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Alberto Balderas... su cita ineludible

Guillermo Salas Alonso| El Universal
Martes 15 de junio de 2004
Era querido; sus tardes ante el toro fueron sesiones de arte y de emoción. Pero `Cobijero` tenía en su destino a Alberto Balderas, `el torero de México`

Sus restos fueron velados en una funeraria de la calle de Copenhague. Desfilaron ante el féretro miles de personas de todos los niveles sociales y de todas religiones.

Se fue Alberto Balderas Reyes.

La tarde del 29 de diciembre de 1940 se convirtió en la víctima de la fiesta más llorada, más sentida y por quien siempre pesa una sincera añoranza. Se fue el matador.

Torero elegante, muy adornado con el capote y exquisito en la suerte de banderillear, acaso flojo con la muleta y con la espada, su toreo se adaptó mucho mejor al noble toro mexicano que al más encastado y nervioso toro español.

El sino de Balderas, el torero de México , estaba marcado. Un burel de nombre "Cobijero" le esperaba al casi finalizar un sangriento, para la tauromaquia mexicana, 1940.

Un añejo adagio sentencia: "Del rayo te salvas, de la raya, no".

Es el destino...

Se cuenta, en una pequeña leyenda, que un caballero de la ciudad de México caminaba una tarde por el centro, cuando, de pronto, se encontró con la muerte. Después de mirarse fijamente cada uno siguió su camino. Él, atemorizado y con el miedo reflejado en el rostro, salió despavorido rumbo a la ciudad de Querétaro. Ella, en su andar, pensó: "Qué extraño. Tengo cita con este hombre hoy por la noche, precisamente en Querétaro".



Esa raya...



Entre las grandes tragedias dentro de la fiesta de los toros, una provocó consternación unánime: la cornada y muerte de Alberto Balderas en la quinta corrida de la temporada en la plaza de toros "El Toreo de la Condesa".

No era su toro. La lidia correspondía a José González Carnicerito de México , quien pedía permiso a la autoridad para empezar la labor muleteril.

"Cobijero", tercero de la tarde, arrolló a Balderas cuando estaba en el tercio, esperando.

El burel de la famosa dehesa de Piedras Negras había enseñado defectos visuales en su lidia.

Hizo el intento de embestirle a Carnicerito , Balderas lo tocó con el capote, el toro se fijó en él y lo arrolló, haciendo caso omiso al movimiento que con el percal alcanzó a hacer Alberto: lo cogió y se lo echó al lomo. El cuerpo del torero resbaló hacia la cabeza y el burel tlaxcalteca lanzó el derrote, seco y seguro. Mortal. El pitón penetró en la región hepática y partió el hígado del torero.

Su muerte fue casi instantánea.

De hecho, fue un cadáver el que ingresó al quirófano de la enfermería, donde los médicos de esos tiempos, Javier Ibarra y José Rojo de la Vega, se vieron maniatados. La ciencia ya nada podía hacer.

Pero, ¿por qué salió al ruedo?

Su cita con la muerte estaba dictada para ese tercer toro. En el primero, el diestro había cedido la borla de matador a Andrés Blando, otro de los toreros hechos en el Rastro de Tacubaya.

El segundo de la tarde, de nombre "Rayao", cogió al valeroso diestro rompiéndole sólo la taleguilla del terno canario y plata que lucía la tarde del adiós.

Y comienzan las suposiciones.

Que si sufre Alberto una herida en el muslo no hubiese sucedido nada, que hubiese sido una cornada como muchas otras que padeció en su carrera. Que "Rayao" sería un aviso no de "Rayao" sino de `raya`. Que...

Se fue Balderas.

Pero antes le cortó la oreja, tras una faena de mucho mérito, en la que derrochó valor a raudales: torero honrado a carta cabal.

Al inicio del tercero, "Cobijero" pudo haberse quedado más tiempo en el callejón, donde el mozo de espadas remendaba al diestro la taleguilla. Inclusive, dicen que lo apresuró para salir al ruedo cuanto antes, a la cita ineludible.

Asimismo, se cuenta que esa temporada Alberto declaró a la prensa que retaba a los toros a que le dieran cornadas: "Sí no me las dan, este año tomaré mi sitio"...

El derrote de "Cobijero" y la guadaña de la parca hicieron trizas las ilusiones de ese torero que, como sea, ya tenía un sitio ganado en el escalafón de lo que se considera la época de oro de la tauromaquia en México.



Un torero incómodo

Alberto Balderas vio la primera luz en esta capital mexicana, el 8 de abril de 1910, en el seno de una familia acomodada. Su padre, director de orquesta, se opuso a que Alberto se dedicara al toreo, pero poco pudo hacer ante la firme vocación de un joven impetuoso.

Hizo su debut en la plaza de Mixcoac, el 10 de enero de 1926, cuando estaba por cumplir los 16 años. Pronto destacó haciendo pareja con otro elemento de profundas cualidades, José Negro Muñoz, quien por mala cabeza no alcanzó el lugar que realmente le correspondía.

Partió a España y obtuvo triunfos de un potosí de valía, en las dos mejores plazas de la península: Madrid y Sevilla. Sobre todo en la Real Maestranza, donde cuajó a un novillo casi perfecto, dicho así pues en el toreo no existe la perfección.

Tomó la alternativa el 19 de septiembre de 1930 en la plaza de Sevilla, con Manuel Mejías Bienvenida como padrino, y como testigo Andrés Molina, después de haber triunfado clamorosamente en la misma plaza el 18 de mayo con "Hocicudo", toro de Guadalest, que brindó a Belmonte, astado al que cortó las dos orejas y el rabo.

