"Dios se vengará de estos carniceros"
DOLOR. Partidarios heridos de Mursi permanecen en el piso de un hospital improvisado en el distrito cairota de Ciudad Nasr. (Foto: MANU BRABO AP )
EL CAIRO.— Primero fue el gas lacrimógeno, los bulldozers y las bengalas. Luego, las balas y la sangre. Las fuerzas de seguridad de Egipto llegaron el miércoles después del amanecer para dispersar el campamento donde miles de islamistas realizaron una vigilia por seis semanas. Helicópteros sobrevolaban la zona. La policía lanzó gas lacrimógeno a la multitud. Bulldozers derribaron los improvisados muros construidos con sacos de arena y piedras apiladas.
En el interior, miles de seguidores del derrocado presidente Mohamed Mursi se despertaban en pánico. La corresponsal de Reuters Yasmine Saleh llegó al campamento poco después de que comenzara el ataque y escuchó a residentes desesperados recitando versos coránicos y gritando “¡Dios nos ayude!”. Policías con máscaras y uniformes oscuros salieron de camionetas con bastones en una mano y bombas de gas lacrimógeno en la otra. Destruyeron e incendiaron carpas.
“Arrasaron con nuestros muros. Policías y soldados lanzaron gas lacrimógeno a niños. Nosotros somos pacíficos, sin armas, no disparamos ni un tiro, lanzamos piedras. Ellos siguieron disparando contra los manifestantes incluso cuando les rogamos que pararan”, dijo Saleh Abdulaziz, de 39 años y profesor de escuela secundaria, mostrando una herida sangrante en su cabeza. Después de que comenzaron los disparos, heridos y muertos quedaron tirados en las calles, rodeados por charcos de sangre.
Una zona del campamento usada como área de juego y exhibición de arte para los hijos de los manifestantes fue transformada en un improvisado hospital improvisado. Siete cuerpos estaban alineados en la calle, uno de ellos era de un adolescente con el cráneo aplastado.
En otro lugar de El Cairo, el periodista de Reuters Abdul Moneim Haikal se encontraba entre una multitud de seguidores de Mursi cuando comenzaron los disparos. La multitud se lanzó al suelo para cubrirse. Cuando Haikal alzó la vista, vio sangre brotando de la cabeza de un hombre que tenía al lado, muerto por un disparo.
La policía disparaba desde vehículos blindados al otro lado de la calle. En el acceso oeste del campamento, el periodista de Reuters Tom Finn vio a soldados rechazando ambulancias enviadas para evacuar a los heridos. Una mujer vestida con un hiyab color rosa se paró frente a los soldados mostrando una identificación y les gritaba: “¡Soy doctora, soy doctora, déjenme pasar!”.
Había unos 50 seguidores de Mursi detrás de ella, principalmente hombre de mediana edad. Algunos lloraban y tenían sangre en brazos y rostros. Un hombre llamado Yusuf dijo que había visto a su hijo herido por televisión y estaba intentando entrar para encontrarlo. Llegaron tres ambulancias con las sirenas encendidas. Algunos hombres comenzaron a golpear la parte trasera de los vehículos y gritaban “¡Déjenlas pasar!”. Los soldados las obligaron a dar la vuelta y lanzaron gases lacrimógenos contra los hombres.
Más tarde, en el sector este del campamento, Finn vio carpas incendiadas. El sonido de disparos de ametralladoras era constante; parecía provenir desde algunos balcones. Los seguidores de Mursi, en su mayor parte hombres de más de 30 años, cortaban ramas de árboles y las tiraban en una gran fogata para contrarrestar el efecto del gas lacrimógeno. Algunos apilaban piedras alrededor de charcos de sangre. Otros trataban de rearmar los muros que habían volteado los bulldozers. Los manifestantes rompían el pavimento y arrojaban piedras a la policía.
Cadáveres apilados
Una mujer con un hiyab azul lloraba mientras repartía máscaras de gas. Los heridos eran trasladados fuera del campamento en camillas y en la parte trasera de motocicletas. Un hombre sangraba tanto que la sangre chorreaba de la camilla.
Los heridos y los muertos eran trasladados a un hospital improvisado ubicado en un edificio contiguo a la mezquita.
La sangre manchaba las paredes blancas. Los heridos eran llevados al piso de arriba. Los muertos eran transportados sobre alfombras al sótano. La mayoría de los muertos estaban apilados en una pequeña habitación, ordenados en línea y con la cabeza vendada.
Algunos estaban apilados en estantes metálicos. Había un niño de 12 años con el pecho al descubierto, pantalones deportivos y una herida de bala en el cuello tirado en el pasillo. Su madre se inclinaba sobre el cuerpo del adolescente, besando silenciosamente su pecho. Una de las enfermeras lloraba mientras intentaba en cuclillas limpiar la sangre con un rollo de pañuelos.
Jóvenes se retorcían del dolor recostados en colchones en los corredores. El reportero de Reuters Finn contó 29 cuerpos, en su mayoría de hombres veinteañeros, con heridas de bala en la cabeza, cuello y pecho.
Entre los fallecidos figuraron periodistas, incluidos una reportera egipcia y un camarógrafo británico. El fotógrafo de Reuters Asmaa Waguih recibió un balazo en un pie y fue llevado a un hospital.
Majdi Isam, un joven partidario de los Hermanos, con su cabello apelmazado con sangre, dijo que era tiempo de una guerra santa. “¿Es nuestra sangre así de barata? Estamos luchando una yihad ahora. Dios se vengará de estos carniceros. Las calles están llenas de sangre”, dijo.