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Pepete, un mote del mal fario

El Universal
Martes 07 de febrero de 2006
Con este alias se inmortalizaron José Rodríguez, José Rodríguez Davie y José Claro, y los tres murieron trágicamente en las astas de reses bravas

Muchas de las historias en el espectáculo del toro se asemejan y resultan, sorprendentemente, paralelas en su contenido.

En la fiesta brava se suscitan varias de ellas tan similares como inverosímiles. Sin embargo, la realidad es nítida y se convierte en una leyenda apasionante.

Entre los vastos relatos resalta al que con toda legitimidad se le puede calificar como el fatídico mal fario del mote de Pepete, en el que tres toreros con ese alias fueron marcados por el destino con el signo de la tragedia.

José Rodríguez, Pepete, fue el primero en llevarlo como emblema; el segundo, José Rodríguez Davie, y el tercero, José Claro. Los tres andaluces; uno nació en Córdoba, el otro en San Fernando, Cádiz y, el tercero, en Sevilla.

Los tres Pepetes murieron en las astas de bravías bestias, con cornadas tan severas, mortales por necesidad, que su agonía, en el primer caso, duró sólo tres minutos, tras una lesión en el corazón; el segundo, unas horas, con herida que causó tremendos dolores, y el tercero, luego de fugaces minutos, con plena conciencia del torero que por ese hoyo que hizo el pitón destrozando la femoral, se le escapó la existencia.

La primera víctima

José Rodríguez, Pepete, nació en Córdoba, en 1824. Desde pequeño manifestó su tendencia por ser torero y pronto se unió a las cuadrillas de los capitanes de aquella romántica época.

Y la historia cuenta que cuando el novelista francés Alejandro Dumas visitó Córdoba, Pepete actuó como guía en una excursión por la Sierra Morena.

Pronto, José se hizo de fama por sus condiciones que como torero las exponía en los ruedos en la cuadrilla de Antonio Duque, hasta que confirmó el doctorado en Madrid, de manos de Cayetano Sanz, con el toro Lagartijo de Gaviria.

Recorrió España entera, en todos sus rincones y con las cuadrillas de más renombre, con los figurones que deambulaban en aquel lejano lapso.

Su fama creció y los públicos lo exigían en los carteles más postineros que pudiese montarse. Alcanzó triunfos en Madrid, sobre todo en 1858, su año cumbre.

Fue en 1862, cuando la empresa de Madrid lo contrató para torear el 20 de abril. En esa corrida en segundo lugar apareció un berrendo en negro alunarado botinero y capirote y de cuerna corta, de la dehesa de Miura.

El toro embistió al picador Antonio Calderón, dándole un tumbo al descubierto. Pepete salto de inmediato la barrera para hacerle el quite al varilarguero. Para su mala suerte, la res lo enganchó por la cadera, causándole un puntazo sin importancia, pero quedó a merced de Jocinero, como se llamaba el burel, que lanzó dos asesinos derrotes, causándole una profunda herida en el pecho. La hemorragia fue abundante, el corazón estaba lesionado. El torero tuvo fortaleza para levantarse y llegar a la barrera y ser asistido de inmediato. De hecho, arribó cadáver a la enfermería, y alcanzó a susurrar algunas palabras antes del desenlace fatal.

Se le dedicó el siguiente verso: ´Pepete´ salió a la plaza/ como un torero valiente;/ por salvar a un picador/ el toro le dio la muerte.

Sigue de ronda el mal fario

Cinco años después, nació en San Fernando, Cádiz, José Rodríguez Davie Pepete, el 14 de mayo de 1867, Como su antecesor, su trayectoria fue vertiginosa. Su fama comenzó a despuntar en 1887 en la cuadrilla de Joaquín Rodríguez Punteret. Viajó al nuevo mundo, a Montevideo, Uruguay, y retornó a España para tomar la alternativa en el Puerto de Santa María el 30 de agosto de 1891 de manos de Luis Mazzantini.

Estampa de torero presumía este Rodríguez Davie, de elegantes trazos, con valor y personalidad. Reunía empaque y con ese toreo de alta escuela lidió los años siguientes, realizando viajes a Sudamérica, hasta que llegó el trágico día del 12 de septiembre de 1899, en la plaza de Fitero, en Navarra, norte de España. Cantinero de la ganadería de Zalduendo, se mostraba tranquilo en los corrales. Al cubrirse el segundo tercio, Pepete salió perseguido por el burel y al saltar la barrera, en el callejón, lo cogió la bestia, lo zarandeó como un muñeco de trapo y lo lanzó otra vez al ruedo.

La feroz embestida le propició una cornada grande en el muslo derecho, de 18 centímetros de profundidad y seis de anchura. El pitón de Cantinero lesionó nervios vitales, pues al día siguiente el diestro murió entre agudos dolores.

Un mote fatídico

Pepete seguía siendo un mote fatídico. En Sevilla, el 19 de marzo de 1883, nació José Claro, quien también tomó el seudónimo de Pepete como bandera.

Muy joven, debutó en 1904 en Sevilla y también lo hizo en el coso de Madrid. Ese mismo año, tomó la alternativa en la Real Maestranza de manos de Bonarillo, doctorado que confirmó dos años después en Madrid el 27 de mayo de 1906, hace un siglo justamente.

Este infortunado diestro fue conocido en México, cuando se presentó en la segunda corrida del inaugurado coso de ´El Toreo´ de la Condesa, el 10 de noviembre de 1907. Causó una magnífica impresión, por sus hechuras de un torero elegante, de calidad.

Toreó tres corridas, dos de ellas de Piedras Negras y una de Tepeyahualco. En la segunda alternó con Vicente Segura, de los toreros importantes mexicanos en ese lapso, cuando la fiesta se desbordaba en nuestro país en forma incontenible.

Su mejor temporada española, por ser dueño de un valor espartano, fue la de 1908. Retornó a México en la campaña 1909-1910. Sumó seis corridas de toros con halagadores resultados artísticos.

El signo de tragedia que arrastraba el mote de Pepete estaba marcado para el 7 de septiembre de 1910, en el centenario de la Independencia de México, en la plaza de Murcia. Toreó mano a mano con Rafael González Machaquito, toros de Parladé. Estudiante, el primero de la tarde, dio un tumbo al picador Majito y Pepete, al hacerle el quite, el burel lo arrolló y le infirió un cornada en la ingle derecha con ruptura de la femoral.

Murió minutos después en la enfermería, consciente de que por la herida se le escapaba la vida, escuchando el gran triunfo de Machaquito, pues el encierro de Parladé fue inmenso, como fatídico el mote de Pepete.



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