El 11-S y los programas de espionaje estadounidenses
IRRITACIÓN. Una alemana protesta con una cámara simulada contra el espionaje estadounidense en su país, denunciado por Snowden. (Foto: RAINER JENSEN AP )
WASHINGTON.— Los atentados del 11 de septiembre del 2001 fueron su principal razón. Ultrasecretos, invasivos y bajo un continuo proceso de evolución, los nuevos programas de espionaje se han convertido en incómodos compañeros de viaje para millones de ciudadanos en Estados Unidos.
Su irrupción puso en tela de juicio los principios de privacidad y la libertad de expresión que garantiza la Constitución. Su utilidad les convirtió en la más valiosa, pero también en la más peligrosa herramienta del gobierno para mantener bajo constante vigilancia a los enemigos de EU, dentro y fuera de sus fronteras. Pero también para mantener bajo un constante marcaje a los aliados que, desde la esfera política, social o industrial pueden afectar los intereses económicos de EU en todo el mundo.
“No cabe duda de que, desde los atentados del 11 de septiembre del 2001, hemos invertido mucho tiempo y energía en mejorar nuestros sistemas de inteligencia para combatir la amenaza del terrorismo”, aseguró recientemente en Estocolmo el presidente Barack Obama, al tratar de justificar la utilidad de unos programas de espionaje que han desatado una ola de rechazo en Europa.
“La velocidad en el avance de su tecnología y sus crecientes capacidades —prosiguió el mandatario—, han dificultado, sin embargo, su regulación y podría decirse que hoy en día no hay suficientes salvaguardas a la hora de procesar tanta información”.
Las palabras de Obama fueron un reconocimiento a las fallas que animaron a Edward Snowden, un ex analista de la CIA, a dejar al descubierto la existencia de unos programas masivos de espionaje que han crecido en las sombras, atizando una guerra secreta que se libra en internet en los últimos 15 años para espiar a organizaciones terroristas, ciudadanos, líderes políticos de países como México o Brasil, centros de desarrollo tecnológico en Europa o China o programas de desarrollo nuclear en Irán o Corea del Norte.
Gracias a los documentos filtrados por Snowden a los diarios The Guardian, The Washington Post y The New York Times, la opinión pública nacional e internacional pudo tener acceso a un primer inventario de ese monstruo de más de 107 mil empleados que, según las últimas cifras filtradas por Snowden, consume poco más de 52 mil 600 millones de dólares al año.
Aunque, si se combina este presupuesto repartido entre las 16 agencias nacionales de inteligencia, con la que gestiona la agencia de inteligencia del Departamento de Defensa, el total asciende a más de 75 mil millones de dólares anuales. A pesar de ello, la red de inteligencia de EU fue incapaz, por ejemplo, de frustrar el atentado perpetrado el pasado 15 de abril por los hermanos Tamerlán y Dzhokhar Tsarnaev en Boston.
En defensa de estos programas de espionaje —como PRISM, XKeyscore y Tempore—, analistas de la NSA señalaron que, gracias al seguimiento de las llamadas interceptadas a los hermanos Tsarnaev, y analizadas con posterioridad al atentado, el director de la Agencia Nacional de Inteligencia, James Clapper, fue capaz de confirmar al presidente y al Congreso que los hermanos Tsarnaev actuaron en solitario.
Aun así, los críticos contra un sistema que de espionaje que ha caído en manos de intereses corporativos consideran que, lo pudo haber sido descubierto por un buen investigador del FBI, es presentado como un dudoso éxito de los programas de espionaje más costosos en la historia de Estados Unidos.
Un argumento que rechazan quienes controlan las grandes corporaciones como Booz Allen Hamilton, General Dinamics o Raytheon, que devoran casi 70% de ese presupuesto.
“El problema es que, cuando este tipo de programas pasan bajo control de poderosas corporaciones privadas, gracias a la intermediación de influyentes miembros del Congreso, la capacidad para supervisarlos se reduce considerablemente”, consideró Chris Pyle, ex miembro de las fuerzas armadas y uno de los primeros soplones en la historia reciente de EU.
A manera de ejemplo, los documentos filtrados por Edward Snowden al Post, dan cuenta de la contratación de miles de empleados que tienen acceso a programas secretos como PRISM o XKeyscore y que controlan empresas como Raytheon, uno de los contratistas favoritos del Pentágono.
Programas sin barreras
El programa Xkeyscore, desvelado en julio pasado por The Guardian, “proporciona la capacidad tecnológica, si no es que también la autoridad legal, para espiar incluso a los ciudadanos estadounidenses mediante una amplia vigilancia electrónica sin necesidad de una orden judicial y siempre que el analista conozca alguna información de identificación, tales como el correo electrónico o la dirección IP”. Según este programa, la NSA tiene capacidad para sustraer cualquier tipo de información a través de internet y desde distintos países.
La existencia de este programa, desde 2008, permitió el espionaje de líderes políticos de México, como el hoy presidente, Enrique Peña Nieto y la también presidente de Brasil, Dilma Rouseff, a través de sus correos electrónicos y mensajes de texto.
Tras las revelaciones de Snowden, Obama se vio obligado a ofrecer disculpas y explicaciones a los representantes de gobiernos aliados y a reconocer que el sistema requiere de una más estricta regulación para evitar el espionaje indiscriminado de millones de ciudadanos de EU.
Al mismo tiempo, la NSA se encuentra en medio de un intenso proceso de escrutinio y la revisión de más de 4 mil casos en los que se podría haber comprometido información altamente sensible para la seguridad nacional de EU.
Esta cifra dejó en evidencia la complejidad de un sistema de espionaje que, desde los atentados del 11 de septiembre del 2001, se convirtió en obsesión de las instituciones de seguridad, pero también en feudo de poderosos intereses corporativos que resultan un arma de doble filo y en una amenaza para las libertades y derechos de millones de ciudadanos.