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Una sociedad desinformada y sobreinformada es pasiva

Antimio Cruz| El Universal
Sábado 07 de mayo de 2011
Una sociedad desinformada y sobreinformada es pasiva

MISIÓN. El consultor de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano dice que el periodista siempre persigue el bienestar social. (Foto: ANTIMIO CRUZ EL UNIVERSAL )

El colombiano Javier Darío Restrepo, especialista en ética periodística, explica que debe informarse sobre la violencia sin convertirla en propaganda para criminales o en espectáculo

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México es el país que más preguntas sobre ética envía a la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), creada en 1994 en Cartagena de Indias, Colombia, por el escritor Gabriel García Márquez. El principal consultor en ética de esa organización de la sociedad civil, Javier Darío Restrepo, dijo en entrevista con EL UNIVERSAL que las principales consultas que llegan desde México son acerca del manejo de información sobre violencia y sobre temas de privacidad de las personas.

“En México preocupan los temas de la responsabilidad social de los medios. Llegan muchas preguntas sobre las consecuencias o los efectos que pueden tener la divulgación o no de determinada información. A final de cuentas, lo que persigue el periodista es el bienestar de la sociedad”, plantea el periodista colombiano nacido en 1932.

Testigo de los años más duros de la violencia terrorista y guerrillera en Colombia, a sus 79 años de edad Javier Darío Restrepo es considerado como el decano de la ética de periodismo en América Latina; ha fungido como Defensor del lector en el periódico El Colombiano, de Medellín, y en El Tiempo, de Bogotá, y actualmente publica textos sobre problemas éticos del periodismo en este último periódico.

Al reflexionar sobre la ola de violencia que ha recorrido México en los últimos años, el profesor de la FNPI sostiene que éste es un tema que se debe informar en México, pero sin convertirlo en propaganda para grupos criminales, en espectáculo o en gancho comercial.

“Una sociedad desinformada es pasiva, pero una sociedad sobreinformada también es pasiva, se convierte únicamente en espectadora de lo que ocurre. El balance lo pone el periodista si en cada nota estimula la inteligencia de la gente para que detrás de la violencia se pregunte ¿por qué sucedió esto? y ¿qué puedo hacer yo para cambiar esto?”, explica el colombiano.

El también profesor de la Universidad de los Andes visitó Chiapas para participar en el Primer Seminario Iberoamericano de Periodismo y Patrimonio Cultural, que reunió hace algunos días a un centenar de periodistas, historiadores y arqueólogos en Palenque. Ahí, Javier Darío Restrepo dijo que, desde el punto de vista de la ética, el ser humano tiene obligación de recordar, pero también existe la obligación de olvidar recuerdos tóxicos.

No a la propaganda

Resguardado bajo un techo de palma, de la poderosa radiación del sol en Chiapas, el consultor de ética de la FNPI comenta que son frecuentes las cartas que recibe desde nuestro país con dilemas de los periodistas, editores o dueños de medios sobre qué tanto se debe o no difundir el tema de la violencia. Sabe que existe un llamado del gobierno federal y de diferentes organizaciones sociales y empresariales para hablar bien de México, pero observa que los periodistas todavía discuten cuál es el punto de equilibrio para ser veraz sin convertirse en un negociador de la violencia.

“Yo percibo que el periodista mexicano se mueve entre dos extremos. Un extremo es el que ocupan quienes dicen y defienden que ‘hay que hablar bien de México’. Eso es una invitación a hacer propaganda y no a hacer información y uno como periodista rechaza, casi visceralmente, convertirse en propagandista. Eso es algo que no va con el talante del periodista, en nombre de lo que sea. Ni en nombre de la patria ni en nombre de la religión ni en nombre de nada, el periodista hace propaganda porque la propaganda es una verdad a medias o una mentira a medias. El periodista sabe que tiene el compromiso de informar la realidad de las cosas.

