No es fácil ser joven e indocumentada en EU
ACTIVISTA. Diana, en una de las marchas para promover una reforma migratoria en Estados Unidos . (Foto: ESPECIAL )
ANAPOLIS, Maryland.— El día que cruzó la frontera en compañía de su madre y un hermano, hace ya más de 11 años, Diana García, hoy de 20, desconocía que, desde muy joven su destino sería convertirse en un poderoso agente de cambio en Estados Unidos.
Desde ese día, que Diana guarda vagamente en su memoria como un evento que la marcaría como luchadora y superviviente, aprendió bien la lección: para triunfar en Estados Unidos no sólo basta con llegar, sino que hay que levantarse una y otra vez de las muchas caídas que te esperan en el camino.
El día que ingresó a la escuela primaria, sin saber hablar inglés, supo de inmediato que la suya sería una carrera contra las posibilidades de ser detenida y arrancada de su familia; una batalla continua contra sus muchas carencias y contra esos prejuicios que la marcaron, desde entonces, como una beaner, una frijolera, como una niña que sólo sabía hablar “en mexicano”.
“De niña me decían que yo sólo hablaba en mexicano. Que era una beaner (frijolera). Y aunque ya dominaba el inglés, a veces me quedaba callada para que no se notara mi acento. Tuve que aprender a pasar desapercibida. Desde entonces, las cosas no han sido fáciles. Pero, me he acostumbrado a ello, a no dar nada por hecho, a luchar hasta conseguir mis objetivos”, asegura esta inmigrante de origen mexicano.
Como millones de inmigrantes indocumentados, el viaje de Diana y su familia fue una apuesta contra el destino, el que les tocó al nacer y el que ellos mismos se han forjado después de cruzar la frontera con Estados Unidos.
“Hace dos años estuve a punto de darme por vencida. Había terminado la preparatoria y el futuro era incierto porque no tenía papeles. Me iba a regresar a México, a mi pueblo en Veracruz. Pero mis primos me dijeron que no cometiera ese error, que la violencia en el pueblo había obligado a muchos a emigrar. Que las cosas sólo habían empeorado”.
Mucha de la familia de Diana que se vio obligada a abandonar su pueblo, en medio de la violencia en Veracruz, se reparten entre Maryland, Nueva York, Missouri y Colorado.
“Por eso sigo dividida en dos. Me siento de allá, pero también de acá. Y aunque quiero mucho a México, mi futuro está aquí. Por eso decidí dar la batalla”, señaló.
Hace casi dos años, Diana pasó a formar parte del ejército de dreamers, de ese grupo de soñadores que hermana a más de 2 millones de hijos de indocumentados que llegaron con sus padres cuando aún eran muy niños.
En junio del 2012, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, firmó una directiva conocida como Programa de Acción Diferida para salir al paso de una intensa campaña de protestas y criticas por su política de redadas y deportaciones, que lo convirtieron en el presidente que más inmigrantes ha expulsado en la historia de EU.
Con elecciones a la vuelta de la esquina, la necesidad de asegurarse el voto hispano y la presión de las organizaciones proinmigrantes, los dreamers se colocaron a la cabeza de las prioridades del Partido Demócrata y de Obama.
El Programa de Acción Diferida, que ha permitido salir de la lista negra a decenas de miles de jóvenes, vencerá en el 2014 pero podrá ser prorrogada. A esta medida de gracia han podido acogerse quienes estén o haya terminado al escuela, quienes hayan servido en las fuerzas armadas y no tengan antecedentes criminales. Los solicitantes han tenido que demostrar que tienen menos de 30 años, haber residido en el país al menos 5 años y haber llegado a Estados Unidos antes de los 16.
“Gracias a esta medida pude obtener por primera vez un permiso de trabajo y sacudirme el miedo que siempre me acompañó. Me dio esperanza, a mí y a mi familia, tras una época de continuos sobresaltos”, dice Diana, que estudia enfermería.
“Quería ser doctora. Quiero ser doctora. Pero, como es una carrera muy cara, pues empezaré por ser enfermera para pagarme mis estudios. No pienso darme por vencida”, dice convencida Diaia, quien trabaja desde muy joven para ayudar a sus padres.
“He trabajado en un Seven Eleven, en una gasolinería, en una organización comunitaria. Y al mismo tiempo he tenido que seguir con mis estudios que hoy son los que me han permitido hacerme con este permiso y con este beneficio para evitar mi deportación”, dice.
“Ser joven e indocumentada no es fácil en Estados Unidos. Hay que estudiar, trabajar y luchar contra una interminable serie de obstáculos. Cuando no tienes una identidad como ciudadano, las cosas no son nada fáciles. “A pesar de ello, me siento orgullosa. Mis padres me ayudan, pero no ganan lo suficiente. Por ello he tenido que trabajar, para pagarme mis estudios. No he tenido tiempo ni para tener novio. Cuando no es el trabajo, es la casa donde ayudo a cuidar a mis hermanos.
“En mi familia trabajamos mucho. A veces no nos da tiempo siquiera de ir a misa los fines de semana. Pero rezamos cuando estamos juntos”.
En medio de un debate sobre el futuro de la reforma migratoria, Diana no pierde la esperanza de legalizar su situación y acceder a la ciudadanía. Pero tampoco es ingenua. Sus años en la sombra la han infundido elevadas dosis realismo y algo de cinismo, elementos que son indispensables para sobrevivir a la frustración y al desaliento que trae consigo creer en la clase política de EU.
“Ya llegará. Esta por llegar. No sé si este año. Pero, cada vez está más cerca la posibilidad de una reforma migratoria”, dice Diana como quien mira al cielo para interpretar los signos de un tiempo cambiante, con la esperanza de que un rayo de luz asome entre los nubarrones de incertidumbre que la han acompañado a largo de toda su vida en este país”.