Poesía visual
Carla Faesler creció entre las atmósferas surrealistas de Leonora Carrington y Pedro Friedeberg; entre la creación poética de Pita Amor, las brujerías artísticas y escenográficas de su madre Cristina Bremer y las discusiones melódicas con su padre Julio Faesler, un economista y abogado que fue asesor de Vicente Fox.
“Crecí en un ambiente fantástico, no de literatura fantástica, sino de imaginería. Mi mamá era muy amiga de Leonora Carrington y de Pedro Friedeberg; me desarrollé en ese universo, me siento cercana a Sor Juana; a Borges, pero también me pertenecen Jerónimo Bosch El Bosco, todos esos flamencos me pegan durísimo”.
Esa chica que desde pequeña comenzó a llenar con sus versos en rima las hojas de cuadernos profesionales, estudió ciencia política y emprendió en sus años juveniles un gran activismo político, sobre todo en 1988. Trabajó en políticas públicas y en producción rural, conoció las zonas más pobres de México; sin embargo, llegó un momento en que la escritura la rebasó.
“Me di cuenta cómo las impresiones en esa escritura íntima fueron cambiando; primero era una relación muy personal, del día a día, la relación con el mundo, con los padres; luego fue cambiando mi estilo, el interés estaba más en mis escritos que en los estudios sobre política; la poesía me ganó”.
La poeta mexicana (ciudad de México, 1967) que ha fundado varios colectivos como Motín Poeta y ha emprendido infinidad de proyectos como Urbe probeta y Docena, expondrá el próximo año sus nuevos proyectos de poesía visual: videopoemas, fotopoemas y ex votos, en los que ella —o mejor dicho su silueta— es la protagonista. Aunque sus trabajos tocan diversas manifestaciones artísticas, la poesía sigue siendo la base.
Se ha enfocado a otra forma de abordar la poesía visual, tiene que ver con lo plástico, el collage y los ex votos. Hay imágenes que incluyen una plegaria; hay videopoemas, que son exploraciones con rudimentos técnicos sobre una imagen en movimiento y una voz que lee un poema.
“Escogí crear un universo para reflexionar sobre el mundo, reflejarlo pero siempre desde el texto; todo el trabajo que estoy haciendo empieza con la poesía. De lo que se trata la poesía visual es de hacer trabajar las letras y las palabras como un material plástico, es la invención de una atmósfera y un universo propio, apoyada por la palabra hablada”.
Esta mujer de grandes ojos, que siempre viste de rojo —porque le gusta la sangre y ella es un signo de fuego—, es afanosa: “Tengo todo por hacer, me falta mucho. Estoy creciendo todos los días, generando nuevas ideas que trató de concretar, tengo mucha ilusión por lo que viene; mucha energía. Soy hiperactiva, obsesiva”.
Siempre se ha nutrido de la vida familiar. Si en la infancia se nutría de las lecturas de su padre y con su ayuda se aprendió Redondillas de Sor Juana, con la que ganó un concurso de poesía en la primaria Porvenir, de la colonia Roma; su madre, la pintora y escenógrafa Cristina Bremer, le dio la fantasía y el surrealismo. “Era pintora y bruja, formaba parte de un grupo que hizo muchas cosas en los 70, crearon el arte objeto y montaron exposiciones en El Blanquita, en el King Kong. Nuestra casa era lugar de reunión de artistas, actores y vedetes”.
Pita Amor era invitada habitual a la casa de su madre en la colonia Condesa. Carla Faesler lleva impresos en la memoria los cuadros de Leonora Carrington y todavía anhela los universos mágico-simbólicos de Pedro Friedeberg con los que creció.
A cambio, ahora se enriquece de la capacidad creativa de su esposo, el pintor Pedro Diego Alvarado; del ingenio y curiosidad de sus dos hijos: Martina de 9 años y Aureliano de 11 años. “Aureliano dibuja muy bien y Martina me ha sorprendido tanto con los poemas que escribe; ellos han tenido una relación intensa, personal y gozosa con el lenguaje; serán lo que quieran, pero están informados y en conexión con nosotros; sé que todo lo que ven en casa lo digieren y deconstruyen a su manera; ellos me dan ideas cuando estoy haciendo mis videos”.
Sus hermanas también la nutren: Cristina Faesler es directora del Museo de la Ciudad de México y Juliana Faesler es escenógrafa reconocida.
Carla Faesler crea sus universos poéticos en su estudio, instalado en la azotea de su casa en la colonia Roma. En medio de recortes, de siluetas que avanzan como los “monitos” de las señalizaciones, entre cámaras fotográficas y de video, de lámparas y cuadros de sus poemas ilustrados; en medio de libreros, anaqueles y mesas rojas; la poeta entra en contacto con las palabras. “Cuando cierro la puerta empieza otro mundo. En ese ritual creativo no me puede faltar agua o té, me gusta poner música sencilla, pero no de fondo, me gusta escucharla; pero sobre todo me gusta trabajar sin interrupciones”.
La autora de los poemarios Anábasis maqueta, No tú sino la piedra y Ríos sagrados que la herejía navega, le interesan dos temas: el cuerpo y su maquinación y el lado misterioso del ser, el lado oculto que palpita en su interior. “Yo iba a estudiar medicina, me gustaban las autopsias, tanto que me hice amiga de los técnicos y doctores, iba al anfiteatro de la UNAM, me di cuenta que el morbo es poderoso”.