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Teatro ‘revive’ pueblo en ruinas

José Vales Corresponsal| El Universal
Martes 16 de diciembre de 2008
Los vecinos crearon una agrupación para contar su historia a través del escenario

cultura@eluniversal.com.mx

PATRICIOS, Buenos Aires.— Alguna vez el boulevar inconcluso de este pequeño pueblo de calles de tierra, se pensó como homenaje a uno de los grandes boulevares parisinos. Hasta la mítica estación de trenes, una de las pocas de dos plantas en toda la Pampa argentina, es de influencia francesa. Y es que Patricios, a 255 kilómetros de la capital argentina, fue hasta 1977 una ciudad ferroviaria de más de cinco mil habitantes, en su condición de centro neurálgico del viejo ferrocarril Compañía General Buenos Aires (primero de capitales galos y luego del Estado) y hoy no quedan nada más que 500 personas.

No sólo había que combatir la pobreza y la apatía, sino también el tedio y esas ganas locas de irse en busca de mejores horizontes. Corrían los meses inmediatos a la peor crisis económica, política y social del país de 2001, que amenazaba con reducir aún más la visibilidad de Patricios, hasta que la pediatra del pueblo, Mabel Ayes, convocó a un grupo de vecinos en la vieja estación para una reunión. “Allí propuso la idea de organizar un grupo de teatro. “Al principio era un grupito y después nos fuimos sumando. Yo nunca me había imaginado que podía actuar y hoy ya no puedo vivir sin el teatro”, confiesa Nilda Martínez, de 79 años y una de las actrices principales del grupo teatral comunitario “Patricios Unidos de Pie”, que ayudó, como pocos emprendimientos, a sacar al pueblo del olvido.

Ama de casa, viuda, con hijos y nietos en la capital , “porque aquí no hay para vivir”, Nilda caracteriza a un hombre en la obra Nuestros recuerdos, un texto que respeta la pura acción, la convención de la comedia y los ribetes dramáticos escrito por un centenar de manos después de innumerables asambleas, donde todos canalizan la necesidad de contar la historia del lugar, sus propias historias, sus propios desgarros cada vez que uno de los suyos se va a buscar un futuro fuera de estas calles de tierra y barro (los días de lluvia) y la esperanza de ser escuchados por las autoridades que desde hace 37 años les prometieron el asfalto de los 6 kilómetros que lo separan de la ruta 5 que los lleva a la ciudad de 9 de julio.

Ancianas, mujeres del pueblo, niños como Laura Vuotto, de 10 años, que confiesa (como si sus palabras fueran a ser el titular de una revista de espectáculos): “El teatro me cambió la vida…”, participan de esta experiencia que ya fue copiada en otros pueblos con una realidad similar a la de Patricios.

“Se han logrado muchas cosas en estos seis años con el teatro, pero lo principal es que logramos ser vistos. Ahora, a Patricios lo ven, lo reconocen. Y que los vecinos pudieron juntarse por primera vez para lograr algo propio”, defiende Alejandra Arosteguy, la directora.

En la opinión de Raúl Tossi y de Martínez se ha logrado mucho más. Sus vidas tienen una razón de ser. Ambos juran que no pueden vivir sin el teatro, “sin los viajes a los festivales de teatro comunitario” en varios puntos del país y sin ver las caras extrañas que los fines de semana llegan a este pueblo sin atractivos turísticos y sin hoteles para conocer la odisea de Patricios.

“Con el teatro se creó el sistema D&D (dormir y desayunar) con el que algunos vecinos en sus casas alojan a turistas y les dan el desayuno”, resume Nilda. Todo por módicos 30 pesos (9 dólares) y eso ayuda a la economía del lugar, porque los comercios trabajan, el boulevard —que se resiste a perder su influencia parisina— se puebla de llamativos paseantes, y el único café del pueblo, en el Club Atlético Patricios, no se da abasto con algo parecido a almuerzos y cenas.

El último fin de semana, cuando la mítica estación cumplió sus primeros 100 años y sin trenes, la capacidad de 40 camas en Patricios estaba colmada.

Las carpas se esparcían por los alrededores. Un millar de personas había llegado hasta aquí para reír y llorar, con los que resistieron y le ganaron una batalla a la desidia nacional y al olvido, transformando al pueblo en un verdadero teatro.



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