"Lamento haber nacido en Irak"
TRANQUILIDAD. Khari al-Sinjari, de la minoría yazidí juega con Wisam, su hijo de un año y cinco meses, quien fue operado del corazón recientemente en Israel, en una acción humanitaria. (Foto: JANA BERIS EL UNIVERSAL )
JERUSALÉN.— La sonrisa del iraquíe Khari al- Sinjari, de 33 años, cuando juega con su pequeño hijo de un año y cinco meses, puede confundir. Está feliz de que Wisam, su pequeño, esté vivo gracias a la operación de corazón que pasó recientemente en el hospital israelí Wolfson en Holon, pero no estará tranquilo hasta que logre reunirse con su familia.
Él y su niño pertenecen a la minoría yazidí de Irak, que está siendo masacrada por los yihadistas del Estado Islámico (EI), y las noticias que le llegaron cuando ya se hallaba en Israel en el marco de la organización humanitaria israelí Save a Child´s Heart, lo aterraron.
“Sentía fuego en mi interior, horror total”, cuenta a EL UNIVERSAL. “Ahora, al menos, sé que están a salvo, porque llegaron al otro lado de Kurdistán. Mi esposa y mis otros cinco hijos huyeron a la montaña, con lo puesto, sin poder llevarse nada, para huir de Daash. Estuvieron casi una semana sin comer ni beber, pero no los degollaron, y eso ya es un milagro”.
Las sonrisas de Wisam, que juega sin cesar y se entretiene con un video que su padre le muestra en el teléfono celular, distraen a Khairi, pero su rostro parece ponerse más tenso cuando recuerda lo que le cuentan sus seres queridos desde Irak.
Ha podido hablar con ellos desde que salieron de la zona de Sinjar, en el distrito de Mosul, y los relatos, afirma, son terribles.
“En la familia hubo testigos presenciales de gente que se topó en los caminos con los islamistas, y simplemente los mataron, les cortaron la cabeza”, narra haciendo un gesto de incredulidad, incapaz de comprender por qué y para qué. “Dicen que somos infieles, como los judíos, que creemos en el diablo y en el fuego, y todo mi pueblo está en peligro. No es seguro vivir hoy en Irak. No tengo adónde volver”.
Khairi y Wisam llegaron a Israel como muchos otros casos de niños de países árabes, africanos y de otros lares —entre los que se destacan aquellos que no tienen relaciones diplomáticas con Israel— traídos por “Salvar el corazón de un niño”, con la colaboración de Shevet Ajim, una asociación de voluntarios cristianos que ayuda a esta gente cuando ya está en el hospital. “No tengo palabras para agradecer a Israel, a todos los que me ayudaron acá, haciéndome sentir libre, valorado por el solo hecho de mi condición humana, por todos los que me han dado un trato humanitario”, dice Khairi, recordando que en su país natal “se me iba el sueldo como funcionario público tratando de conseguir ayuda de médicos y hospitales, donde nadie parecía prestar atención al problema de Wisam”.
Khairi no estaba en su tierra cuando los yihadistas comenzaron a masacrar a sus hermanos. No vio a los yazidíes degollados , a las mujeres robadas y llevadas al mercado ni a las jóvenes violadas. Pero sabe las historias. De primera mano. De los suyos que lograron huir y que tras días de mucha angustia, pudieron contarle por teléfono que ellos están bien, aunque muchos otros murieron. Ahora, soñando con poder reencontrarse con su familia sana y salva, aunque ahora viven bajo puentes y árboles en Kurdistán, sin comida segura siquiera, tiene planes de conseguir ayuda de la ONU, UNICEF y alguna otra organización, para que todos puedan reunirse en Turquía y de allí partir hacia algún tercer país.
“A Irak no se puede volver, ya antes del Daash la vida era terrible, con olor a muerte, y ahora, todo es peor. Lamento haber nacido allí. Y aún queremos vivir”.