Confirmó el doctorado al año siguiente, en la cuarta fecha del abono, con Cayetano Ordóñez como padrino y de testigo Vicente Barrera. En aquel tiempo no se confirmaba el doctorado en México.

Compitió Alberto con lo más granado de la torería tanto en España como en México, en la llamada "Época de Oro" de la fiesta en suelo patrio. Y siendo al principio un torero de corte fino, artista, concluyó haciendo gala de un valor espartano, de mucho carácter y de una actitud de honradez, cuyo reconocimiento, admiración y cariño fue total: por ello el torero de México .

Tuvo triunfos muy importantes, que causaron gran revuelo. Sin embargo, la tarde más completa y redonda, en la que, como se dice en el argot taurino, dio un "baño" al maestro Fermín Espinosa Armillita , fue aquella de un mano a mano en "El Toreo". Balderas obtuvo seis orejas y tres rabos de un encierro de Piedras Negras... ¡In-con-mensu-ra-ble! Y se hilvanan las historias siempre, incomprensibles y certeras: en esos potreros tlaxcaltecas, de donde salieron los tres astados de este éxito, ya pastaba, como un utrero, novillo apenas, esperando el día de su aparición en una plaza de toros, el que sería un fiero burel con un defecto visual, de nombre "Cobijero".

Alberto formó parte, asimismo, del grupo de toreros que conformaban Armillita , Solórzano, Gorráez y Silverio, entre otros, y los ganaderos de Tlaxcala, de apellido González, los Madrazo de Jalisco y los Barbabosa del estado de México, dividiéndose en otro grupo que incluía a Lorenzo Garza, Luis Castro El Soldado , Alfonso Ramírez Calesero , y otros, con los ganaderos zacatecanos don Antonio y don Julián, de la casa Llaguno, esto, en la parte final de los años treinta; se le conoció como el pacto de Texmelucan.

Tuvo más éxito el primer grupo, pero nada extraordinario.

Después llegaría la reconciliación, pues esos pleitos, se convencieron, jamás conducen a nada bueno.



1940, un año trágico

La bonanza abandona a los taurinos de la capital.

Se vivió en 1939 una difícil etapa: las empresas no se animaban a montar el espectáculo, pues la gente se había alejado, lenta pero irreversible, de la plaza "El Toreo" de la Condesa.

En semejantes circunstancias se anuncia la temporada 1940-41. Debuta como empresario el doctor Alfonso Gaona.

Qué año este 1940.

Primero de enero: muere el novillero Juan Gallo, en Aguascalientes. Y así, a lo largo de las 12 hojas de su calendario, se van sumando, en trágica numeralia, cerca de 40 cornadas. Muy graves algunas, como la que sufrió el novillero Felipe González, en el femoral. Año infame que cierra, el 29 de diciembre, con la cornada y muerte de Alberto Balderas, nuestra historia.

Qué año el 40.

El doctor Gaona, en las primeras cuatro corridas, ve cómo caen heridos cuatro toreros.

Empieza la campaña el primero de diciembre, tarde en que Armillita da la alternativa a Carlos Arruza, quien sufre una cornada al entrar a matar a "Oncito", de Piedras Negras, el toro del doctorado.

Pasa sin nada que lamentar la corrida del día 8; pero en la del 15, el toro "Andaluz", de Zotoluca, infiere una grave herida al maestro Lorenzo Garza, y el domingo 22, en la cuarta corrida, sufre una cornada el diestro Paco Gorráez.

Sangrienta, la campaña.

Presagios.

Y es la raya que nadie cruza...

A pesar de todo, nadie espera a la muerte. No tan pronto.

Pero llegó.

Embistió a Alberto Balderas.

Trágica sesión del domingo 29, cornada y muerte ante el de la divisa rojo y negro, del hierro de Piedras Negras. Escribió el maestro Pepe Alameda: "Balderas murió cuando más vivo estaba".



El duelo, la conmoción

Antes de que concluyera la trágica corrida, ya por el tendido corría la infausta noticia: "¡Balderas ha muerto"! Los aficionados estaban consternados y por la noche la gente se dio cita en el exterior del coso de la colonia Condesa. Querían conocer detalles, con la esperanza de que no fuese verdad el insistente rumor...

¡Era!, ¡lamentablemente lo era! Los restos del infortunado diestro fueron velados en la calle de Copenhague, donde desfilaron miles de personas.

El cortejo fúnebre fue una manifestación de duelo. De la calle Copenhague, pasando por Paseo de la Reforma, la calzada México-Tacuba hasta llegar al Panteón Moderno, su última morada, verdaderos caudales de gente lo acompañaron en el sentido adiós.

La gente quería despedirse y salían ante el paso de la caravana fúnebre. Nunca antes de esto, ningún personaje público, ningún torero mucho menos, había tenido esa respuesta de dolor, de sentimiento, de admiración y de lamento de un pueblo que lloró el inesperado y triste final.

Balderas como tributo pagó con su vida todas las satisfacciones que le proporcionó la fiesta de los toros. Sus compañeros también le lloraron como amigo, torero y hombre. Fue impresionante, en todos aspectos, el sepelio de un ídolo de la tauromaquia.

Así terminó 1940, año trágico. El sino de el torero de México estaba marcado para ese 29 de diciembre, día de la cita ineludible. "Cobijero" miró apenas, entre brumas, a aquel hombre valiente que vestía de canario y plata... Y le embistió.



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