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Lo que hacían Arau y Monsiváis en los ‘60

Iván Cadín| El Universal
Miércoles 08 de julio de 2009
Un disco de un grupo llamado “Los Tepetatles”, una parodia mexicana de Los Beatles, se ha convertido en una pieza de enorme valor para los coleccionistas

sociedad@eluniversal.com.mx

A finales de noviembre de 1965, en la calle de Puebla de la colonia Roma, el centro nocturno más rimbombante de la ciudad de México, El Quid, propiedad del productor de televisión Ernesto Alonso, presentaba un nuevo show con el bombo y el platillo que lo caracterizaban.

El llamado Señor Telenovela pidió un show de cabaret y ofreció toda la libertad artística posible. El artífice urdió “hacer un show ultramoderno”. Ese autor era el artista Alfonso Arau y de ese happening nacería nuestro The Velvet Underground: Los Tepetatles.

 

Experimentación

Con las maletas llenas de experiencia después de una gira mundial con su espectáculo de pantomima Locuras felices, de haber fundado y dirigido el Teatro musical de La Habana, Cuba, y con clases de pantomima bajo la mirada de Etienne Decroux (maestro de Marceau), el cineasta aterrizó en México a mediados de los 60 con la oferta de Ernesto, quien “tenía la idea de que yo iba a hacer algo muy clásico, como Locuras felices, ¿no? Y a mí se me ocurre hacer una parodia de Los Beatles”, recuerda el también actor.

 

Así, Alfonso Arau se dio a la tarea de armar su nuevo número. En el café cantante Harlem, por los rumbos de Coyoacán, donde la juventud de aquellos años se juntaba a tomar café o limonadas, llegó en pos de sus músicos.

 

Marco Polo Tena, Marcos Lizama y José Luis Martínez El Bayoye, fueron los seleccionados, respectivamente, para ocupar los puestos de la banda, en el bajo, la guitarra y la batería. Un músico venezolano, de raigambre jazzística, Julián Bert, ocuparía los teclados, así como la dirección musical.

 

En alguna de sus recurrentes visitas al restaurante Tirol, invitó a Carlos Monsiváis, entonces cinéfilo empedernido y asiduo colaborador de varias redacciones culturales, para que elaborara las letras del grupo en ciernes. De igual manera, los reconocidos artistas gráficos Vicente Rojo y José Luis Cuevas fueron convocados para armar la parte visual del espectáculo. Todos y cada uno en el entusiasmo puro; eran los años de la efervescencia cultural, del concurso de cine experimental y de las exposiciones de Manuel Felguérez, los días en que Gabriel García Márquez decidió encerrarse para comenzar a escribir Cien años de soledad.

 

Dios los hace y el comic los junta

El show concebido iba más allá de la parodia a los de Liverpool.

En un dossier que se incluyó en el hoy cotizadísimo disco que registró este experimento, sus diversos integrantes firmaron textos en los que explicaban qué diablos era aquello que presentarían en el Quid, un show que llevó el nombre de “Triunfo y aplastamiento del mundo moderno con gran riesgo de Arau y mucho ruido”.

Alfonso Arau, (33 años entonces), escribió: “El tema central es la rebeldía, con causa o sin causa, con derecho o sin legalidad (...) Para entenderlos (a los rebeldes), debemos primero expresarlos (...) La tarea de un show es expresar estados de ánimo, si es preciso, con melenas, barbas, guitarras eléctricas, sátira y ROCK AND ROLL”.

Monsiváis (27 años) inscribió al show dentro de esa nueva corriente, el pop-art, que “nos ha hecho advertir implacablemente el significado cultural de la Coca Cola y las hamburguesas y los retratos de Marilyn Monroe y los trajes de cuero y las latas de comida y las motocicletas y los jingles y los carteles publicitarios y las historietas y las melenas eléctricas y el contraespionaje (...) Nuestro show quiere ser pop-art, y expresarse a través de canciones-pop y el humor pop”.

Un tercer texto no menos importante pero sí más explosivo, como es tradición en su autor José Luis Cuevas (31 años), retaba:

“¿Sabían ustedes que en los medios más cultos de Nueva York, Londres o París, la gente ya no habla de Dylan Thomas o del insoportable Arthur Miller o de Osborne o de Robbe Grillet o de la música Concreta (¡puff!)? Ahora se discute a Lee Falk (creador de El Fantasma y Mandrake) y quien no lea Creepy (historieta de terror estadounidense) es un retardado“.

 

 

 

 

Debut ¿y despedida?

