Se va como voluntaria al corazón de la crisis del ébola, en plenas Navidades.

Los voluntarios se examinan unos a otros para comprobar que se visten y desvisten siguiendo el protocolo. Lo hacen varias veces al día, todo con el objetivo de aprender a no dejar ni un milímetro de piel expuesto.

Se repiten: “Tus manos son tu enemigo, el cloro es tu amigo”. Porque cualquier gesto reflejo con la mano en el momento de desvestirse puede contagiarles. Y el cloro es el producto estrella, eficaz y barato, para desinfectar los materiales. Por eso se lavan las manos cada pocos minutos.

Saben que, desde que entran en las zonas de alto riesgo, tienen un máximo de 45 minutos. A partir de ahí, el cansancio bajo esos trajes asfixiantes podría llevarles a cometer un error fatal. El protocolo es estricto: aprenden que antes de entrar a la zona de riesgo hay que comer, que no se entra si uno está cansado o psicológicamente tocado, que nunca —“nunca es nunca”, repite la formadora—, se entra solo y que si uno de los dos se siente mal se sale inmediatamente.

Quedan dos pasos. El primero es la zona cero de los centros, donde están los enfermos confirmados y más graves, “donde sabes —dice la formadora— que muchos no saldrán vivos, así que su trabajo es hacer lo posible, con el mínimo de riesgos, para hacerles sentir bien”.

Queda un paso, tal vez el más peligroso, porque se tienen que desvestir. Son 15 minutos de tensión, en los que cualquier error podría contagiarles. Se lavan las manos con agua clorada tras cada movimiento, se guarda para desinfectar el material que puede volver a usarse y se deposita en botes el que va a ser incinerado.

La enfermedad, según la OMS, ya ha matado a más de 5 mil personas e infectado casi al triple.

Médicos Sin Fronteras tiene en Liberia, Sierra Leona y Guinea a más de 3 mil 300 personas, entre médicos, enfermeros y demás personal sanitario. Su vocero, Raphael Piret, explica que entre 300 y 400 son expatriados. El resto es personal local al que formaron sobre el terreno.

Todos los expatriados pasan por este centro de la capital belga, donde se enfrentan al entrenamiento en un local construido a imagen y semejanza de uno mucho mayor que la ONG tiene en Monrovia.

Piret explica que la situación en África, a pesar de la mejora de las últimas semanas, sigue desbordada. Que hace falta personal sanitario. Pero que, al menos, “ya no tenemos que rechazar enfermos a la puerta del centro de Monrovia. En las peores semanas la carga de trabajo era tal que a muchas personas les decíamos que no podíamos tratarlas. Era terrible”.

Miguel Castro, un médico portugués residente en Angola, hijo de médico militar, explica que tiene listo su viaje a Monrovia. Casado, con una hija de tres años y su mujer embarazada, dice que va “porque es necesario, porque la gente allí está desesperada y una epidemia así, sin control, puede cambiar el mundo”.

Para Ruth Conde “es un reto personal y además se necesita gente como nosotros”. Lleva dos años colaborando con MSF y le brillan los ojos cuando explica que sin el compromiso de gente que se juega la vida por ir a miles de kilómetros de casa sin más aliciente que el de ayudar. “Esos países no tendrían capacidad para salir de una situación así, no tienen estructuras sanitarias preparadas, y los países desarrollados no ayudan lo necesario. Tenemos que ir”.



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