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Manuel Domínguez, un torero singular

Guillermo Salas Alonso| El Universal
Martes 06 de diciembre de 2005
El sevillano Manuel Domínguez Campos perdió un ojo por una cornada, pero esto no impidió que alcanzara la gloria y se convirtiera en una figura del toreo. En Sudamérica se graduó como soldado y se salvó de ser fusilado; también fue traficante y bandolero

Los toreros se distinguen, especialmente, por sus aptitudes y al mismo tiempo se manifiestan diferentes y hacen sentir su presencia por sus actitudes. Es un caso singular, en este aspecto, el torero sevillano Manuel Domínguez Campos, al que se le identificaba y, sobre todo, se le admiraba más bajo el alías de Desperdicios . Fue un aventurero innato y su existencia se fragmenta en tres marcados matices: Primero, su niñez y el principio de su trayectoria taurina; segundo, la vivencia de episodios que se antojan espeluznantes en Sudamérica, pues llegó como matador de toros, trabajó en el campo, fue soldado en Argentina y Uruguay, salvándose de ser fusilado, y se convirtió en traficante y bandolero, y tercero, su regresó a España para triunfar como un torero de alto nivel, con un doble mérito, ya que un burel le cogió y le vació el ojo derecho. El fatal accidente no fue obstáculo para que llegara a la meta en la profesión, alcanzara la fama y, lo esencial, el reconocimiento como una distinguida figura del toreo.

Manuel Domínguez nació el 27 de febrero de 1816 en Gelves, Sevilla. Un barrio de gran renombre, al que hizo famoso después el patriarca de esa dinastía de prosapia de Fernando Gómez El Gallo . El apodo de Desperdicios se lo impuso esa figura relumbrante de la fiesta que fue Pedro Romero, que dirigía la Escuela de Tauromaquia de Sevilla. Observando esa intuición innata de Manuel para captar la técnica del toreo, Romero exclamó: "Este chavalillo no tiene desperdicios".



Existencia azarosa

El destino le deparó a Manuel Domínguez una vida que puede calificarse de azarosa. Su padre, un labrador de corta escala, murió antes de que él naciera, el 20 de enero de 1816 se produjo el deceso y el niño Manuel vio la primera luz el 27 de febrero como quedó asentado. Quedó a cargo de un tío, quien lo envió a una escuela de jesuitas hasta los 10 años y aprendió, de niño también, el oficio de sombrerero.

En su juventud, Manuel Domínguez ingresó a la Escuela de Tauromaquia de Sevilla, de donde le nació la afición por ser torero. En 1834, despuntó como banderillero en las cuadrillas de Juan León y su tocayo Manuel Lucas. Lo hizo con desparpajo y muy elocuentes maneras.

Dos años estuvo hasta que tomó la alternativa en Zafra, siendo padrino Juan León y testigo Luis Rodríguez. El doctorado se le otorgó no sólo por el hecho de que fuese ya capaz, sino con la mira futura de irse de aventura a Uruguay, junto con Luis Rodríguez como segundo espada de cuadrilla. Finalmente, Luis se quedó y Manuel Domínguez se convirtió en primer espada, llevando a Manuel Macías El Cherrime , de segundo. En Sudamérica pasó una temporada larga, de 17 años. No sólo vivió como torero, también la necesidad lo obligó a emplearse como capataz y enlazador de los saladeros, tanto en Buenos Aires como Montevideo, en cuyas tierras pasó malos ratos. Estuvo al servicio en Buenos Aires del dictador, el general Rosas, y en Montevideo se cuadró ante Frutos Rivero.

Durante sus correrías bélicas, escapó de ser fusilado tras huir una noche y unirse a las tropas del comandante Manuel Troncoso. Manuel toreaba los toritos de plomo, no los de carne y hueso. Se desempeñó como militar en Uruguay y Argentina, torero en Río de Janeiro y las circunstancias lo obligaron, asimismo, a hundirse en el bajo mundo como traficante y bandolero. Fue también cabecilla de gente de campo contra indios feroces e industrial, según ilustra el tratadista Sánchez de Neira.

Pese a tantas tribulaciones, Manuel sorteó con suerte los designios del destino. Y su calvario concluyó hasta 1852, cuando cayó el dictador Rosas. Entonces, se embarcó en Montevideo y emprendió el regreso a España. Llega al puerto de Cádiz el 30 de mayo, después de una travesía de 42 días. El otoño de ese mismo año torea en Sevilla, donde crece la expectación por verle. Da el paseíllo con Antonio Conde y deja grata impresión en el público por su valor y los buenos procedimientos de recibir al toro.



Éxito y trágico percance

Su trayectoria taurina continúa siempre acompañado del éxito. El 2 de octubre de 1853 torea en Aranjuez y el 9 se presenta en Madrid con una actuación convincente. Sin embargo, a la Villa del Oso y el Madroño retorna hasta 1856, tras haber recorrido ese rosario de plazas de la región de Andalucía. La prensa de esa época no se desbordaba en elogios: "Lo único bueno que tiene Domínguez es el alma grande que demuestra con los toros y su excelente toreo de capa al natural, acompañado de su gallarda presencia"... ¡Nada más! En 1857, sufre una terrible cornada en el coso del Puerto de Santa María que le abre las puertas de la historia y de la leyenda. El trágico percance se produce al realizar la suerte suprema. Barrabás , como se llamaba el burel, se escupió dos veces en la misma reunión y en la segunda lo arrolló, lo tiró al suelo y ahí no se pudo evitar el seco, letal y mortífero derrote del ejemplar. Una cornada en la mandíbula inferior y otra encima del ojo derecho, el cual se lo vació en el acto. A raíz de esta dantesca escena, surgió otra versión que pudo haber dado origen al apodo de Desperdicios . Se consignó que él mismo arrancó el órgano visual y señaló: "No me sirve ni quiero desperdicios". Parte de la leyenda o no, lo cierto es que el maestro Pedro Romero le impuso el alias.

El carácter de Manuel, su fortaleza y las adversidades que pasó, ayudaron para que sanara. Y así fue como en 1858, aún con esa deficiencia visual, fue de los más brillantes de su trayectoria como matador de toros y alcanzó la cumbre y el título de figura.

Sus facultades físicas empezaron a mermar a causa de una enfermedad humoral, directamente, en las articulaciones de las piernas. La fortaleza en esos miembros son esenciales en el ejercicio de esta complicada manifestación, por lo que llegó la debacle en Manuel. En 1866, los médicos observan y recomiendan reposo absoluto, pero Desperdicios , con ese orgullo del que hacía gala, se niega a seguir las instrucciones y sigue "calzándose" el terno de luces.

Concluyó su existencia el 6 de abril de 1886, en Sevilla. Causó consternación su fallecimiento y el féretro fue presidido por la admiración de sus compañeros y rivales profesionales: Chicorro , Cara-Ancha , Marinero , Espartero , El Gordito , El Tato y Curro Guillén. ¿Podría habérsele dado un mejor adiós? Sin duda que no.



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