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El Prometeo de Sudáfrica

Eduardo Mora Tavares| El Universal
Viernes 06 de diciembre de 2013
El Prometeo de Sudfrica

BONHOMÍA. Mandela sonríe antes del segundo concierto 46664, en 2005 en Ciudad del Cabo. Mandela fue el preso 466 del año 1964 en Robben Island. (Foto: ARCHIVO REUTERS )

Con la templanza de los héroes, lideró la lucha que puso fin al régimen de segregación racial en su país

eduardo.mora@eluniversal.com.mx

Su sonrisa era radiante y generosa. Su pelo ensortijado y blanco mostraba el paso duro del tiempo en circunstancias difíciles, pero su rostro era apacible, feliz, sereno: el de quien ha triunfado, sin presunción, ante las mayores adversidades de la vida. De estirpe real en su pueblo xhosa, la nobleza de Nelson Rolihlahla Mandela, quien murió ayer a los 95 años de edad en Johannesburgo, creció con su entrega a la descomunal tarea de terminar con el régimen de segregación racial (apartheid) de Sudáfrica y encaminar a su país natal en la democracia igualitaria.

Madiba, como también se le conocía por el título honorario de su clan, fue un luchador invencible. Un hombre que superó sus propios prejuicios, sin traicionar sus valores, con el fin de lograr sus metas. “Si quieres hacer las paces con tu enemigo, tienes que trabajar con tu enemigo. Entonces él se vuelve tu compañero”, decía.

Mandela, nacido el 18 de julio de 1918 en Mvezo, en el Transkei de la Sudáfrica de la supremacía blanca, comprendió desde pequeño, sin saber cuándo, según contó en su biografía El largo camino hacia la libertad, que debía luchar por la liberación de su pueblo. Vivió en carne propia miles de agravios racistas a su persona y su comunidad que lo obligaron a transformarse en un luchador por la libertad. Fue un hombre de leyes (obtuvo el título de abogado en la Universidad de Witwatersrand), un creyente en el derecho, pero se convirtió pronto en un militante de la resistencia negra ante la intolerancia del gobernante Partido Nacional de Sudáfrica.

En el contexto de su juventud, la lucha armada aparecía como la única vía para vencer al apartheid. Así lo demostraban las victorias de movimientos de liberación en el África negra. A mediados de los años 40 del siglo pasado fundó la rama juvenil del Congreso Nacional Africano (CNA), de la que en 1948 fue secretario general y tres años después presidente.

En la década de los 50 sufrió numerosos arrestos por su activismo político junto a otros dirigentes negros como su tutor político Walter Sisulu (1912-2003) y fue acusado de traición por el régimen racista.

La masacre de Sharpeville

Un terrible acontecimiento marcó también su vida: el 21 de marzo de 1960 la policía sudafricana reprimió a balazos a manifestantes en Sharpeville (Transvaal), que protestaban contra los controles a la población negra, a la que sólo se autorizaba moverse desde sus zonas de reserva tribal hacia sus sitios de trabajo como obreros o empleados domésticos. Murieron 69 personas, entre ellas mujeres y niños, y más de 180 resultaron heridas.

El gobierno impuso el estado de emergencia y arrestó a más de 11 mil personas. El CNA y el Congreso Panafricano (CPA), fundado en 1958, fueron proscritos. Sus miembros debieron pasar a la clandestinidad. Mandela fue detenido.

En estas circunstancias, el dirigente negro no se opondría a quienes veían en las armas la forma de derrotar la brutal discriminación del régimen blanco. La resistencia activa era el camino. Así surgió en 1961 Umkhonto we Sizwe (La lanza de la nación), el brazo armado del CNA. Mandela abandonó Sudáfrica clandestinamente para recibir entrenamiento como guerrillero. A su regreso en 1962, volvió a ser detenido y fue sentenciado a cinco años de cárcel por conspirar para derrocar al gobierno. El 12 de junio de 1964 Mandela fue condenado junto con otras ocho personas a cadena perpetua. Tenía entonces 46 años. Estuvo en la prisión de Robben Island hasta 1982 y luego ocho años más en la prisión de Pollsmoor. Cerca de tres décadas, tiempo suficiente para doblegar y destruir la vida de cualquiera. No la suya.

Los rigores de la cárcel —su celda medía 2.5 por 2.10 metros— las privaciones, maltratos, humillaciones, endurecieron su cuerpo pero no amargaron su carácter y nunca minaron su voluntad. Mandela, que lucía físico de boxeador, se fortaleció detrás de los barrotes y picando piedra en las canteras de la prisión hasta convertirse en un símbolo contra la opresión.

