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El chelo, una obsesión

JUAN SOLÍS • FOTO: ALMA RODRÍGUEZ| El Universal
Domingo 02 de marzo de 2008
El instrumento es su hijo, su pareja y el objeto al que se consagró como una monja se entrega a Dios; rebelde pero disciplinada,Jimena Giménez Cacho ha sabido ganarse un lugar en un mundo musical a veces misógino

De niña detestaba las tardes dominicales de poesía tanto como las clases de matemáticas y física. Todo el tiempo soñaba, primero con ser una eficiente trabajadora doméstica, después con cantar música ranchera.

Sin embargo, un buen día, a los 19 años, Jimena Giménez Cacho escuchó el sonido de un violonchelo y algo se hizo nudo en su estómago.

Desde entonces el chelo se ha convertido en algo más que un hobby o una profesión: una obsesión por la que ha sacrificado no pocas cosas.

Lo confiesa con el chelo en la zurda, sujeto entre las piernas espigadas, que cubre con su madera barnizada el tórax esbelto y firme cual columna jónica. Jimena Giménez Cacho, la chelista rebelde más disciplinada del mundo, comparte momentos de su vida desde su departamento en la colonia Condesa.

La solista, que ha logrado una posición privilegiada en el misógino ambiente musical de este país, revisa sus orígenes, la infancia en la colonia Cuauhtémoc al lado de sus cinco hermanos, (Carmen es directora de arte, Marisa estudió teatro y letras, Julieta es fotógrafa y directora adjunta del Museo Franz Mayer, Luis Emilio es politólogo y Daniel, actor).

Miembro de una familia unida, que se reúne para celebrar los cumpleaños de mayo y los de julio, la artista dice que se siente orgullosa de los éxitos de Daniel y que su fama le ha abierto muchas puertas. La música clásica no atrae tantas miradas, aunque Jimena en sus orígenes iba por otro camino. “Lo mío era la música popular. Cantar con la guitarra. Cuando tenía 19 años tenía un gran repertorio de canciones mexicanas y latinoamericanas”.

“En casa tomé clases de piano. Mi papá quiso ser poeta, pero como no pudo, empujó a todos sus hijos al arte. Nos llevaba a exposiciones y los domingos nos sentaba a leer poesía. Lo recuerdo con horror. Cuando terminé la prepa, mi papá se negó a que yo fuera cantante de ranchero. Me empujó a lo clásico. Me gustaba lo barroco y empecé con flauta dulce, hasta que un día en la Escuela Nacional de Música vi a un violonchelista.”

“Cuando conocí el chelo no hubo nada más. Ensayaba ocho horas diario. Mi maestro me daba clases extra a las seis de la mañana en el Teatro Regina. Estuve tres años con él y me impulsó para ir al extranjero.”

Sí, llegaron aquí después de la guerra, en el 47. Antes estuvieron tres años en Estados Unidos por una beca y luego les dieron a elegir entre México y Argentina. Escogieron México. Sus hijos somos mexicanos.

Tenía una muñeca de pasta que me habían regalado. Yo quería ser sirvienta. Cuando jugábamos a la casita yo siempre elegía ser cocinera.

No, estudié la primaria en una escuela de monjas: el Instituto Asunción. Me corrieron en segundo de secundaria por rebelde. Me mandaron a Estados Unidos un año. A mi regreso me metieron en el Colegio Madrid. Ahí perdí la rebeldía. Era una cosa más normal, había apertura, niños y niñas. Bajó el ímpetu rebelde, pero no las reprobadas. Siempre he sido muy desconcentrada. Estaba como en Babia, estudiaba y cuando me daba cuenta ya estaba en otra cosa. Mis cocos eran matemáticas, física y anatomía. No era falta de interés, sólo que no me concentraba.

Yo era muy folclórica. Mis papás eran de izquierda. Había un rechazo al imperialismo yanqui y era la época del folclor latinoamericano. No fui militante. Mis padres no fueron refugiados, simplemente no quisieron estar con Franco. Sin embargo, no nos dejaron salir mucho. No tuvimos mucha libertad. Ahí se hacía lo que decía mi papá. Era muy riguroso.

