Uno nunca sabe de dónde va a surgir el arte

OBRA. En el libro Población de la mascara, el autor entra al alma de 62 pintores y fotógrafos, hombres y mujeres del arte. (Foto: ALMA RODRÍGUEZ EL UNIVERSAL )
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¿Dónde nace la poesía? A veces en un diagnóstico clínico: “breves ausencias”; puede venir de una frase que describe el impacto de las inundaciones: “boca de tormenta”; se asoma en el cine y por eso hay que tener una libreta a la mano y anotar a oscuras. No hay certezas ni un camino recto para encontrarla. De esa aventura se apropia Francisco Hernández.
Población de la máscara (Almadía) es la más reciente obra del poeta. Un libro donde entra al alma de 62 pintores y fotógrafos, unos vivos, unos muertos, algunos mexicanos, hombres y mujeres del pasado y el presente del arte.
Partió de sus autorretratos, algunos tomados del libro 500 autorretratos (Phaidon); otros los sacó de una pintura o una fotografía.
Construyó un alfabeto donde se pregunta por la identidad de 62 artistas como Alexander Calder, Carla Rippey, Diego Rivera, Frida Kahlo, Juan Rulfo, Vincent van Gogh, Hermenegildo Bustos, Francisco Toledo, Wilfredo Lam, Andy Warhol, Jean-Michel Basquiat; para la inaprensible letra “N” inventó un artista: “Na-Gurana”.
Originario de San Andrés Tuxtla, donde nació en 1946, Hernández es autor de libros como Gritar es cosa de mudos, Portarretratos, Mar de fondo, Oscura coincidencia, El ala del tigre y La isla de las breves ausencias.
“Desde que me vengo a vivir acá, saliendo de mi pueblo en Veracruz, comienzo a tener acceso a los museos. Las exposiciones siempre me han interesado, me han despertado el deseo de escribir; se volvió una especie de ventana para asomarme a otros mundos”, cuenta el escritor.
Su interés por el arte lo llevó a escribir Portarretratos donde ya estaban presentes artistas. El acercamiento, cuenta, “terminó de agudizarse ahora que estoy casado con una mujer que tiene una galería (Leticia Arroniz)”.
La sala de su casa es una prueba de esa pasión: cuelgan de las paredes cuadros que le han regalado de pintores como de Luis López Loza, Vicente Rojo, Daniel Alcalá, Diego Rivera, Juan Soriano, Manuel Felguérez, Roberto Matta, Francisco Castro Leñero, Magali Lara, Mario Palacios, Benjamín Manzo, Roger von Gunten y otros.
¿Alguna vez quiso hacer arte?
No. De niño allá en mi pueblo tuve una educación un poco distinta, con un maestro español de los que llegaron con el exilio, que tenía la Escuela Experimental Freinet. Hacíamos, desde primero de primaria, cuadernos donde planeábamos, dibujábamos, imprimíamos y hacíamos grabaditos. No sé si a partir de ahí alguno se haya convertido en pintor, pero a mí me dio por escribir, quizás porque, cada lunes, nuestra única tarea era escribir lo que habíamos hecho sábado y domingo. Como no me pasaba nada extraordinario, lo que hacía era inventar.
¿Qué cosas inventaba?
Inventaba que teníamos un rancho en la casa, con muchos caballos, pero nunca tuve uno y me subí muy pocas veces a un caballo; sin embargo, la fantasía era tener un caballo: alimentarlo, bañarlo, salir a pasear en él muy gallardamente. Hubo un maestro que me daba cuerda: “¿Cómo se llama el nuevo caballo que acaba de comprar tu papá?” Se llama Fulgor, le respondía. Supongo que después me di cuenta de que todo mundo sabía que yo no tenía ningún rancho. Pero en fin, fue por esa escuela que a mí me dio por escribir.
¿Cómo eligió a los artistas que están en el libro?
Propuse al FONCA hacer tres libros en tres años para ganar una beca. Uno de los proyectos era escribir uno que se podría llamar “Del autorretrato como una de las bellas artes”; título provisional. Comencé a escribir qué estaban pensando determinados artistas mientras se retrataban. Me di cuenta de que no eran los que yo quería, sino los que lo permitían. Por ejemplo, tenía un libro de Jean-Michel Basquiat y me interesó, y lo pude hacer. Luego vino Lucian Freud, de quien el apellido me dio mucho; su autorretrato es muy impresionante, con cara de águila, desnudo, con zapatotes y una espátula en una mano. Pero no fue así con todos.
¿Con quienes no pudo?
Quise hacer el de El Greco y no me gustó el texto. Quise hacer uno de Goya y no pude, aun teniendo mucha información. Me di cuenta de que no era lo que yo quisiera sino lo que ellos permitieran. Con el de Escher no pude; no se apareció la frase, el caminito por donde entrar. Me iban rechazando ellos: “aquí no entras”. Así pasa muchas veces con la palabra.