Aquel frío de noviembre de 1965 se dejó de sentir cuando The Tepetatles subió al escenario del Quid. Y no precisamente por el candor de su presentación.

Carlos Monsiváis, testigo primigenio de esa debut, recuerda: “La respuesta no fue tremolante. Más bien el Quid se despobló con rapidez. A Ernesto Alonso, cuando oyó las canciones, no lo entusiasmó, no lo vi alborozado. Me comentó: ‘esto no es para mi clientela’”. Marco Polo Tena, bajista de ese proyecto y también de los legendarios Rebeldes del Rock, fotografió a los clientes: “era la crema y nata de la sociedad de México y de la sociedad artística”.

Alfonso Arau complementa: “era el lugar de moda: el tout Mexique estaba ahí”, dice no sin cierta sorna y prosigue: “Cuando Ernesto Alonso lo vio, se aterrorizó. Se decepcionó muchísimo, no era eso lo que esperaba. Se fue a su casa de Cuernavaca y nunca se volvió a aparecer. Pensó que le estábamos mancillando el lugar.”

El show, un “espectáculo satírico a go go en dos actos”, como se presentó oficialmente en ese “boite de nuit” (el cabaret así se catalogaba), fue, primeramente, un show de video en vivo, pues se instaló un circuito cerrado y en cada mesita se puso un pequeño televisor, imágenes que eran dirigidas por “un orate total” del switcher, Fernando G.

 

Las letras de la sui géneris banda corrieron a cargo del cronista por excelencia del siglo XX mexicano, Monsiváis (Chava Flores fue requerido, pero a decir del autor de Días de Guardar, el proyecto “no le interesó demasiado porque el hecho mismo de que fuese en un cabaret de ciertos vuelos lo sentía insuficiente”).

Cuando uno escucha los 12 cortes del disco percibe esa descripción, ironía, urbanidad, esa ubicuidad-pop que ha caracterizado al escritor.

 

Tenemos, por ejemplo, la rola que abre el disco homónimo de la banda, con un estribillo algo punk que se burla de las deidades del momento bajo una base de rock steady: “Y ante nuestro grito los Beatles parezcan / monjas encerradas que en silencio rezan”. O qué decir de “I wanna love ya, Cordobés” con su “Espartero, ya te fuiste”.

 

El papel de Los Tepetatles no se redujo únicamente a tocar música. También dieron vida a personajes diseñados previamente: un jazzista con nudo de corbata a la batería, un músico clásico extraviado en los teclados rocanroleros, un dandy al más puro estilo británico en el bajo, un maya de paliacate y manta a la guitarra y un vocalista impertinente que gritaba y aullaba a la vez que tocaba una guitarra de doble mástil donde se asomaba una tercera mano de utilería.

 

Culto al tepetatle

“Veníamos de lugares muy distintos y cada quién tenía sus propias vidas. Nunca estuvo planeado hacer un grupo de rock”, aclara Arau.

“La intención era estrictamente satírica, nunca hubo un intento de hacer música de rock sino de divertirnos a costa de lo que había”, agrega Monsiváis. No obstante la inmediatez que representó el show, Marco Polo Tena da una certeza: “Creo que lo que se sembró se cosechó adecuadamente”. A más de 43 años de aquel suceso, el show y The Tepetatles no se quedaron en el olvido. Dos décadas después, el ochentero grupo Botellita de Jerez (donde milita el también cineasta Sergio Arau, hijo de Alfonso), habría de retomar para su disco debut un corte 100% tepetatle, “Tlalocman”.

 

 

El disco, único vestigio de este show que queda para la posteridad, con un diseño no tradicional para entonces (collage, dibujos, dos rostros expresivos de Arau en la portada), tiene un precio proporcional a su escasez de unidades. En el Tianguis del Chopo saben de ese valor en miles de pesos, hasta 20 mil.

Si los Tepetatles son los padres de Botellita y éstos, a su vez, son los de Café Tacvba, ¿entonces aquellos son los abuelos de éstos?, se les pregunta a los distinguidos entrevistados.

 

“Se perpetuó en La Maldita Vecindad, en los Caifanes, etc. Absolutamente: son mis nietecitos esta bola de inconscientes”, bromea Arau.

Monsiváis, lacónico, también ofrece la línea de parentesco: “Ya estoy pensando en declararme bisabuelo de quien se deje porque ya el tiempo me alcanzó (...) Y desde luego, si me lo solicitan esos grupos iré al registro civil a firmar mi condición de abuelo”.

 

 

 



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