Una pasión con la vida como precio
E l alpinista Andrés Delgado fue declarado muerto desde hace meses junto con Alfonso de la Parra, en el monte Changabang, un pico de 6 mil 864 metros en el Himalaya, India.
Aquí publicamos una entrevista inédita con Andrés, realizada a mediados de junio de 1996, un mes después de haber sobrevivido de morir congelado (gracias al rescate de Ernesto Ponce de León), en su frustrado intento por alcanzar la cima del Everest.
Había acometido un ascenso por la ruta norte, la más difícil y nunca escalada por mexicanos, sin de oxígeno, sherpas ni guías.
"No sé de qué tamaño es la meta que persigo, pero en una cima siento que la alcancé. Tengo necesidad de pararme en una cumbre, de decir: ´¡Ya llegué!´. Aunque el ascenso sea duro, vayas cansado y digas: ´¡Híjole, está pesadísimo, ya no puedo!´, lo vas gozando. La falta de aire, el dolor de piernas es poco comparado con la realización de subir", relató Delgado.
Señaló que hay quien va tan cansado que se sienta a descansar y a grandes alturas ya no se levanta, se queda dormido. Puede morir en ese sueño o despertar cuando ya es demasiado tarde... "como lo que me ocurrió a mí en esta expedición al Everest. Pasé tantas horas en la altura que por sobrevivir regresé sin hacer cumbre".
Estuvo cerca
Ese jueves a fines de junio, en la comodidad de su departamento en la Del Valle, era el primer día después de 15 de reposo, que Andrés se ponía en pie y se calzaba zapatos holgados. Aun así se los quitó durante la charla, porque le molestaban y mostró los dedos de los pies en recuperación. Aun cuando la regeneración de la piel era notoria y las uñas empezaban a crecer.
Me dijo: "Mira, si bien no es la primera vez que estoy en una situación tan dura, sí es la primera que regreso con daño, con alguna incapacidad que me tuvo 15 días tirado. Fue fuerte luchar por sobrevivir en la montaña pasando fríos o hambre, durmiendo en casas de campaña, sobre piedras, pero también extraño encontrarme, de repente, en mi casa. Aprecias el agua caliente del baño, ¡es la locura! Te atienden y te cuidan, te llevan la comida a la cama. Me río conmigo mismo y me pregunto: ´¿Hace cuánto que no escuchaba radio?´, o dices: ´¡Ay, qué rico!, ésta es mi almohada, mi cama´".
-¿El alpinista es masoquista?
-El masoquista sufre por gusto, sin una razón. La mía es sentir una satisfacción allá arriba.
El relato
"Por el mal tiempo y tantas horas de estar a 8 mil 300 metros desistí de hacer cumbre en el Everest (a escasos 500 metros), junto con el austriaco Tom Rohrmoser y el alemán Peter Kowalzik. De regreso no paramos en el último campamento, sino hasta el campo dos, a 7 mil 800, donde sucedió lo que cuento".
Aunque en una expedición se montan las tiendas, Andrés subió una para él, además de una estufa, cacharros y comida.
"Los europeos se llevaron mi estufa para fundir nieve y beber agua caliente, pero cuando el alemán me pidió el encendedor no lo encontré y se exasperó, me dijo que no se lo quería dar, por la falta de oxígeno no se piensa con claridad, es difícil concentrarse, por lo que entendí su reacción. Más tarde encontré el encendedor y se lo di. Supuse que eventualmente me pasarían la estufa o líquidos calientes, pero no fue así. Se hizo de noche, empezó a pegar el viento y hacía un frío tremendo. Salí, estaban a un metro. Abrí un poco el cierre y les dije que me dejaran entrar, pero el alemán me dijo que no podía entrar: ´¡Tú no quisiste darnos el encendedor y necesitas una lección!´.
Mi preocupación era hacerle entender a este cuate que yo necesitaba entrar. Hincado en la nieve me calmaba y le pedía: "¡Déjame entrar, qué no te das cuenta que necesito beber y estar cerca de la estufa!". Pasó un rato, no me dieron chance y me regresé a recostar a mi tienda. Después de un tiempo oí que gritaron: "¡Andrés!", abrí y sólo vi una mano con una botella de medio litro de agua caliente. Me bebí la mitad y la otra la puse en mi traje para calentarme. Ahí consideré lo que me iba a suceder, y me dije: "Debo mantener calientes los órganos vitales: pulmones y corazón para evitar problemas en el cerebro, a ver si despierto". Me quedé dormido. Debía descansar, de otra manera no iría a ningún lado.
Cuando abrí los ojos tenía la estufa y el encendedor a mi lado, y el termo en la panza. Después me dijeron que creían que había muerto y ellos también iban a morir, y estaban luchando por vivir.
Tenía la sensación de haber pasado mala noche. Abrí los ojos. Era de día. No traía reloj. Creí haber dormido unas seis horas, pero no sabía que habían pasado 36 horas. Recuerdo haberme dormido tarde, como a las 2 de la mañana. Se hizo de día y no desperté; se hizo de noche otra vez, pasó, y hasta entonces amanecí. Entré en un sueño profundo, caí en la inconsciencia.
Al parecer tuve un problema de baja temperatura o falta de oxigenación cerebral. Lo impresionante fue que desperté. Abrí los ojos y la tienda estaba a punto de salir volando. El viento era tan fuerte que había desamarrado las estacas. Quizá la sacudida de la tienda me hizo reaccionar. Cuando amainó amarré cada una de las cuatro estacas a cada esquina. Estaba hecho pinole y me sentaba a jadear.
* * *
-¿No sentiste miedo?
-¡Imagínate!, en México despierto con 46 pulsaciones. Arriba, dormido tienes de 100 a 120, es como si todo el tiempo estuvieras corriendo. Por eso amaneces agotadísimo. El corazón trabaja como loco para que el cerebro tenga riego sanguíneo y no haya muerte neuronal. De hecho, dormir arriba de 7 mil 500 metros es la muerte y hay quien no lo soporta: los pulmones se te llenan de agua y mueres por asfixia. En el cráneo y el cerebro se genera tal presión que provoca mareos, pérdida de equilibrio. El típico "mal de montaña": vómito, dolor de cabeza, es un edema cerebral a menor escala. Arriba de 7 mil 500 es fatal.