Al hacer Frida Kahlo pensé que hasta en las bolsas del mercado estaba ella, entonces decidí que hablara el chango. En el de Andy Warhol, fue la lata de sopa, no él. Quizás por mi pasado de publicista me fui a hacer el comercial más largo de la sopa.
Las personas, los objetos o las máscaras o los autorretratos marcan territorios donde permiten entrar o no.
¿Cómo elige el autorretrato de Juan Rulfo?
Tengo una gran admiración por Juan Rulfo, y luego fue una gran sorpresa encontrarme con un autorretrato suyo que no conocía. Es un Rulfo de 18 años que puso la cámara y está como subiendo a un cerro lleno de vegetación, al fondo se ve el pueblo donde en ese entonces él vivía; es en sepia. Con toda la historia literaria de Rulfo, su lenguaje, su aspecto, fue un poco más fácil; sin embargo hay que atreverse para escribir algo sobre Juan Rulfo. Según yo, quedó bien.
¿Cree que el autorretrato es un género?
Sí. A fin de cuentas todos nos autorretratamos en lo que escribimos, en lo que filmamos, en lo que redactamos; aparece algo ahí de lo que somos o de lo que quisiéramos ser.
Definitivamente sí pienso que es un género y que todos nos autorretratamos al intentar un gesto de esa naturaleza. Este es un libro de extroversión por estar hablando de otros, de claraboyas, de ventanas, como está en el epígrafe que incluí, del poeta Rafael Cadenas: “Atroz jauría, jaula de claraboyas, población de la máscara”.
¿La selección lo retrata a usted?
Creo que sí, aunque no me he puesto a ver por qué ni dónde; eso lo verán los lectores. Me han dicho que es un libro lleno de humor negro, que el anterior era más hacia adentro, que éste es feliz. Quizás me estoy autorretratando, quizás se debe a la etapa que estoy viviendo. Hice en Oaxaca un taller sobre esto, les decía a los alumnos que hicieran textos sobre un autorretrato específico. Los leían y al final yo leía mi versión; el resultado fue curioso: había algunos mejores que el que yo había escrito. El último día les pedí que hicieran el suyo y resultó maravilloso.
¿Usted ha hecho el suyo?
No. En esos 62 está el mío.
¿El autorretrato es una máscara?
Todos usamos máscaras, desde los boxeadores, hasta los políticos, hasta el crimen organizado. Fui a ver la obra de teatro El Gesticulador y ahí hay una forma de usar la máscara, de ser el otro, de volver a la famosa frase de Rimbaud: “Yo es otro”. Todos somos o quisiéramos ser otros y para eso usamos máscaras. García Márquez dice que todos tenemos una vida pública, una vida privada y una vida secreta. En las otras dos podemos usar máscaras, pero en esa vida secreta estamos nada más nosotros y nos quitamos la máscara, nadie nos ve, ni nuestros hijos, ni nuestra mujer. Ahí sí es la imposibilidad de la máscara, el momento de la verdad más difícil de asumir, lo que en verdad somos, que por lo general no nos gusta y por eso viene la creación de tantas máscaras.
¿La poesía sigue siendo la forma de inventar esos otros universos, como cuando de niño en Veracruz inventaba que era otro?
Yo creo que sigue siendo. En mi libro anterior, La isla de las breves ausencias, la expresión, curiosamente siendo un término tan bello, viene de algo clínico: las breves ausencias son desconexiones que le dan a quien tiene problemas con la epilepsia. Cuando me dijeron en la Fundación de las Letras Mexicanas que llevara un proyecto de libro me acababan de diagnosticar esas breves ausencias, y dije: “será sobre eso”.
¿Otro lenguaje del arte lo ha llamado a escribir?
La música; y fue de oír, en una librería de Coyoacán, una sonata de Schumann. Una película, una obra, un paisaje, uno nunca sabe de dónde va a surgir, dónde brinca la imagen y dónde va a provocar la escritura. Me pongo a escribir y, como se llamó otro taller que di, “Lo que sea que suene”. No sé qué va a ser, pero que me empiece a sonar bien, con ritmo, no con palabras conocidas.
¿De qué escribe ahora?
Ahora no estoy escribiendo, voy a descansar un rato porque si no se vuelve uno como un cazador: todo entra a esa alforja donde se guardan expresiones, imágenes. El otro día vi que había una especie de boquete que se hacía en las bardas, que se llama “boca de tormenta” y lo anoté porque me iba a servir alguna vez. Hay que descansar un rato, siquiera de aquí al Bicentenario.
Población de la máscara, editado por Almadía, con diseño de Alejandro Magallanes, será presentado en octubre.