“Las dificultades quiebran a algunos hombres, pero a otros los forjan”, escribió en los años 70 a su entonces esposa Winnie.

Lo que cuenta en la vida

El temple de Mandela era el de un héroe, una especie de Prometeo encadenado cuya tarea de entregar el fuego iluminador aún no se había completado.

Por ello decía que lo que cuenta en la vida de una persona es la diferencia que ha hecho para mejorar la vida de otras personas. Mandela hizo esa gran diferencia en la vida de Sudáfrica.

El ex ministro de Educación francés, Jack Lang, resumió en su biografía de Mandela los estadios de la vida de un héroe mítico de carne y hueso: como émulo de Antígona, defensora del derecho y la justicia; como Espartaco, promoviendo la insurrección de “los esclavos”; como Prometeo, entregando la llama de la libertad a su pueblo; como Próspero, que impide que el salvajismo destruya al país, y como el rey Nelson, el anciano venerado que saca al país de las sombras.

Pero Mandela no era un hombre de mármol ni parecía ambicionar el bronce de la posteridad. Tal vez ser sólo el recuerdo, en la gente común, de alguien que cumplió su tarea, sin claudicaciones. En 1985 rehusó la oferta de condenar la lucha armada a cambio de salir de la cárcel que le hizo el entonces presidente sudafricano Pik Botha. Y en prisión sufrió. Fue operado de la próstata y padeció tuberculosis, cuyas secuelas le afectaron hasta su muerte.

El fin de la Guerra Fría a fines de los 80 y su impacto liberador con la caída del Muro de Berlín y el comunismo en Europa del este (1989) llegó al continente africano en 1990. El CNA fue legalizado y Mandela liberado de la cárcel en febrero de ese año. El líder negro entró en pláticas con el régimen de Frederik de Klerk para ayudar a la deseada transición del gobierno de minoría blanca a uno de mayoría negra, al aceptarse el principio de un hombre, un voto. Mandela asumió el liderazgo del CNA en 1991. Mandela y De Klerk recibieron el Premio Nobel de la Paz en 1993 por sus esfuerzos para refundar Sudáfrica.

Un líder de unidad nacional

El 27 de abril de 1994 Sudáfrica celebró las primeras elecciones democráticas de su historia y Mandela asumió el poder como un líder de unidad y reconciliación el 10 de mayo de ese año. “Fuera de la experiencia de un desastre humano extraordinario que duró demasiado, debe nacer una sociedad de la que toda la humanidad pueda estar orgullosa”, dijo en su discurso de toma de posesión.

Dueño de un gran carisma y bonhomía, Mandela promovió el perdón nacional en su país. Si bien los crímenes del apartheid no fueron castigados, la creación de una Comisión de la Verdad y la Reconciliación permitió a Sudáfrica exorcizar atrocidades como la citada matanza de Sharpeville y la de Soweto (1976), la tortura y asesinato del activista Steve Biko (1977) y el asesinato del líder comunista Chris Hani (1993) y de miles de sudafricanos negros más.

Mandela estuvo en el poder un mandato (1994-1999), sólo el tiempo necesario para impulsar el tránsito hacia una sociedad multirracial más igualitaria en Sudáfrica. En el periodo se divorció de Winnie y se casó con Graça Machel, la viuda de otro gran líder africano, el mozambiqueño Samora Machel. En 2001 fue diagnosticado con cáncer de próstata.

Tres años después anunció que se retiraba de la vida pública. Cumplida su misión con la nación, vivió entonces la vida privada que décadas de cárcel le habían negado. Se dedicó a la pintura y creó una fundación para contribuir al establecimiento de una sociedad más justa.

La alegría de su carácter y lucidez quedaron reflejadas en la película Invictus, basada en la obra del periodista John Carlin que describió los motivos de Mandela para utilizar al deporte (el rugby) como un medio para unir a los sudafricanos. Luego consiguió para Sudáfrica el mundial de futbol de 2010.

Mandela no temía la muerte. “La muerte es algo inevitable”, pensaba. “Cuando una persona ha hecho lo que considera es su deber con su pueblo y su país, puede descansar en paz. Creo que he hecho ese esfuerzo y eso es porque creo que descansaré por la eternidad”, decía. Hoy descansa en paz.



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