Sí lo fui, pero a escondidas.

No fue un choque. Yo llevaba metida hasta el fondo la idea de ser chelista. Cuando empecé a tocar el chelo firmé una renuncia, fue como si hubiera recibido el mandato de Dios que recibe una monja. Estuve en Europa 15 años. En Alemania estuve cinco y no viajé, no conocí el muro de Berlín, porque estaba estudiando. En las vacaciones hacía cursos de verano. Se convirtió en una obsesión total.

No voy a misa todos los domingos, aunque a veces cuando estoy desesperada uso ese recurso. Sí soy alguien con una mística.

No, pero sí creo en el significado oculto de las cosas.

No. Mi arma es estudiar como loca. Me encierro a estudiar muchas horas para que al salir al escenario tenga el corazón en la mano y le diga al público esto es lo mejor que tengo y ahí va. Es una de las cosas por las que me cuesta trabajar con la gente. A veces no quieren o no tienen tiempo de ensayar. Me cuesta trabajo salir con tres ensayos a un concierto.

Es que no es lo mismo tocar con 14 chelos. En la orquesta tienes que oír al de al lado. El rigor no es tanto. Por eso llevo cinco o seis años tocando sola. Toqué tres años en la Filarmónica de la Ciudad de México. Me llamó Luis Herrera de la Fuente. Yo estaba en España y en unas vacaciones vine. Mi mamá quería que regresara. Llegué en 1990 y me quedé.

La familia, México y los tlacoyos. Y todo lo que hay por hacer. En Europa levantas una piedra y salen 50 chelistas. Aquí no hay tanta competencia, aunque sí dificultad siendo mujer.

Claro. Yo hubiera querido hacer mi carrera de otra manera, tocar más con las orquestas. Sólo lo he hecho dos veces, y con mucho éxito. Pero a veces te ponen la zancadilla. El medio musical es machista y muy cerrado. Hay muy pocas solistas mujeres.

No y sí. Tiene que haber un reconocimiento del trabajo de hombres y mujeres por igual. Yo he leído en un periódico mexicano una crítica en la que se decía que una orquesta extranjera para tener tantas mujeres no tocaba tan mal. Eso te da una pauta.

Nunca quise ser como todos. Cuando estudiaba todos quería tocar el concierto de Dvôrak, yo no. Soy rebelde. Nunca quise tocar lo que todos. El colmo fue con las seis sonatas de Julián Carrillo. Fue un trabajo difícil que me ha dejado extenuada.

Sí. Soy una mujer de pocos amigos. Llegó un momento en que me dio miedo tomar café con alguien a solas. Muchas veces, tras hablar mucho con alguien, me siento mal. Como si hablar tanto fuera malo, perder el tiempo. Te condiciona estar encerrada tanto tiempo con el instrumento.

Sí. El colmo fue lo de Carrillo. Ahí tuve que parar y explicarme a mí misma que hay otras cosas en la vida. No he tenido hobbies.

Cosas relacionadas con la música. Ahora he parado un poco. Voy más al cine. Me gusta el cine de arte. No soporto las películas comerciales americanas. Ahora estoy leyendo La mujer justa, de Sandor Marai.

En general oigo poca música. Cuando te la pasas estudiando todo el día no quieres oír más sonidos, prefieres estar en silencio. Me gusta la música popular: Chavela Vargas, Lila Downs.

Siempre he hecho. Me voy en la mañana al parque, hago gimnasia.

Poco. En fiestas y con unas copas.

El tequilita.

Es padre, pero se está comprobando que el amor no es para siempre. Llega un momento en que se transforma en otra cosa. Ese vínculo con la sociedad se vuelve entonces una pesadilla. Cuando te separas es terrible.

No se me dio. No pude tener hijos. Éste es mi hijo (abraza al chelo). Parece que el destino me lo puso. Además, si hubiera tenido hijos no hubiera podido hacer la carrera.

Debe ser permitido en muchos casos. Se debería poder practicar con libertad para que no sea peligroso.

Tengo este vicio (abraza al chelo de nuevo). Cuando no toco, me siento mal, siento que falta algo.

La disciplina.



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