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Escribo para saber quién soy: Bellatin

Yanet Aguilar Sosa| El Universal
Martes 29 de mayo de 2007

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A los 10 años escribió su primer libro, inspirado en su afición por los perros; hoy echa mano de su historia personal para las tres autobiografías de ´El gran vidrio´

Aquel niño de 10 años que en Perú rescató de los trebejos una máquina de escribir para hacer un li bro sobre historias de perros héroes y describir las razas caninas que conocía, se ha convertido en un autor de culto, con obra traducida a varios idiomas y con una fuerza creativa que a veces lo lleva a escribir hasta 20 horas diarias.

Varios años después, Mario Bellatin publicó Perros héroes, para saldar una deuda con su infancia, que no estuvo llena de aventuras ni fue mundana como le hubiera gustado, porque su familia era "convencional": su padre todos los días regresaba del trabajo y su madre se quedaba en casa para ver telenovelas.

A ese escritor que asegura: "Siempre escribo para saber quién soy", lo sacaron de México a los cuatro años, pero regresó hace 12 para desarrollar aquí su obra literaria.

Su vida no ha sido fácil: se forjó como escritor solo, su familia rechazó su libro de perros, padeció un asma infame a los cuatro años y nació sin el brazo derecho, por lo que siempre cargó con una prótesis ortopédica por obsesión de sus padres. Sin embargo, ha hallado en el arte y la literatura su vida; sus libros rechazan la categorización, incluso rondan siempre otras artes y él mismo se interesa por explorar nuevos lenguajes; este año emprenderá un ambicioso proyecto artístico con Aldo Chaparro y Gabriela León, quienes trabajarán para él 30 prótesis de su brazo para mostrarlas como un espacio público, acompañadas de textos de 30 escritores que todavía no tiene definidos. El proyecto se denominará "Me gusta ese jardín que es tuyo, no deje que sus hijos lo destruyan".

Su libro más reciente es El gran vidrio (Anagrama, 2007) conformado por tres autobiografías pasadas por la ficción, porque si un vicio tiene ese escritor de 46 años, es buscar lugares paralelos, cerrados, regidos por leyes propias, y si tiene una virtud "es considerarme escritor solamente en el momento en que estoy escribiendo".

-¿Se podría decir que todas tus obras tienen algo de ti?

-Mario Bellatin está en cada una y en ninguna al mismo tiempo, es el mecanismo mágico e incomprensible del afuera, de ser y no ser, involucrarme y al tiempo tener una gran distancia, sentir la necesidad, la pasión y el gusto por escribir, y también la aversión más espantosa y el odio más terrible, por el impulso que me obliga a escribir a veces es una bendición y otras un castigo.

-¿Cómo te diste cuenta que querías darte a través de la escritura?

-Fue un proceso muy largo, desde que comencé a escribir, a los 10 años traté de ordenar unos escritos bajo la forma de un libro, era un texto sobre perros, que retomé hace un par de años en mi libro Perros héroes. Ese libro de la infancia fue fundamental, advertí lo subversivo que es ejercer una práctica que no era aceptada ni por la familia.

Visto a la distancia es encomiable: cómo un niño de 10 años se preocupa por buscar una máquina de escribir antigua, mandarla a arreglar para hacer un libro obviamente primario sobre las razas de perros y salvadores de vidas.

-¿Qué dijo tu familia?

-Hubo un rechazo familiar y sorpresa de los amigos de la escuela, noté algo raro que se despierta cuando uno se dedica a la escritura. Lo primero que me dijeron mis padres es si se trataba de un trabajo escolar para ayudarme, como no fue así, me regañaron por robarle tiempo a la escuela. Fue mi primer libro rechazado, se los leí y se burlaron un poco, pero mi abuela lo guardó; por eso creo que hago libros tan extraños, porque estoy buscando nuevamente ese rechazo, para cerrar el círculo.

-¿Qué vino después del rechazo?

-Vinieron años muy negros, realmente espantosos, por eso trato de suplir eso a los jóvenes en la Escuela Dinámica de Escritores, darles las armas para enfrentar el camino; lo primero que me dijeron mis padres es "te vas a morir de hambre", que iba a caer en la bohemia o acabar en un hospital psiquiátrico.

