La innegable valentía de
Joaquín Navarro Quinito fue un joven inquieto que traía en las venas esa simpatía tan característica de su idiosincrasia, lo que ya es de tradición, de aquellos que nacen en Sevilla. Traía también la pasión y vocación de ser torero, como todos los originarios de esa capital de la región andaluza. Y al paso de los años, la bella y barroca ciudad situada en el sur de España se convierte en una fábrica inagotable de héroes de los ruedos, en la universidad taurina mundial, título que sigue ostentando en la actualidad. Joaquín Navarro, que nace el 22 de septiembre de 1873, se inicia como banderillero de la cuadrilla de los niños toreros sevillanos, misma que en esa época la dirigían nada menos que dos maestros: Faico y Minuto, quienes poseían profundos conocimientos en la ciencia de la profesión de tauro. Con las "jarras" o los palos, como dicen los que "calzan de seda y metal", Joaquín Navarro, al que todos conocían mejor como Quinito, manifiesta pronto su presencia. De inmediato se distingue adornando con elegancia, eficacia y brillantez los morrillos de los nobles bureles de sangre valiente. Así, empieza a escribir el libro de su historia. Hacia 1889 se da ya a la complicada tarea de estoquear novillos en todas las plazas de la región del cante flamenco o jondo, que le sirven de preparación para pensar en tareas de mayor responsabilidad. Dos años después, el 8 de mayo de 1891, actúa por primera vez en la apabullante Madrid, al lado de Cándido Martínez. En su labor se advierte desparpajo, seguridad, oficio y, consecuentemente, depurada técnica. El título de matador Meteórica fue su campaña menor, pues al año siguiente, en 1892, se le confiere el título de matador de toros en la Plaza de Ecija. Y fue el padrino nada menos que otro distinguido maestro: José Sánchez del Campo Cara-Ancha, con un encierro del hierro de Castellones. Sin embargo, como diestro de alternativa llega a La Corte (Madrid) hasta el 4 de marzo de 1894. No sin antes tener mucha actividad en plazas de Francia y Portugal. Ya lucía preparado y, sobre todo, era un excelente rehiletero. Sus pares de banderillas al quiebro causan una profunda impresión y es rival enconado del fino Antonio Fuentes, en especial en las suertes del segundo tercio. En los años 1895 y 1896 visita México y deja grato sabor de boca. Hay poco material de su estancia en nuestro país, pero nos ilustra el maestro Heriberto Lanfranchi en su obra La Fiesta Brava en México y España. En el 1895, todavía en el siglo XIX, torea ocho corridas y en 1896, cuatro, para un total de 12, y se sitúa en el segundo lugar en el escalafón de corridas lidiadas. En esa época, en la que la fiesta en México crecía con muchísima fuerza, funcionaban dos plazas al unísono: la Bucareli y la Tacubaya. Hay datos precisos en tres de sus actuaciones: una, el 24 de noviembre de 1895, en la plaza Bucareli en la que actúa, señala la crónica, con su paisano Antonio Escobar El Boto, con toros de Cieneguilla y El Fresno. una corrida sin presencia y mansa. El promotor, nada menos que Ponciano Díaz, y en esa ocasión la autoridad le multa al diestro mexiquense con 500 pesos. Una fortuna, sin duda. Esa tarde, Quinito se luce a pesar de todo y al tercero lo hace doblar de una estocada citando a recibir, que sólo penetra menos de medio estoque y un volapié fulminante que merece el pleno reconocimiento del público. Aparece en otra corrida en el mismo coso el 12 de enero de 1896, alternando con José Centeno, con bureles de Tepeyahualco. Espectáculo en que las cosas rodaron en un nivel alto. Es en la Tacubaya, el 4 de octubre de ese mismo calendario, cuando elabora una gran tarde. Alterna con un torero cubano (paisano del amigo Boligán que ilustra estas remembranzas), José Marrero Cheché, y la alternativa de Francisco Palomar Caro Chico, con astados de Tepeyahualco. Quinito realiza una labor impregnada de inspiración, con el calificativo de magistral. Lucido con el capote, las banderillas y un trasteo con estatuarios, pases naturales de gran exposición y un soberbio estoconazo. Recibe trofeos y lo que cada artista desea: la entrega total del conglomerado. Madrid se le rinde Es importante señalar que en ese lapso, el 8 de enero de 1895, se publica el primer Reglamento Taurino y empieza a regir el 14 de ese mismo mes y año. Desde ese entonces se obliga a las empresas a iniciar la temporada el primer domingo de octubre y concluirla el último domingo de abril del año siguiente. Las sesiones con matadores de alternativa sin festejos mixtos con novilleros y se prohíbe tocar el Himno Nacional en los festejos. Sí, con mucha similitud al Reglamento actual, con toros con mínima edad de cuatro años y una máxima de seis, o cinco yerbas. Retorna a España Joaquín Navarro con bríos e ilusión y reaparece en La Villa del Oso y el Madroño el 29 de junio de 1897. Deja constancia de sus adelantos. Su trayectoria se mantiene cuesta arriba y se afirma. En las temporadas de 1902 y 1903 actúa con frecuencia en La Corte, consigue los éxitos de mayor nombradía y jerarquía. En los años siguientes, cuando Ricardo Torres Bombita y Rafael González Machaquito se negaron a matar los toros de Miura, Quinito no puso ningún reparo y realiza la gesta. Esto le vale popularidad y jerarquía, así como muchos contratos en Madrid. En 1910 conquista un gran triunfo en Sevilla y en 1914 torea en la plaza Las Arenas de Barcelona con Isidoro Martí y Matías Lara. Poco después, sin el entusiasmo de los años mozos, se retira de la profesión. Se instala en Sevilla hasta su fallecimiento, que ocurre el 15 de febrero de 1936, con su última mirada hacía la Giralda.