“Pero cuando abunda la violencia en el país se puede llegar al otro extremo, que es utilizar la información violenta como un gancho para vender más periódicos o para elevar el raiting de un noticiero de radio o de televisión. Esto también te vuelve una especie de propagandista”, dice este hombre espigado, de huesos largos, con cabello cano escaso, pero con tupido bigote claroscuro. Mientras contesta, el reflejo del color verde de la selva chiapaneca se mira en sus lentes y también se percibe en esos vidrios el movimiento de aves entre los árboles que él encara.

Lo que debe tratar el periodista, dice el colombiano, es de convocar el interés de las personas para que ellos asuman, como causa propia, el combatir a la violencia porque se sabe que la violencia hace mal a la sociedad.

“No se trata de callar la información ni de sobreexponerla sino de investigar bien qué es lo que está sucediendo para que la gente tenga una información inteligente. No es inteligente la información que se dirige únicamente a los sentidos de las personas como es el caso de los que dicen: ‘vea lo que está sucediendo’ u ‘oiga lo que está sucediendo’. Más allá de estimular los sentidos, hay que mostrar la realidad estimulando la inteligencia de la gente; hay que meterlos en preguntas como: ‘¿por qué está sucediendo esto?’ o ‘¿Para qué se está haciendo esto otro?’.

“Hay que involucrar a los ciudadanos en la búsqueda de la solución y en preguntarse cuál es su participación. No sólo hacer de la violencia un tema que se publica para satisfacer la curiosidad de las personas sino para despertar su interés en algo que está afectando al bien común. Esto implica que uno como periodista no puede callar este tema”, subraya el especialista.

Memoria justa y memoria tóxica

Aprendiendo de la viudez, desde hace ocho meses, Javier Darío Restrepo vive y trabaja en su departamento de Bogotá, donde es visitado diariamente por sus dos hijas, una de ellas es socióloga y otra es diseñadora. En su breve visita a Chiapas recuerda a sus hijas y le despierta viva emoción recordar a su único nieto, quien diariamente pasa una hora y media o dos horas en su casa, al regresar de la escuela y “quien tiene una energía como la de un toro”.

Comparando las relaciones que hay al interior de una familia con las relaciones que hay entre una sociedad, Darío Restrepo habla de un nuevo campo de la filosofía, la ética de la memoria o las obligaciones de la memoria. Esta área incumbe al periodismo y a la historia.

“Hay obligación de recordar pero también hay obligación de olvidar porque hay hechos que es inútil recordarlos, pero cuando uno los recuerda pueden envenenar a las personas. En Perú hubo un caso muy conocido que fue el de Uchurucay. Un día los indígenas vieron a un grupo que se acercaba y concluyeron que era Sendero Luminoso que otra vez venía a atacarlos. Se adelantaron, los masacraron y después de dieron cuenta de que era un grupo de periodistas, pero ya los habían masacrado. Ese recuerdo fue tan poderoso que paralizó a la comunidad, todos vivían bajo la sombra de ese apresuramiento criminal. Fue necesario un gran esfuerzo social para superar ese recuerdo tóxico. Eso le pasa a las personas y a las sociedades.

“En contraste está la historia del coronel del ejército de India que llegó a un alto puesto y al asumirlo le preguntaron si recordaba el nombre del único soldado que había muerto en un combate dirigido por él, 20 años antes. El coronel no recordó el nombre de aquel soldado y se consideró como la negación del derecho de aquel hombre muerto a ser recordado.

“Hoy sabemos que la memoria es sujeta de análisis de la ética. En el recuerdo y el olvido también hay obligaciones. En el corazón de esas obligaciones está la afectación que nuestro olvido o recuerdo hace a los otros. No recordar es condenar a un hecho o una persona al anonimato, es despojarlo de identidad y empobrecer a las otras personas relacionadas con el hecho. Esto es lo que debemos considerar al recordar u olvidar”, subraya Restrepo.



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