Berlín, 25 años después de la caída del Muro
MEMORIAL. Un centro comercial en la Potsdamer Platz de Berlín recuerda el 25 aniversario de la caída del Muro que dividía la ciudad con una exposición especial. (Foto: ZIRAHUÉN VILLAMAR )
B erlín.— A lo largo del siglo XX, Berlín ha sido escenario de muchos de los momentos decisivos de la historia reciente. En estos días se celebra y reflexiona sobre el proceso de apertura de las fronteras entre la hoy desaparecida República Democrática Alemana (oriental, y de planificación centralizada) y la República Federal de Alemania (occidental, de economía de mercado), ocurrida hace 25 años, que no sólo representó un cambio para la vida de la ciudad, sino del futuro de Alemania como un solo país, y del mundo entero.
En la prensa, los medios electrónicos, los discursos de los políticos, las conferencias en universidades, y —obviamente— en las conversaciones en la calle, la conmemoración del 25 aniversario de la caída del Muro de Berlín es el tópico recurrente. La diferencia, claro, estriba en qué aproximación o enfoque se adopta: en términos generales, lo que más se encuentra es el sentido de celebración, el triunfo de la unidad por sobre la división. En menor medida se encuentran críticas respecto al proceso mismo de reunificación, impactos en la economía y la sociedad de Berlín (y Alemania) oriental, y —lo que parece más importante aún— la forma en que se ha contado y se seguirá contando la historia de la reunificación.
Como ciudad, a lo largo del siglo XX Berlín ha sabido adaptarse a los cambios políticos, económicos y sociales, alemanes e internacionales, en los que se ha visto envuelta. Desde cosas sencillas como muy frecuentes cambios de nombres de sus calles (producto del espíritu de los tiempos de que se trate, por ejemplo la Alemania imperial, la República de Weimar, el Tercer Reich, las Alemanias en la segunda postguerra y la Guerra Fría, y la post 1990) hasta la reconstrucción desde las cenizas tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial, la resiliencia berlinesa es uno de los elementos que más atraen la atención al observador de esta metrópoli.
Esta habilidad para adaptarse velozmente a su nueva realidad se confirma cuando el visitante de Berlín en este otoño de 2014 recorre la ciudad y sus localidades más céntricas; se observan solamente las diferencias que son perceptibles en todas las ciudades europeas —barrios de más o menos ingresos, con mayor o menor población de origen extranjero, etc.—, pero que a simple vista no develan al visitante los secretos de una ciudad dividida durante 44 años (al finalizar la Segunda Guerra Mundial), y amurallada durante 28 (con la construcción en agosto de 1961 de las primeras barreras de alambre de púas, luego ladrillos y finalmente complejos de hormigón), a no ser por los adoquines que serpentean la ciudad en la zonas donde alguna vez estuvo el Muro.
Aquél que tiene más tiempo en la ciudad poco a poco irá descubriendo las diferencias entre un lado y otro de Berlín por signos como la mayor o menor concentración de edificaciones tipo multifamiliares de concreto —que recuerdan tanto a las torres de Tlatelolco de la ciudad de México—, que se multiplicaron en el antiguo lado oriental, o quiénes los habitan. O si en el Este hay más redes de tranvía que en el Oeste. O, para el que además gusta de la historia y sus personajes, los nombres de avenidas y plazas. Pero tras una generación desde la caída del Muro, poco puede decirse a simple vista por la apariencia de la gente. Las expresiones “Ossi” y “Wessi”, que durante los años 90 se acuñaron como resultado de las distinciones aparentes entre los habitantes del Este (Ost, Ossi) y los del Oeste (West, Wessi) se han ido diluyendo conforme pasa el tiempo, al menos en el lenguaje cotidiano.
La celebración pública principal para recordar la desaparición de la línea divisoria berlinesa será una gigante serie de luces a lo largo 15 kilómetros de la antigua frontera: miles de globos iluminados serán liberados la noche del 9 de noviembre próximo. Más allá de lo espectacular del montaje, la impresión que resta de él es la celebración y no la reflexión. Berlín como paisaje tras la reunificación es un espacio de crecimiento inmobiliario que asombra al visitante e incomoda al habitante.
Desde la reunificación (formalmente ocurrida el 3 de octubre de 1990 —hoy fiesta cívica federal, “Día de la Unidad”, con el ingreso de seis nuevos estados a la República Federal)— Berlín no ha dejado de reconstruirse con obras públicas y privadas. La pregunta es si alguna vez terminarán las obras en la capital alemana.
Berlín como centro político de la República Federal es uno de los ingredientes que mayor personalidad dan a la ciudad. Al tiempo que se refuerza como capital federal, por su importancia europea, también aumenta su peso estratégico continental y mundial. Aquí la división entre Este y Oeste no se percibe, sino que da la sensación que abre otras brechas más sutiles, sobre todo en los años recientes tras la crisis económica de 2008.
Berlín como sociedad a un cuarto de siglo de la caída del Muro es una muestra de la creciente desigualdad que afecta a Alemania. Barrios berlineses, tanto del Este como del Oeste, coinciden con las altas concentraciones de beneficiarios de programas del Estado social que todavía sobrevive en Alemania. Frente a ello, se perciben síntomas de mayor concentración del ingreso, creando una nueva frontera: la no cohesión económico-social.
Con vinculación estrecha, como espacio político local, en Berlín las demarcaciones electorales más al Este, donde la marginación es alta y el descontento con los efectos de una reunificación que no da satisfacciones económicas, ganan los partidos de ultraderecha (y lo mismo pasa en otras ciudades de la antigua RDA).
Las diferencias entre dos sistemas, dos países y dos ciudades en el espacio berlinés hoy son prácticamente invisibles a primera vista. Las divisiones subsistentes y nuevas se manifiestan de otras formas. En 2014 se cumplen 100 años del inicio de la Primera Guerra Mundial, 75 de la Segunda y 25 de la caída del muro. En todos estos tiempos Berlín ha sido un símbolo, hoy sigue siéndolo y celebra su significado.