El precio de ser cristiano en Egipto

ENOJO. Cristianos coptos egipcios participan en un plantó en 2011 contra la violencia islámica. (Foto: ARCHIVO EFE )
EL CAIRO.— El 14 de agosto el brutal desalojo de los campamentos islamistas de El Cairo, que dejó centenares de muertos y consternó a la comunidad internacional, prendió la mecha de la violencia sectaria. Desde entonces, la minoría cristiana copta ha sido el blanco de ataques islamistas.
Iglesias, monasterios, escuelas y tiendas de cristianos han sufrido las acometidas de barbudos furiosos por el respaldo de la jerarquía copta al derrocamiento de Mohamed Mursi. Los saqueos y los incendios se han cebado con 42 templos y docenas de comercios en el sur del país, donde históricamente la convivencia entre musulmanes y cristianos ha resultado más frágil.
“Hay mucho odio y mucha sed de venganza”, denuncia a El Comercio la religiosa española Adela Blanes, una misionera del Sagrado Corazón de 84 años. Minya, el pueblito situado a unos 250 kilómetros de El Cairo donde reside, ha sufrido duros ataques. “En un municipio cercano, Malawi, asaltaron la iglesia católica, la escuela católica y la iglesia protestante después de quemar una comisaría”, relata Blanes, quien vive en el país árabe desde 1957.
“De todo lo que he vivido aquí, varias guerras árabe-israelíes incluidas, esta es la peor situación que recuerdo”, reconoce la religiosa. Para mitigar el miedo de la población, en el pueblo de Adela los hombres vigilan los accesos durante todo el día. Este drama es el desenlace de los mensajes lanzados durante semanas por los Hermanos Musulmanes y sus aliados salafistas, en las protestas que sucedieron al ocaso de Mursi.
El mes pasado desde la tribuna del campamento de Rabea al Adauiya el guía supremo de la hermandad, Mohamed Badía, arrestado esta semana, lanzó los primeros dardos: “El Papa no debería hablar en representación de los coptos egipcios porque es un símbolo religioso y no debe rebelarse contra el presidente electo”. El patriarca Teodoro II optó por apoyar con entusiasmo la asonada. Y sus fieles, recelosos de la hermandad, no dudaron en seguirlo.
“El 99% de los cristianos estamos de acuerdo con apartar a Mursi del poder. He visto salir a la calle y manifestarse a familias cristianas completas con la esperanza de que nuestra situación mejore. La época de Mursi ha estado marcada por los ataques a iglesias y monasterios, el asesinato impune de fieles y la reducción de nuestra representación política y diplomática”, reconoce el politólogo copto y ex parlamentario Emad Gad. La represión policial que estranguló las protestas y puso en marcha una despiadada campaña de arrestos de líderes islamistas convirtió de nuevo a los coptos —marginados durante la dictadura de Mubarak— en un cómodo chivo expiatorio.
“No nos sorprende. Tratarán de matarnos a modo de desquite”, apunta Naguib Gibrael, presidente de una ONG copta. Por primera vez en siglos la alarma ha obligado a suspender misas en zonas rurales del país. Y la policía, en un trágico déjà vu, ha vuelto a renunciar a su tarea de proteger las propiedades y lugares de culto de los cristianos. En la mayoría de los casos, los agentes ni siquiera se desplazaron para detener los altercados.
La violencia sectaria, recuerda Amnistía Internacional, “es una mancha imborrable en el historial de los sucesivos gobiernos que no han tomado medidas en ningún momento para detener los ataques contra las minorías”.





