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Nuevos dramaturgos contra la vieja escuela

Alida Piñón| El Universal
Viernes 28 de septiembre de 2012
Nuevos dramaturgos contra la vieja escuela

ESCENA. De “El Evangelio según Clark”, de Viqueira, una crítica a la historia oficial. (Foto: CORTESÍA RICHARD VIQUEIRA )

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Videos Plumas de tinta nueva en la dramaturgia mexicana.
Son llamados kamikazes del teatro y comprometidos con lo moderno, una nueva generación de dramaturgos que han terminado por dirigirse y producirse a sí mismos

Los escenarios mexicanos los ocupa una oleada de jóvenes que proponen nuevas formas de concebir al teatro, donde el director ya no es la figura central

ana.pinon@eluniversal.com.mx  

En los últimos años los escenarios mexicanos están recibiendo a una generación de dramaturgos que no sólo está escribiendo, también dirige sus propias obras, algunos incluso actúan y concibe el vestuario y la escenografía; son los teatristas del siglo XXI.

Esta renovada oleada de jóvenes ha sido beneficiados con premios, becas, ha recibido críticas elogiosas, pero también recelo, viajan y regresan con una visión cosmopolita, ya no se conforman con ser publicados, es más, ni les interesa tanto, sino que quieren ser montados en México o en cualquier latitud, son autores precoces que empezaron en el camino de las letras desde la adolescencia y que hoy han alcanzado madurez en la dramaturgia.

En los años 80, dice el director de escena Martín Acosta, quien ha sido cautivado por el trabajo de las plumas de tinta nueva, los dramaturgos estaban peleados a muerte con los directores, luego se pelearon con los escenógrafos porque “eran los que acababan con sus obras”.

“Después, en los años 90, gente como Luis Mario Moncada no sólo escribía sus obras, también actuaba en las que yo dirigía, además escribía y reescribía, estrenábamos y a la siguiente función le cambiaba una escena y así sucesivamente, algo que no se hacía pero que puso de manifiesto que el dramaturgo ya no escribía para ser publicado como en los 70 y 80, sino para ser montado; este fenómeno se ha acentuado y los dramaturgos han terminado por dirigirse y producirse a sí mismos y esto es producto de mi generación”, dice.

EL UNIVERSAL conversó con Richard Viqueira (ciudad de México, 1976), el llamado “kamikaze del teatro”; Alejandro Ricaño (Xalapa, 1983), descrito como uno de los “mejores dramaturgos” de los últimos años, y Luis Ayhllón (ciudad de México, 1976), señalado como un autor “comprometido con lo moderno”.

Viqueira, el provocador

Richard Viqueira es un autor que desde sus primeras obras llamó la atención de la crítica.

Noé Morales escribió que en sus distintos vértices (actor, director de escena y dramaturgo) se le debía reconocer dos virtudes cardinales: su rigor entusiasta y su vocación incansable por experimentar con temas, estilos y géneros. Y Jaime Chabaud aseguró que había “locura” en sus textos.

Para él, “en el escenario no se deja la vida, se deja la muerte y lo que hay de transparente en el acto de existir, y si ahí dejas tu muerte y tu derrota, hay que poner la obra cueste lo que cueste”.

Viqueira se siente influido “profundamente” por Alfred Jarry, también por Luis Mario Moncada y Gerardo Mancebo, y hasta por Quentin Tarantino. No son pocos los que han dicho que su obra suele ser inclasificable y que es un creador transgresor y vanguardista, entre sus obras destacan Vencer al Sensei, El Evangelio según Clark y Monster Truck.

“Me interesa que cada obra tenga una voz particular, eso implica tratar de romper estructuras. Monster Truck no nació siendo lo que es, tenía una idea que después pensé que no funcionaba y di un vuelco, no rompo como acto de exhibicionismo sino por la idea de no ceñirme a un discurso y a un modelo preestablecido, creo que el teatro y la dramaturgia dan para tener mil voces. La idea de transgredir tiene que ver con transgredirse a sí mismo y trabajar hasta las últimas consecuencias y no priorizarte por encima de lo que estás trabajando”, dice.

“A mí no me interesa hacer teatro para comer, me interesa hacer teatro para sacar esta voz que necesita salir, estas emociones y sé que esto toma tiempo y hay que descubrir cómo hacerlo, no hay métodos, es como la locura”.

Ayhllón, la renovación temática

Hace 12 años, Luis Ayhllón estrenó una obra que cimbró a la escena nacional, Cash, escrita como desahogo de la experiencia traumática del secuestro exprés de uno de sus hermanos. La obra surgió del coraje y la dirigió, declaró alguna vez, con las entrañas y al margen de cualquier método. Luego su nombre se volvió garantía de buen teatro.

“Quise llevar al teatro lo que nunca había visto: algo inspirado abiertamente en la realidad mexicana, y también quise explorar en el lenguaje de las calles. Para mí fue una obra fundamental, un gancho al hígado y una tarjeta de presentación de lo que yo creía que era el teatro; desde entonces he tenido la fortuna de ser montado con buena respuesta”, dice vía Skype desde Suiza.

Con obras como La nueva familia, Entre Poe y un cadáver y El escribidor de la colonia centro, se le señaló como uno de los pocos escritores de la actualidad que alzaron su voz para mostrarnos con gran ironía la perversa realidad social.

“Eso ha sido un estigma y hay quienes etiquetan el trabajo por comodidad. Hay una constancia en los personajes urbanos porque vivía en el DF, con el que tengo una relación de amor-odio, y quiero pensar que mi trabajo apunta hacia otros horizontes, pero será el público y la crítica la que hable de mi obra”.

Sobre su generación, apunta: “Desde hace tiempo se ha dicho que nosotros provenimos del cómic, de la cultura basura, que no tenemos escuela, que somos muy violentos, pero somos creadores que llevamos por lo menos 15 años probando y montando. La renovación que está viviendo el teatro mexicano es gracias a su dramaturgia y a los directores que hacen su dramaturgia, no son los directores, críticos y académicos, sino nosotros porque llevamos años conquistando espacios, tomamos las instituciones porque no es que nos dieron chance, las tomamos porque era necesario”.

Teatrista, no dramaturgo

Cuando se estrenó Riñón de cerdo para el desconsuelo se dijo que Alejandro Ricaño ejerció el poder que tiene un dramaturgo escénico, ese que no sólo se queda en el papel, sino que “escribe viviendo y vive escribiendo”. Luego, obras como Un torso, mierda y el secreto del carnicero, Más pequeños que el Guggenheim, Timbuktú y El amor de las luciérnagas lo revelaron como uno de los dramaturgos más ambiciosos de los últimos años.

“No me considero dramaturgo, soy teatrista, hago diseño del vestuario, dirijo mis obras, jamás he trabajado con un escenógrafo, veo al teatro como una totalidad”, dice.

Y critica el teatro mexicano: “Lo mejor que le puede pasar al teatro mexicano es desmitificar la figura del director, dejar de encumbrarlo y de creer que es la figura más importante del teatro, abolir la vieja escuela”.

Añade que su generación está haciendo un gran uso de la narración. “Ya nadie quiere las grandes escenografías o grandes producciones, ahora estamos narrando. En mi caso, he contado las historias que he querido, nunca me he limitado de nada”.



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