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"La Barda es tu amiga": Bolaños

Gerardo Lara G.| El Universal
Domingo 10 de marzo de 2002
Ecos de una linda historia. Septiembre de 1980. El mexicano Juan Carlos Bolaños se interna en el óvalo de Indianápolis con el deseo de conseguir su licencia para Indy Cart, serial estadounidense que se presentara por primera vez en México... Ahora lo sabe su padre, pero apenas unos meses antes, debía enmascarar con pretextos su deseo irrefrenable por conducir, sobre todo a altas velocidades...

Son más de 20 años los que han transcurrido. La mente de Juan Carlos el Huevo Bolaños hace el rápido recorrido. "Ya había participado en varios campeonatos de México y Europa, me faltaba la Indy, campeonato que había nacido un año antes. Cuando un promotor mexicano iba a traer ese serial, decidí rentar un auto, pero antes tenía que pasar una prueba para que me dieran la licencia. A pesar de mi experiencia, era la primera vez que correría en un óvalo y los nervios se acrecentaron cuando ya en la pista escuché la voz del examinador: "Pégate a la barda, ¡es tu amiga!".

¿Tu amiga?, me preguntaba. No entendía por qué debía ir cerca del muro, cuando era la primera vez que corría en este tipo de circuitos.

La voz se repetía por los audífonos: "Pégate a la barda, ¡es tu amiga, Bolaños!" Al bajar del auto recibió la explicación: "En este óvalo sólo hay dos tipos de pilotos, los que ya chocaron y los que van a chocar, si tú vas cerca de la barda te pegarás menos fuerte".

¡Y sí, la barda sería su amiga!...

No fue fácil para el piloto mexicano; corrió pegado a la extensa y sólida pared que rodea el mítico óvalo de Indianápolis.

Recorrí varias vueltas llevando el muro a mi costado. Anduve bien, pero como la prueba en México sería en un circuito y no en un óvalo, el examinador me dijo: "Está bien, ahora vamos al circuito". Pensé que ahí sería diferente, porque esos trazos eran mi fuerte.

Sin embargo, Juan Carlos no tuvo en el auto a su mejor aliado. Cómodo en la sala de su casa, cercana al Desierto de los Leones, Juan Carlos coloca las manos en un volante imaginario, desde donde conduce al automóvil de la memoria.

Cuando daba la vuelta a la derecha el vehículo fallaba, sólo funcionaba al girar a la izquierda. Protesté, les dije que había rentado uno que estuviera en buenas condiciones.

El dueño de la unidad lo tranquilizó.

No se preocupe se lo voy a arreglar, lo que pasa es que la unidad está preparada para óvalos.

Le creí y a pesar de todos los problemas, los convencí; me dieron la licencia, a la cual le pusieron rayas cruzadas, señal de que era novato.

Contento regresó a México.

La carrera de la Indy Cart en México sería el 26 de octubre. Días antes llegó el auto para Bolaños, un Eagle de cuatro cilindros.

Cual fue mi sorpresa la primera vez que lo probé en México, al dar vuelta a la derecha fallaba, el motor bajaba mucho de potencia.

Y de nuevo la protesta. El dueño le aseguró: Es un problema de gasolina, mañana estará listo.

Llegó el día de la carrera.

En los pits veía los potentes autos de los "gringos", y yo con mi carrito de cuatro cilindros. Ahí estaban Tom Bagley, Rick Mears, Bobby Unser...

En la mente de Juan Carlos se anima una esperanza.

Los pilotos visitantes no conocían la pista mexicana, en cambio yo la había recorrido muchas veces poniendo en práctica las enseñanzas que recibí de Moisés Solana cuando incursioné en el deporte motor.

Y sobre todo, quería asumir un lugar destacado para brindarlo a su padre Emilio Bolaños Díaz, quien había costeado toda su carrera deportiva, y a su inseparable esposa Marcia Capdevila.

Ya: 26 de octubre de 1980.

En la parrilla el sitio 21, de 25 autos, es ocupado por el mexicano. Bandera verde. El pequeño auto de Juan Carlos pasa al último lugar. Pero de inmediato aprovecha la recta para llevar su unidad al límite y rebasar a ocho monoplazas.

Las primeras vueltas estuve bien. Después, al completar 15 giros mi coche empezó a fallar; y de pronto el motor se paró, me quedé tirado en la pista.