-¿Eso marcó tu infancia?

-Sí, me hubiera gustado vivir más aventuras, ese es uno de mis sinos, mi familia es bastante tradicional, sin mucho interés por la cultura, es un núcleo familiar basado en las convenciones, muy rara vez se atreven a romper los moldes, a hacer cosas distintas.

En contraposición a esa infancia tranquila, tengo un hijo que hace todo lo contrario a como yo viví; él tiene 10 años, vive en Francia, toma un avión, viene sólo a México y regresa, habla cuatro idiomas, es un niño bastante mundano. Tadeo vive la vida que yo hubiera querido tener, la mía fue muy convencional, un padre que llega todos los días del trabajo, una madre que se queda en su casa viendo telenovelas.

-¿Fue difícil liberarte de una familia convencional?

-Quería irme antes pero me di cuenta de que era una tontería hacerlo sin tener una profesión, y fue bueno porque cuando estaba en la universidad escribí mi primera novela: Las mujeres de sal. En ese mismo año se abrió la escuela de cine de García Márquez en La Habana, conseguí la beca, pero estuve poco tiempo porque era un universo muy cerrado... la dejé pero me quedé a vivir en Cuba, fueron dos años maravillosos, cuando me cansaba de esa sociedad cerrada venía a México tratando de reconstruir mi mexicanidad truncada.

Pasa que cuando tenía algún problema o me cansaba algo decía: no importa, yo soy mexicano, esa nacionalidad me salvaba. Luego llegó un momento en que necesitaba tiempo y espacio para consolidar el lenguaje de mi escritura, volví a Perú en los años terribles de terrorismo, falta de agua, luz, de crisis total, pero conocía los mecanismos sociales para vivir, tenía mi bicicleta, mis perros y publiqué: Efecto invernadero, Canon perfecto, Salón de belleza y Damas chinas.

Entonces me di cuenta de que era el momento de regresar a México. Hice un viaje exploratorio en el que Tania Libertad me ayudó mucho y me dio refugió, volví a Perú y Alfonso de Maria y Campos, a cargo entonces de la Dirección General de Publicaciones del Conaculta, me mandó un fax con la oferta de publicar Salón de belleza. Con esa oferta me mudé a México, no me equivoqué, esa intuición o locura me dio resultado, he logrado hacer aquí una vida literaria.

-¿Qué no has podido contar de ti?

-Las verdades que cuento en mis libros no aparecen tan claras, esa suerte de confesión tiene su truco, no sé qué estoy contando a veces, el escritor es el último en leerse a sí mismo, él está pendiente de cómo construir un universo, cómo usar las palabras, del lenguaje, cómo decirle algo al lector, pero los contenidos yo nos los puedo leer cuando escribo.

-En una de las tres autobiografías de El gran vidrio, los padres están obsesionados con ponerle a su hijo una prótesis ¿eres tú?

-A partir de colocarme la prótesis desde muy niño desarrollé una dependencia con ella, de la cual logré liberarme recién hace tres años que fui al Ganges y la tiré al río, pasé dos años sin nada. Aunque no la necesito -porque mi falta de brazo es de nacimiento y tengo toda la movilidad-, me sirve para llenar el vacío, no necesito lo que vende la ortopedia: utilidad o disimulo; hago más cosas sin ella y ocultarlo me parece espantoso. Pasé dos años sin usar nada, sin embargo sentía que algo faltaba en el espacio... para llenarlo uso ésta, que no sirve pero me hace olvidar el vacío.

-¿Eres inquieto, provocador?

-Soy ambivalente, puedo pasar de la inmovilidad más absoluta al movimiento máximo, es la opción de los opuestos, vivo en los edificios del Buen Tono, en Bucareli, donde reina una paz impresionante, pero si camino unos pasos me encuentro en la esquina bulliciosa de Bucareli, Chapultepec y Cuauhtémoc. Sé que no podría encerrarme en un lugar bucólico o en una cabaña, pero tampoco podría trabajar en medio del ruido.



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