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Jóvenes de la Ruta Quetzal viven extenuante jornada en el Tayrona

Yanet Aguilar Sosa Enviada| El Universal
Martes 03 de julio de 2012
Jvenes de la Ruta Quetzal viven extenuante jornada en el Tayrona

ESFUERZO. El camino de los 225 ruteros fue prolongado y estuvo marcado por largos puentes, subidas, recovecos y playas. (Foto: ALIDA JULIANI EFE )

En Colombia fueron a la cima de Pueblito y aprendieron a sanar el dolor

yanet.aguilar@eluniversal.com.mx

SANTA MARTA, COLOMBIA.— Hay quien dice que la subida a Chairama -hoy conocida como Pueblito- dentro del Parque Nacional Natural Tayrona, es la caminata más dura que ha tenido la Ruta Quetzal en sus últimos años. Y es cierto, no sólo hay que recorrer más 19 kilómetros, cosa común en esta expedición; sino que además hay que trepar y bajar 5 kilómetros de un camino empinado y lleno de rocas a temperaturas que superan los 38 grados centígrados.

La situación geográfica de Tayrona es singular, se ubica en el caribe colombiano y es parte de la Sierra Nevada; una suerte de paraíso, de parques, montaña y playas con olas tan letales que a cada tanto hay un aviso que dice: “Estas playas no son aptas para nadar. Aquí se han ahogado más de 100 personas. No haga parte de esas estadísticas”.

Hasta Tayrona, ese lugar mágico que es apenas una probadita de Ciudad Perdida, el complejo sistema de construcciones, caminos empedrados, escaleras y muros intercomunicados por terrazas y plataformas construidas por los pueblos antiguos indígenas del norte de Colombia, llegaron en su décimo día de trabajo los 225 jóvenes de 51 países que integran la expedición Ruta Quetzal BBVA 2012.

En su misión de recrear “La Real Expedición Botánica del Nuevo Reyno de Granada” que hizo el zoólogo y botánico español José Celestino Mutis por Colombia en 1783, los ruteros completaron una intensa jornada de expedición que concluyó con algunos chicos desmayados debido a lo extenuante de la subida y por el largo camino, en medio de la noche para regresar al campamento que fue montado en la Playa de Castillete.

“Aguanta, ya nos falta poco”

Una chica de España caminaba de la mano de otra y a punto de desfallecer le decía a su amiga que no aguantaba más, que quería vomitar; la amiga, para animarla, no paraba de hablar, de contarle todo de su vida, del novio, los hermanos, los padres, le decía: “Aguanta, ya nos falta poco”; pero el camino todavía era largo, seguía la playa, largos puentes, subidas y recovecos con raíces y ramas, el ruido de los animales. Otra del mismo grupo estaba en el piso atendida por dos monitores.

Trepar hasta Pueblito, a 250 metros sobre el nivel del mar, no fue fácil, nada que ver con Aracataca, el pueblo mágico de “Gabo” que habían visitado un día antes, donde los ruteros -entre ellos nueve jóvenes mexicanos- recorrieron el casco bajo el rayo del sol. Aquí andaban entre grades rocas, las subieron y lucharon contra el nivel del mar.

A cambio de esa larga y difícil jornada, fueron bendecidos por el Mano Ramón Gil, un indígena arahuaco, Hermano Mayor del pueblo amerindio que habita la Sierra Nevada Santa Marta, que tras un ritual donde los enseñó a respirar para sanar las dolencias, les pidió llevar su mensaje a cada país y a todos los hermanitos menores.

Les contó que tres personas hicieron el mundo, el principal Serankua -Dios-, les enseñó a respirar para recibir la naturaleza y les transmitió la necesidad de respetarla y relacionarse con ella: “A nosotros indígenas nos dejaron para proteger el corazón del mundo”. Dicen que en Santa Marta comenzó a crearse el mundo.

Inicia la amistad

Los 225 chicos que han recorrido Cali, Guaduas, Quindío, Mariquita, Honda, Aracataca y ahora Santa Marta han descubierto la amistad, la solidaridad, la tolerancia. Ahora son hermanos de todos, se alientan, se acompañan, comparten sus alimentos; son iguales entre ellos, aunque al bromear los españoles llevan la delantera. ¡Joder!

Caminan en fila, a veces en pares, tercias o grupos, se cuentan que han leído: Cien años de soledad, ¡que sujeto! dice el rutero de El Salvador. Cuando bajaron de Pueblito, cargando su mochila, todos se echaron al mar. Por una hora, en una playa tranquila sin alertas de ahogados, cantaron, gritaron, se echaron clavados y descubrieron que un arduo día bajo el sol tenía su recompensa. Sin embargo, olvidaron que por delante había un camino de regreso en medio de la noche, que se sintió seis veces más largo y pesado que el de la mañana.



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