Avándaro según tres Monsiváis
JUVENTUD. El autor de Días de Guardar en tiempos de rock y ruedas. (Foto: ARCHIVO EL UNIVERSAL )
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En el libro La contracultura en México (Grijalbo, 1996), José Agustín escribe: “El que no se midió fue Carlos Monsiváis, quien desde Essex, Inglaterra, envió una indignada carta al Excélsior: ‘Las mismas gentes que no protestaron por el 10 de junio enloquecidas porque se sentían gringos…. Si lo que nos une es el deseo de ser extranjeros, estamos viviendo en el aire. ¿Qué es la nación de Avándaro? Grupos que cantan en un idioma que no es el suyo canciones inocuas… pelo largo y astrología, pero no lecturas y confrontación crítica… es uno de los grandes momentos del colonialismo mental en el Tercer Mundo’.”
Agustín agrega: “Monsiváis se quedaba en la fachada y no podía ver, como antes los izquierdistas, que Avándaro no fue un acto de acarreados para echarle porras al gobierno o al MURO, sino una impresionante, significativa manifestación de contracultura que naturalmente tuvo repercusiones políticas; tan fue así que se le satanizó al instante y el gobierno apretó la represión contra todo tipo de evento rocanrolero”.
En efecto, la carta se publicó el 26 de septiembre de 1971 en el Excélsior de Julio Scherer, pero Carlos Monsiváis no la envió al diario sino que se la había mandado a su amigo Abel Quezada, quien la hizo pública sin avisarle antes al autor de la misma.
En la primera semana de noviembre del mismo año, la revista Siempre! publicó una “carta aclaratoria de Carlos Monsiváis a Abel Quezada”, titulada “El bajo clima del moralismo”. Monsiváis se refiere con amplitud al “bochorno que sentí por haber caído, siquiera un rato, en el bajo clima de moralismo profesional que de la carta se desprende. Para mi cabal infortunio ¿o mejor para enriquecer mi certeza de que los juicios exactos, rápidos y a distancia no constituyen parte de mis virtudes?, la carta se ha publicado, al margen de una cierta depresión inevitable”.
A continuación, Monsiváis le dice a Quezada (y a los lector es de Siempre!) que sus siguientes líneas son “una nota polémica contra un falaz adversario al que designaré con las iniciales CM”. Entonces, el Monsiváis apenado refuta al Monsiváis impulsivo que escribió la primera carta, y lo hace de manera despiadada.
En un inciso A señala: “Cuando CM afirma que el festival de Avándaro lo volvió “a aterrar quizás en forma más implacable que los sucesos del 10 de junio en la ciudad de México”, no sólo está recurriendo a un expediente verbal de pequeño burgués acosado, víctima de la clasemediatización del lenguaje. También proclama una aberración. Nada, en el nuestro o en cualquier país puede superar la trascendencia del asesinato impune con fines políticos, perpetrado por un grupo de gángsters contra una manifestación pacífica”.
En el inciso B, Monsiváis señala, entre otras cosas:
“Gran parte de las opiniones de CM sobre Avándaro se adhieren a la órbita de moralina de los defensores típicos de la pureza (sea ésta lo que fuere) y, por lo menos, lo hacen cómplice de un espíritu no muy lejano a la militancia en el PARM o el PPS”.
En el inciso C, Monsiváis escribe: “Afirma CM que lo de Avándaro ‘es uno de los grandes momentos del colonialismo mental en el Tercer Mundo’. Aquí lo pierde su afición a las frases absolutas”.
Inciso E: “Diagnostica CM que ‘si lo que nos une es el deseo de ser extranjeros, estamos viviendo en el aire’. Llega tarde. Es extemporáneo cualquier deseo de ser extranjero porque éste es ya un hecho, somos extranjeros en México. En tanto ciudadanos somos una ficción”.
Monsiváis finaliza la carta diciendo que CM ha recibido la peor crítica “al encontrarse estando de acuerdo, coincidiendo, compartiendo puntos de vista, con los elementos más atroces del país”, y desea que CM “tenga el suficiente sentido del humor para asimilar el golpe y abstenerse en el futuro de lanzar admoniciones, camino que desemboca en el púlpito, en las peñas de provincia o en la senilidad”. En su libro Amor perdido (Era, 1997), Carlos Monsiváis aborda nuevamente el tema dentro de un largo análisis del fenómeno de La Onda.
Ahí señala: “Descríbase telegráficamente el Festival de Avándaro. La Gran Ilusión. Stop. La mejor y la peor experiencia. Stop. La frustración y el cansancio. Stop. La liberación al mayoreo. Stop. Las penosas caravanas. Stop. Una aventura comunitaria que cree habitar la dichosa anarquía del porvenir. Stop.
La mitomanía de la Comunicación y las Vibraciones Redentoras. Stop.
Desde su indecible brevedad, la Nación de Avándaro encarnó la fantasía del rechazo a México, congelada la noción ‘México’ en un lugar común de la sociedad tiránica de los adultos y la cultura del abogado”.