Los maestros detrás de la ópera mexicana

JAMES DEMSTER. Ha trabajado con cantantes mexicanos como Olivia Gorra, David Lomelí, Ramón Vargas, María Alejandres y Rolando Villazón. (Foto: ADRIÁN HERNÁNDEZ EL UNIVERSAL )
Una de las grandes mentiras que se han inventado en el mundo de la ópera, es que los cantantes mexicanos de excelencia han tenido que salir del país para buscar maestros de alto nivel que los ayuden a forjar una carrera de prestigio internacional.
Rolando Villazón, María Alejandres, Dante Alcalá, Jorge Lagunes, Alfredo Portilla, entre muchos otros iniciaron su carrera profesional en México y tomaron, al menos un par de clases, con maestros mexicanos.
Uno de los casos más destacados es el de Rolando Villazón, quien se convirtió en una figura en de la ópera en el mundo. Él, como casi todos sus colegas, inició sus estudios en México. Sus maestros Gabriel Mijares y Arturo Nieto contribuyeron a su formación como cantante.
En entrevista, Mijares, que por sus técnicas de enseñanza ha ganado admiradores y detractores, y Nieto, maestro del Conservatorio Nacional de Música, narran sus experiencias como maestros de canto.
Además, en la carrera de los cantantes son imprescindibles los coaches, personas que aportan elementos para perfeccionar la voz y preparar un papel. En México, uno de los más importantes es James Demster, quien también habla sobre los vicios y virtudes de las voces mexicanas.
Entre admiradores y detractores
Desde que tiene memoria, dice Mijares, le gusta cantar. A los seis años estudió guitarra y ya quería cantar y tocar. “De joven pensé que iba a ser guitarrista, pero lo cierto es que no creí que iba a hacerlo profesionalmente. Con el tiempo me dediqué realmente a mis dos grandes pasiones: el billar y el canto”, cuenta.
A los 18 años se fue a estudiar canto a Londres, donde encontró su verdadera vocación, ser maestro de canto.
“Se canta porque se tiene buena voz y se canta a pesar de los maestros, es decir, aprendes música, solfeo, actuación pero se tiene poco oficio. Los maestros, en general, ayudan a vocalizar. Los códigos con los que a mí me quisieron enseñar a cantar fueron de imitación, que sólo buscan sonidos bonitos para expresar emociones.
“La voz tiene un halo de misterio porque no la ves y nos han vendido la idea de que es una ciencia oculta. La escuela italiana es maravillosa pero no quedó codificada como una pedagogía, lo que hay está escrito en metáforas y en tratados de fisiología vocal”.
La realidad, dice, es que no hay escuela, como tal, de canto. Una certeza que comparte con Ramón Vargas, quien se convirtió en figura de la ópera internacional y en uno de los maestros del tenor Arturo Chacón-Cruz y la soprano María Alejandres.
“Hace años, en Nueva York , Ramón me dijo que no existe una escuela de canto, es decir, el que entendió, entendió como pudo y no más. Los cantantes que hacen época, aquellos por los que uno se dedica a esto cada vez son menos. Hoy hay muchísimas escuelas, se hace ópera en muchos más países, podemos hablar de una afición, hay decenas de miles de estudiantes, pero las estrellas las contamos con los dedos”.
Esta situación ha orillado, dice, a muchos cantantes a entrar en una crisis personal. “A mí me pasó que un día la voz no me respondió y no supe por qué, esto le pasa a muchos”.
Mijares insiste en que si bien actualmente existen cantantes de alta jerarquía, el reducido número de ellos pone en descubierto que hay un “hoyo en la pedagogía vocal”. Por eso creó su propia metodología que inauguró con Rolando Villazón, lo que le ha traído admiradores y detractores.
En 2010, Mijares fungió como jurado de Ópera Prima Voces del Bicentenario, primer reallity show dedicado a la ópera. Ahí dejó en claro que era un maestro riguroso con alumnos de excelencia, que desconfiaba de las instituciones académicas.
“Tengo una formación académica muy rigurosa y me puedo dar permiso de transgredirla. El cantante tiene que aprender a cantar, lo que le enseñan en la escuela no es lo que necesitan en la vida práctica. Un cantante de ópera tiene que ser buen músico, tener una cultura operística para tener un vínculo con las obras que canta, hablar idiomas y ser actor. De cómo cante dependerá si será de primera, segunda o tercera división. Y estoy seguro de que ninguno de los grandes cantantes ha salido de las escuelas de música del mundo. Todos tienen que pasar por ahí, pero difícilmente terminan la carrera, esto ocurre aquí y en China”, dice.
El maestro de academia
Como barítono, Arturo Nieto interpretó algunos de los roles más importantes del género e incluso compartió escenario con Plácido Domingo. Él es uno de los representantes de la academia que ha demostrado que sí existen maestros de alto nivel, al menos en el Conservatorio Nacional de Música, donde imparte cátedra.
Una de sus cartas de presentación es Rolando Villazón, quien siempre agradece su enseñanza.
“Rolando me ha dicho que yo tengo la culpa de que él sea cantante, le respondo que él tiene la culpa de que yo sea maestro; nos conocimos y me dediqué prácticamente a dar clases y dejé poco a poco mi carrera”, cuenta.
Cantar es un oficio demandante, explicar cómo se hace es diferente, son historias distintas. “Desde niño me gustaba cantar, pero no sabía lo que era la ópera. A los 17 años entré al Conservatorio y todo se fue dando, entré de lleno a este mundo fascinante. Uno de mis compañeros de clase fue Plácido Domingo y me tocaron maestros extraordinarios, ahora me toca a mí tomar la estafeta”, narra.
Ser maestro, dice, le ha dado grandes satisfacciones y varias decepciones. “Me he topado con grandes voces pero no poseen musicalidad por más que les expliquen... no es posible lograr que cambien. En esos casos sólo queda enseñarles a que canten lo mejor posible y accedan al nivel que les es posible alcanzar. Y hay otros como Rolando, como Marcela Chacón que está construyendo una sólida carrera y estoy seguro que llegará muy lejos; Diego Silva, que está en Estados Unidos y otros más que me hacen sentir muy orgulloso”.
James Demster, el coach
El coach es un entrenador que ayuda a los cantantes a obtener el mayor rendimiento. Uno de ellos es James Demster, quien un día descubrió que el repertorio alemán era fascinante y decidió que después de ser pianista y oboísta, el canto era su pasión.
Ya como coach tuvo en sus manos la voz de Olivia Gorra, David Lomelí, Ramón Vargas, María Alejandres y Rolando Villazón.
“Los cantantes son atletas de músculos involuntarios, por eso tenemos que encontrar un equilibrio entre el dominio de la voz y la psicología del instrumentista”, dice en entrevista.
De acuerdo con Demster, el coach también tiene que tener en cuenta cuál es el estilo y características que tiene que conservar el cantante.
Demster tiene 25 años de trabajo en México, tiempo que le ha permitido observar que los mexicanos cada vez más se han despojado de la timidez y la baja autoestima. “Sólo puedo aconsejar direcciones a seguir, cosas por probar, insistir en algunos aspectos, pero lo fundamental viene de cada uno”.
El gran reto de trabajar con los cantantes es construir una confianza sólida para convivir con temas tan sensibles como son las emociones, con la gran fuerza de la música y con los requerimientos de las compañías.
Para Demster, quienes han triunfado son los que han sobrevivido a las tendencias de los últimos años: se da más importancia a la imagen que a la voz; se exige a los cantantes el máximo de su potencia todo el tiempo, lo que no es posible, dice; y un sistema de enseñanza deficiente.