Rigel Herrera: la niña mala del arte
Rigel Herrera Bracho (Guadalajara, Jalisco 1975) bien podría ser llamada la niña mala de la pintura mexicana. Le obsesiona reflejar la perversión de la mirada en sus cuadros, en los que ha dedicado una oda a las nalgas o una tesis de graduación a encontrar la estética sadiana. No le avergüenza: se declara adicta a la pornografía. Me han llamado perversita. Cuando vivía con mis padres y las visitas querían ver mis pinturas, mi mamá les decía: no se preocupen, está en una etapa sexual, ya se le pasará. Así era hace seis años, cuando dedicó su trabajo de titulación de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda a mostrar el lado bello de las perversiones sexuales. Rigel es una de las pintoras mexicanas que pese a su juventud ya gozan de cierto reconocimiento en el ámbito artístico. Vende su obra y la vende bien lo mismo en México que en París, Irlanda e Inglaterra. Sin embargo, ha batallado en encontrar un mercado de clientes a quienes no les provoque pudor colgar una obra pictórica de alto contenido sexual en las paredes de su casa. Y es que sus pinturas están habitadas por nalgas, vaginas, senos, mujeres que se besan, piernas con ligueros, blusas transparentes, faldas cortas, tacones altos y demás imágenes que le provocan las intensas lecturas que realiza la artista. Me cuesta mucho trabajo no leer otra cosa que no sea erotismo. Entro dos o tres horas diarias a ver pornografía en internet, compro revistas, libros, veo cine. Críticos de arte como Mónica Mayer la consideran una pintora de bases sólidas, cuyo interés en la pintura es loable en una época en la que están de moda los neo-conceptualismos y la mayoría de los estudiantes hacen video o instalación. Lo mío es la pintura de caballete reitera Rigel: el pincel, el aguarrás, el óleo mezcladito y sobarle hasta que no se vea la pincelada. Los primeros seis años de la vida de Rigel Herrera sucedieron en Guadalajara. Luego, su familia se trasladó a la ciudad de México, en donde creció rodeada de ocho primos varones, una circunstancia que la marcó definitivamente y la hizo ser más despierta en lo que a sexualidad se refiere. Desde los cuatro años de edad y hasta su adolescencia estuvo en cursos de dibujo y pintura, sin embargo a la hora de seleccionar una carrera eligió la arquitectura porque siempre escuchó que los pintores se morían de hambre. La aventura en arquitectura de la UNAM sólo duró dos años, hasta el día en que llegó llorando ante su padre y le dijo: Yo no quiero saber por dónde tiene que pasar el tubo de la mierda. Entró a la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda y al siguiente año montó su propia galería en la cochera del departamento de sus padres: La Masmédula, un espacio que al principio abrió con la intención de vender sus propios cuadros a sus familiares, pero que con el tiempo se convirtió en una de las galería de autor más dinámicas e interesantes de la ciudad por su carácter independiente y abierto a las nuevas propuestas. La Masmédula tuvo una existencia de nueve años y era autosuficiente gracias las clases de dibujo que daba Rigel. Curiosamente, cuando ella cursaba la secundaria varias veces reprobó dibujo, pero no por la calidad de los trazos, sino por las temáticas que frecuentaba: rostros deformados, vampiros quemados y mujeres torturadas. Fue mi etapa oscura, aunque ahora mi esposo me dice que fui hippiepopis, nunca se me quitó lo fresa. Es difícil imaginar que la autora de pinturas como Morning kisses o Sitting pretty, haya sido educada dentro de una familia conservadora que le exigía que su novio no estuviera de visita en la casa más allá de las nueve de la noche, porque una señorita decente no debe permitir eso. Si quisiera garantizar un mayor éxito de la obra no pintaría lo sexual. Algún maestro que tuve me dijo que me había ido por el camino más difícil al elegir lo erótico. Y me ha costado mucho trabajo, fue muy difícil. La confrontación con los hombres fue muy complicada porque con esto de la doble moral algunos creen que si hablo abiertamente de temas sexuales les estoy insinuando que me aborden. Yo estoy totalmente dispuesta a tener una conversación sexualmente muy candente con respecto a mi pintura, pero no significa que le diga al espectador ven y cógeme. Hubo un maestro cuyo nombré no revelaré que me insinuó muchas cosas por los temas de mi pintura. La primera impresión que tiene la gente cuando ve mi pintura es: ¡qué padre! pero cuando se acercan y ven que es una imagen en la que los dedos de una mujer están entrando en el culo, se van para atrás. Luego de acercarse dos pasos a la pieza, se van cinco hacia atrás. Entonces no es fácil. No estoy pintando esto con afán de ser provocadora. Lo hago porque es lo que a mí me interesa. No se trata únicamente de pintar mujeres desnudas, hay un estudio sobre la estética, una investigación del poder sexual de la mujer. Siempre he encontrado en la mujer lo que he querido decir. Ahora soy más rosa. Desde que me casé la temática de las obras se fueron suavizando, pero no fue con la intención de vender más, sino que luego del matrimonio mi manera de ver las cosas cambió. Desde niña fui muy abierta, muy sexual. Crecí rodeada ocho hombres, siempre fui muy despierta. Tenía los dedos chuecos porque mis primos y mis hermanos me cerraban la puerta del baño cuando yo iba detrás de ellos y quería ir a ver qué hacían. Crecer con ellos fue definitivo porque yo sé de qué hablan los hombres, yo sé lo que dicen, lo que se cuentan. Nos escondíamos para ver pornografía. Todo eso me marcó de manera que casi no puedo tener amigas, la gran mayoría de mis amistades son hombres. La única regla que ellos me pusieron era que el material pornográfico lo tuviera bajo llave, por los sobrinos. Mi mamá me exigió que todo lo que yo fuera leyendo lo quería leer también ella. Entonces cuando terminé el primer libro del Marqués de Sade se lo di y a las dos páginas que leyó dejó de pedirme eso. Las cosas han ido cambiando. El otro día le preguntaron a mi mamá que si yo era lesbiana por pintar escenas eróticas entre mujeres y ella respondió: No sé. Está casada, pero no sé. A mí papá le gusta que pinte. Cuando salí de arquitectura él me apoyó y me dijo: Mientras yo tenga lomo para trabajar, tú no te vas a morir de hambre. ¡Pinta!. Y hasta la fecha me ve sin hacer nada y me dice: Pinta, pinta, pinta. ¿Qué haces de tres a cinco de la mañana? No duermas, ¡pinta! Actualmente trabajo en lo que nos gusta a las mujeres ver en otras mujeres. Tenemos una obsesión que es entre rivalidad, envidia o algo lésbico, todo mundo tiene un poco de todo. Entonces me enfoqué a buscar qué nos gusta ver en las mujeres y me di cuenta de este poder que tiene la mujer, a través del fetichismo, de generar un deseo hacia la otra persona, ya sea hombre o mujer. En alguna ocasión en una exposición en el Centro Cultural San Ángel le pusieron una sábana a mi cuadro. Hay galeristas que me decían que pinto muy bien pero que hiciera otro tema. He luchado más de 10 años para desarrollar una obra erótica y ahora no voy a echar para atrás.