Al final: lugar 17. Pero Juan Carlos Bolaños siempre tuvo la inquietud de descargar adrenalina a través de la velocidad. Su padre, Emilio Bolaños Díaz, sobrino del Presidente Gustavo Díaz Ordaz, gustaba del deporte, pero no deseaba que su hijo incursionara.

Junto con mi amigo Manuel Cardona mitigaba la sed de correr autos en el Periférico, sin que nuestras familias lo supieran; y siempre de manera ilegal.

En 1966, con 20 años de edad, Juan Carlos decidió incursionar en competencias oficiales. Y por intuición sabía que su padre no accedería.

Para poder participar en una competencia en San Luis Potosí dije a mis padres que iba a un día de campo a Popo-Park, donde mi amigo Cardona tenía un chalet. El día de la carrera, un domingo, salimos de México a las 4 de mañana y de paso llevé a mi hermano Gustavo. Íbamos felices conduciendo hacia San Luis en un Mustang Fastback.

Después de 20 años, la aventura se torna curiosa y Juan Carlos sonríe.

Al ver nuestro auto, los organizadores nos inscribieron en la categoría estelar: la Gran Turismo, donde competiría nuestro amigo Cardona con un Corvette.

La carrera se desarrolló en un circuito callejero.

La experiencia de Manuel Cardona y las condiciones de su auto se conjuntaron para que se fuera al frente. Yo lo perseguía desde el tercer puesto. Después de diez giros, el Corvette perdió potencia, mi amigo me hacía señas de que pasara y me lancé en busca del líder.

El acelerar a fondo tuvo consecuencias: cuando sólo restaba media vuelta el motor del Mustang de Bolaños tronó aunque, rodando, llegó a la meta en segundo lugar.

-Lo primero que vino a la mente fue: ¿qué vamos a decir en casa? El auto estaba desbielado.

Entre los dos hermanos hicieron un plan.

Diremos que el coche se quedó en el chalet de Manuel Cardona.

Unos días después, una llamada de San Luis Potosí develó la verdad.

Contestó mi padre, le dijeron que el auto había sido embarcado en un camión. Cuando llegué de la escuela lo encontré molesto, me corrió de la casa y me tuve que ir a vivir con un amigo.

Nueva sonrisa, cuando a 35 años recuerda las andanzas por saciar el placer al mando de un volante.

Pronto regresé a mi casa, pedí perdón a mi padre y al mismo tiempo supliqué: "Déjame correr".

Y surgió la primera esperanza.

Pareciera que el tiempo no pasa, todavía tengo presente lo que me dijo: "Te voy a dejar una sola vez, para que se te quite la calentura".

De inmediato esperó la primera prueba en el autódromo de la Magdalena Mixhuca y no fue una sola: se quedó para hacer carrera de piloto deportivo.

Después, mi padre me apoyó. A él le gustaban mucho las carreras, incluso iba a participar en la Panamericana pero se quedó vestido y alborotado. Llegué al autódromo con mi Mustang. Al primer piloto que conocí fue a Memo Rojas, era muy dedicado. Por fortuna me acerqué a Moisés Solana, él me enseñó mucho, era un grande.

Pero el destino es veleidoso y en 1970 en el último Gran Premio de México, Bolaños sufrió un fuerte choque contra Freddy Van Beuren y los autos quedaron destrozados.

El siguiente paso, formar un equipo de carreras profesional, junto con John Ward y Billy Sprowls, con quienes instaló un motor Mustang en un Super Vee.

En 1972, apoyado por su padre, Bolaños dio un giro: aprovechó su estancia en Daytona para comprar un Porsche 911 y correr las 6 Horas de México.

Con otro Porsche participó en las 24 Horas de Le Mans pero una falla mecánica lo dejó fuera.

Ya retirado, la inquietud de correr seguía. Y en 1989 llegó a México el Mundial de Marcas (Prototipos). "Me enteré que había un lugar porque John Andretti no vendría y decidí rentar su auto. Todos me decían: No vas a poder, llevas muchos años sin correr , pero lo hice. El auto de Andretti era un Porsche muy rápido. En las calificaciones, al salir de la última "S" perdí el control, me estrellé contra la barda. Quería seguir, pero fui al hospital, ahí el médico me dijo: Lástima, no podrás correr, se rompieron los ligamentos y estos no se arreglan con yeso, te tengo que operar ahorita ..."

Al día siguiente vio la carrera por televisión.



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