Enfermedades del cuerpo son los males del alma
¿Pueden decirnos los químicos cuáles son los componentes de una planta medicinal que cure el alma?, interroga el historiador Alfredo López Austin tras escudriñar la serie fotográfica de plantas conocidas en el mundo prehispánico por sus atributos curativos, captadas por Patricia Lagarde. Y es que en su libro ?Herbarium. Plantas mexicanas del alma?, que será presentado hoy a las 19 horas en Casa del Tiempo (Pedro Antonio de los Santos 84, San Miguel Chapultepec), la escritora, ensayista y directora de cine, presenta la materialización de un proyecto acariciado por más de un lustro. Una investigación basada en códices como el Florentino, Badiano, Matritense, y en textos escritos por cronistas como Fray Bernardino de Sahagún y Juan Navarro, sobre el conocimiento que tuvieron los antiguos mexicanos del mundo vegetal, y la aplicación de éste en la curación de enfermedades. Lagarde parte de la concepción mesoamericana de que los males del cuerpo tenían íntima relación con los del alma o la mente. Así, de acuerdo con la cosmovisión náhuatl, chichimeca o zapoteca, su remedio o cura tenía que encontrarse en las yerbas compatibles, aquellas que por sí mismas estuvieran dotadas de la fuerza o energía equivalentes a las fiebres, la tristeza, la envidia, el coraje o la depresión para combatirlos. Mediante el recurso de la ?transferencia?, Lagarde realizó tomas con placas de película Polaroid, la única que respondía a sus fines al obtener negativos y positivos instantáneamente. De esta manera, técnicamente empleó los primeros para transferirlos/imprimirlos sobre papel de algodón. Así, las impresiones adquirieron tonalidades sepias, texturas oxidadas o rugosas, similares a las apreciadas por el paso del tiempo en los códices. El Herbarium, coeditado por Artes de México -dentro de su colección Libros de la Espiral-, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y la Universidad Autónoma Metropolitana, muestra una selección de plantas, con sus nombres científicos y la denominación ?popular?, así como una descripción tanto de sus características físicas como de sus propiedades curativas. Así cual antigua ?alquimista?, Patricia Lagarde -quien es colaboradora de las revistas Artes de México y Luna Córnea-, explica que el Manto de la vírgen es para quien le duele el vientre y tiene oprimido el corazón; en tanto que el Peyote, manjar de los chichimecas, mantiene y da ánimo para pelear y no tener miedo ni sed ni hambre. Guarda de todo peligro. Mientras que la llamada Yerba del diablo, emborracha y enloquece perpetuamente a quienes la ingieren; los hongos conocidos como Derrumbe, provocan visiones y lujuria; y la Flor de mayo, es un arbusto cuyas flores, de suave olor, confortan el corazón. Otras plantas del alma incluidas en el herbarium son: Floripondio, Flor de manita, Estafiate, Tabaco, Trompetilla, Salvia real, Yeloquilte, Yerba de la calentura, Yerba del sapo, Magnolia, Yerba de San Miguel Pericón, Yerba del golpe, Yerba mora y Pipitzáhuac. La serie de la fotógrafa se complementa con dos textos escritos exprofeso para el libro, por Alfredo López Austin, investigador y profesor de la UNAM; y Xavier Lozoya, jefe de la División de Investigación Biomédica del Centro México Siglo XXI. En su ensayo, el segundo explica que para los antiguos mexicanos la vida dependía del frágil equilibrio que guardaban ciertas fuerzas internas del cuerpo humano, entre las que sobresalían el llamado: ?tonalli?,, formado por la tríada luz-calorenergía de la cosmovisión indígena. Para los sabios de la antigua Mesoamérica, el ?tonalli? fluía por centros vitales del cuerpo humano ubicados quizás en el cerebro, el corazón y el hígado. La conservación de la vida, agrega, dependía de que esta energía se mantuviera en el interior del cuerpo, porque perderla provocaba enfermedad, desequilibrio y tristeza. Para recuperar el ?tonalli? perdido hacían uso de diversos recursos: yerbas y árboles, animales y minerales que incidían, dependiendo de su calidad fría o caliente, sobre el cuerpo afectado, ayudándolo a recobrar el equilibrio. Xavier Lozoya enfatiza que las flores eran especialmente apreciadas al poseer, algunas de ellas, la capacidad intrínseca de devolver el ?tonalli?. El aroma, el color y la belleza de sus formas son los elementos evidentes que se invocaban para restituir la energía al hombre triste y fatigado. Así lo dicen la poesía y los cantos de los antiguos.





