La historia desconocida de las mujeres impresoras

PRESENCIA. Pese a la época, algunas firmaban con sus nombres de pila. (Foto: TOMADO DEL CATÁLOGO: LAS OTRAS LETRAS )
yanet.aguilar@eluniversal.com.mx
Jerónima Gutiérrez, esposa del editor Juan Pablos, fue la primera mujer impresora de la Nueva España. A la muerte del impresor en 1560, ella tomó las riendas del negoció y su nombre apareció por vez primera, en 1562, en el pie de imprenta de un libro, aunque con la rúbrica “De la imprenta de la Viuda de Juan Pablos”, hecho en colaboración con su yerno Pedro Ocharte, tercer impresor de México.
Su historia es muy parecida a la de las otras 19 impresoras mexicanas que han sido documentadas hasta el momento por la investigadora Marina Garone; ella y otros tantos estudiosos, con base en los propios impresos, documentos notariales y otros archivos, han demostrado que en la Nueva España las mujeres participaron en todas las áreas del mundo del libro y de la imprenta antigua.
Aunque es una historia reciente que comenzó a escribirse hace poco más de 15 años, las mujeres impresoras han empezado a ser rescatadas por investigadores, con su nombre y apellido, no con el “Viuda de…” o “Esposa de…”
Hoy sabemos que hubo mujeres empresarias del libro antiguo, desde las que forjaron su carrera en el siglo XVI, hasta las que lucharon en los años previos a la Independencia de México.
También sabemos que después de Jerónima Gutiérrez trabajó María Sansori, esposa de Pedro Ocharte, quien fue yerno de Jerónima y Juan Pablos.
A ellas le siguieron María Espinosa, hija de Antonio de Espinosa el segundo impresor de América; Feliciana Ruiz, nuera de Enrico Martínez; y, posteriormente, en el siglo XVII, están las mujeres de la dinastía Calderón y Benavides: Paula y María Benavides; Gertrudis Escobar y María Rivera Calderón y Benavides, esta última, una mujer que no se casó y se dedicó de lleno al oficio. Ella sí firmó con su nombre de pila.
Marina Garone, investigadora del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM y estudiosa del tema, asegura que en términos de volumen no son tan pocas. “Tenemos registrados 80 impresores del periodo colonial y he encontrado 20 mujeres, que no es una proporción menor”.
Lo que llama la atención es que casi todas son viudas que al morir el marido impresor sacaron a flote el negocio y hasta lograron incrementarlo; pero también hubo hijas de impresores que no se casaron y otras que estuvieron casadas pero aparecen con su nombre de pila, no como “esposa de…”.
Las esposas de impresores dominaban las labores de impresión porque las imprentas eran negocios familiares; lo mismo cosían cuadernillos y plegaban pliegos de papel, que componían letras, recogían los pliegos impresos o se presentaban ante el Virrey para solicitar permisos de impresión.
Garone asegura en entrevista que estas mujeres “cubrían todos los pasos de la producción editorial, sobre todo aquellos que tienen que ver con la motricidad fina: la composición tipográfica, el armado de las formas tipográficas y la corrección de estilo”.
Con el fin de recuperar la historia y situarlas en su justa dimensión en la historia del libro antiguo en este país, Marina Garone ha desarrollado varios proyectos para hacerlas “visibles”, entre las cuales destacan dos exposiciones: Las otras letras. Mujeres impresoras en la Biblioteca Palafoxiana (2008), en México y Musas de la imprenta. La mujer en las artes del libro. Siglos XVI–XIX (2009), en España.
Sin ellas: panorama incompleto
A diferencia de España, las imprentas en Nueva España fueron negocios familiares, por lo cual, desde el punto de vista documental, los investigadores se enfrentan a un problema central: probar la presencia y la naturaleza del trabajo de las mujeres en la imprenta, cuando no hay contrato de prestación de servicios entre esposos.
“Documentalmente no tenemos el tipo de fuentes usuales para saber quiénes fueron los operarios, pero sí podemos tener indicadores indirectos”, señala la investigadora, por eso asegura que todos los datos son buenos, por ejemplo, consignarse a las viudas en los pies de imprenta ya es una razón de carácter legal.
Entonces, ¿cómo se documentan? Se basan en los testamentos de los impresores, en los documentos de las notarías en la ciudad de México y en Puebla, en los testamentos de las viudas, en las solicitudes de permisos ante las autoridades virreinales.
Marina Garone dice que hay documentos notariales; por ejemplo, la llamada Viuda de Calderón, cuyo nombre es María de Benavides, viuda de Juan de Rivera, que trabajó en el siglo XVII y cuyos trabajos han quedado de manifiesto en documentos notariales. Lo mismo con otras mujeres.
“En algunos documentos las vemos pidiendo las licencias de impresión de las obras, es algo como si fuera el registro de derechos de autor; las encontramos con notificaciones de la inquisición porque algunas de ellas también son libreras y la Inquisición les pide notificar la lista de los libros que tienen a la venta”, señala la especialista.
La autora de El Fondo en Cubierta y quien actualmente recupera la figura de Catalina Cerezo, una impresora poblana del siglo XVIII, asegura que a las mujeres se les puede ver de muchas maneras.
“Las vemos como tenedoras de los bienes y albaceas de los hijos a la muerte del marido, las vemos pidiendo préstamos para renovar las imprentas; o sea, sí estaban absolutamente a cargo del taller y gestionando el patrimonio”, señala Garone.
Empresarias coloniales
Algunas mujeres asumieron las funciones de dirección de los talleres y varias permanecieron por décadas al frente de las imprentas en las que publicaron toda clase de textos: religiosos –casi el 90% de lo que se imprimía-, científicos, culturales y literarios.
Casi todas prosperaron en la ciudad de México, como Catalina del Valle, viuda de Pedro Balli; María de Espinosa, hija de Antonio de Espinosa y viuda de Diego López Dávalos; Paula Benavides, viuda de Bernardo Calderón; María Benavides, viuda de Juan de Rivera; Jerónima Delgado, viuda de Francisco Rodríguez Lupercio; Gertrudis Vera y Escobar, viuda de Miguel de Rivera Calderón; y, Teresa de Poveda, viuda de Bernardo de Hogal, entre otras.
Algunas más hicieron historia en Puebla -segunda ciudad de importancia en el virreinato-: Inés Vásquez Infante, viuda de Juan de Borja y Gandia; y, Catalina Cerezo, viuda de Miguel Ortega y Bonilla. Sólo una impresora dejó su huella en Oaxaca: Francisca Reyes Flores, que estuvo activa entre los años de 1720 y 1725.
Las mujeres fueron un eslabón fundamental para la continuidad de importantes dinastías de impresores y libreros, muchas veces fueron las herederas de los talleres. Fueron emprendedoras e incansables, impulsaron los negocios familiares pero apenas se empieza a reconocer su valor.





